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Farbiarz, del Centro de Proyectos y de Investigaciones Sísmicas (CPIS) de la Facultad de Minas de la Sede Medellín, explicó que los países más ricos y con más adelantos tecnológicos cuentan con mejor preparación para enfrentar estos fenómenos, pues gran parte de sus estructuras son construidas bajo las exigencias sismorresistentes, en mayor proporción que en otras partes del mundo.

Incluso, el ejemplo en materia de prevención de desastres de los japoneses fue resaltado por el Presidente Juan Manuel Santos en su discurso de este sábado, en el marco del Acuerdo para la prosperidad en el deporte en el Idrd, certamen que se lleva a cabo este sábado en Bogotá.

Por su parte, el experto de la Universidad Nacional señala que "particularmente en Colombia, las construcciones con algún grado de sismorresistencia datan de después de la primera mitad del siglo pasado, pero solo desde 1984 el país cuenta con un código especial de reglas de cumplimiento obligatorio para el territorio nacional. El 15 de diciembre del 2010 se emitió un decreto de actualización".

Para Farbiarz, los recientes terremotos como el de Chile (2010) y el de Japón (2011) hacen parte de la actividad sísmica que se presenta en el planeta desde sus orígenes. "En Colombia, por ejemplo, puede temblar en promedio hasta dos veces por día, aunque la mayoría no se perciben", dijo el experto.

"En la Tierra puede haber hasta 60 mil terremotos por año, de los cuales alrededor de 10 tendrían un impacto destructivo. Históricamente, no hay registros de incremento notorio de la actividad sísmica", explicó el académico, quien agrega que tampoco hay evidencia contundente de que los últimos sismos obedezcan a razones específicas, como cambio el climático.

"Aunque en cualquier parte del planeta puede temblar, los terremotos están sucediendo donde normalmente deben ocurrir, es decir, a lo largo de las márgenes de las grandes placas que componen la corteza de la Tierra", comenta el experto.

Los terremotos son causados por liberaciones de energía en la corteza terrestre. Cuando ésta se rompe superficialmente en el lecho oceánico -dependiendo de la forma- puede empujar una masa de agua con gran fuerza, que en ocasiones iguala la velocidad del sonido y que al llegar a las costas genera olas de grandes tamaños o tsunamis altamente destructivos.