Nadie que se considere responsable y con elemental sensibilidad puede aceptar que se desate la violencia homicida en Libia, ni en ningún otro rincón del planeta. Pero que pronto se dispuso el muy cuestionado órgano de la ONU a emitir condenas, sin ninguna contrastación sobre el desarrollo de la crisis en cuestión, mientras se guarda ominoso silencio respecto a las víctimas civiles que siguen provocando las ocupaciones de Iraq, Afganistán y Palestina.
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Si el país norafricano tuviera que rendir cuenta ante la Corte de Justicia de la Haya, como se está proponiendo, también desde hace mucho tiempo debieron haberlo hecho Estados Unidos y sus más allegados asociados de la Unión Europea y la OTAN, que ahora se presentan en la arena internacional como paladines de la humanidad, en una cínica puesta en escena que a duras penas encubre designios hegemónicos intervencionistas.