Un temblor creciente, tan intenso como para hacer sentir -a quienes lo vivieron- que el suelo desaparecía bajo sus pies, ha conmocionado a cerca de dos millones de personas. Se estima que esa fue la población que sufrió el movimiento de la tierra con una intensidad entre fuerte y severa. Cincuenta segundos de violenta sacudida, una experiencia de pánico que emerge con cada nuevo temblor y hace rogar de inmediato a buena parte de los habitantes del litoral ecuatoriano.

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Son muchos quienes rememoran la experiencia. Elvira Macías vive en Manta con sus dos hijos y su hermano. Ella cuenta su vivencia en cada conversación, empieza clamando: "¡Ay Señor! Yo creí que me moría". Después de lo ocurrido,centenares de réplicas conducen a percibir que la vida no depende solamente de uno mismo. Así da a entender la señora Macías que junta sus manos como si fuera a orar, atribula y suspira: "¡Ay Diosito! ¡Que no nos pase nada, por favor!".

Los tres temblores de mayor tamaño tras el terremoto, de una magnitud de entre 5 y 6.1 grados, provocan la alerta de toda familia. Las réplicas fuertes empiezan igual, con una primera vibración que comienza a envolver el ambiente, entonces, cualquiera se alarma, se intuye la venida de la catástrofe cuando ese zumbido levanta un extraño aire y, como sucedió el sábado pasado, agita las casas por sus cimientos.

Además, todos tienen la imagen de un panorama desolador: postes de luz por los suelos, paredes caídas, casas desnudas donde todavía cuelgan algunos retratos familiares, arquitecturas de cuatro plantas aplastadas, barrios destruidos, toneladas de escombros, y todavía, gente atrapada bajo el derribo. Consecuencias materiales devastadoras que se suman al desastre humanitario. Por el momento, la carga emocional y las réplicas no permiten descansar. La preocupación por ponerse a salvo ha desvelado a la gente de Manabí que duerme unida en los soportales por el temor a más sacudidas. Miguel Mejía, vecino del centro de Manta, no esconde sus intenciones: "Yo pensaba dormir dentro, pero después del último temblor... ya no".

La calidez de carácter de las personas del trópico apunta a levantar el ánimo. Con el miedo tan presente las bendiciones y los ruegos afloran más allá de los creyentes, y algunos agnósticos acogen con gratitud la gracia de quienes más creen. Una vez invocada, consciente o inconscientemente, la Providencia queda confiar en el Instituto Geofísico de Ecuador cuando se trata de neutralizar el miedo: "La tasa de generación de réplicas disminuye con el paso de tiempo. Esto significa que la amenaza asociada con ellas también disminuye paulatinamente".