Casi siempre que se habla de la violencia contra las mujeres, en la opinión pública predomina la idea de un problema doméstico, intrafamiliar, del ámbito privado. Por eso, pareciera que la solución es tan sencilla como sensibilizar a los hombres para que no sean tan machistas y violentos y trabajar con las mujeres para que conozcan sus derechos.
Pero esa ha sido una concepción muy reduccionista del problema que no llega a examinar su raíz. Encerrar el problema de la violencia contra las mujeres entre las cuatro paredes de la casa es no sólo un error, sino que es también una trampa. Porque esa es sólo una parte del problema, que en realidad está presente en las vidas de las mujeres en la casa, en los lugares de trabajo, en la calle, en las veredas y caminos, en los centros de estudio, en las fincas, en las iglesias, en la organización y en todos los sitios donde las mujeres nos movemos en nuestro día a día.
Y es que la violencia contra las mujeres tiene muchas caras. La violencia física, la violencia psicológica, la violencia verbal, el incesto, la violación sexual, el acoso sexual, la pornografía infantil, la explotación sexual y/o laboral de las niñas y las mujeres, la heterosexualidad obligatoria, el embarazo forzado, el aborto forzado, las relaciones sexuales obligadas, la trata y el tráfico de mujeres con fines de explotación sexual o laboral, la expropiación de bienes, el no acceso a la propiedad, los femicidios, las violaciones y abusos sexuales cometidos por los militares y paramilitares durante la época del genocidio, la violencia sexual cometida por las fuerzas de seguridad en el marco de las luchas por la defensa del territorio y los recursos naturales, son las caras más visibles de la violencia patriarcal contra las mujeres en nuestra sociedad.
Pero invisibilizar, negar o rechazar la participación de las mujeres en la historia, en la política, en la ciencia, en la filosofía, en la cultura, en la economía y en todos los ámbitos de la vida social, también es ejercer violencia contra ellas. La utilización de imágenes o discursos que denigran a las mujeres en los medios de comunicación, en las vallas y demás medios publicitarios, es violencia simbólica contra ellas, al igual que el uso generalizado del acoso disfrazado de "piropos", los insultos, los chistes, las bromas y las canciones que ofenden la dignidad de las mujeres o reproducen los estereotipos y prejuicios que refuerzan y justifican la opresión y la discriminación de las mujeres en la sociedad.