Traducido para Rebelión por J. M. y revisado por Caty R.

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Shelly Yachimovich definió claramente nuestra posición como judíos israelíes: nos beneficiamos de la ocupación aun cuando nos quejamos de los impuestos regresivos.

Si fuera Shelly Yachimovich (la dirigente más popular del Partido Laborista israelí y candidata a la presidencia de dicho Partido, N. de T.) la única en levantar la bandera de la justicia selectiva, no habría necesidad de decir aquí que los asentamientos no son pecado, ni tampoco que el tráfico de mujeres es un delito o que la concentración de judíos en las periferias de las debilitadas ciudades árabes no constituye una injusticia. No habría ninguna razón para recordar que alguna vez hubo un consenso sobre la esclavitud, y que siempre es el mismo dueño que se limita a cambiar de nombre de vez en cuando. Así, los hombres son los amos en una sociedad patriarcal, los blancos lo fueron en Sudáfrica y los judíos en el Estado judío, por encima de todo.

Pero, desgraciadamente, muchos activistas y simpatizantes del movimiento de protesta en Israel aceptan la lógica de la justicia social nacional. Si Yachimovich fuera parte de la minoría, al menos el 10 por ciento del cuarto de millón de los manifestantes habría protestado contra del muro de la ignominia en Walaja, Bil'in, Na'alin y Ma'asara. Habrían marchado en masa a las fuentes de agua de Nebi Saleh y las habrían devuelto a sus dueños. Habrían regresado a casa junto con los soldados, habrían evitado la destrucción de viviendas en Lod y se habrían manifestado frente al Ministerio del Interior hasta que sus burócratas ordenaran preparar inmediatamente un plan maestro para todos los pueblos no reconocidos, empezando por Al-Araqib. Así de simple es.

Porque Yachimovich representa a la mayoría, ¿significa eso que los izquierdistas (tanto judíos como palestinos) deben renunciar a su debate interno sobre la participación en un movimiento de protesta por la justicia selectiva? Si este nuevo movimiento social fuera un trabajo final de graduación la respuesta sería: "Sí. Éste es un movimiento que lava la desposesión de los palestinos tanto en el pasado como en el presente con un encanto yuppie superficial. No tenemos cabida en él, así que vamos a volver a los gases lacrimógenos, a las balas de acero recubiertas de goma y las detenciones".

Sin embargo, el movimiento social que surgió en Israel este verano no es un documento final. Tampoco es un partido político. Es un proceso, una situación nueva y en desarrollo que se reinventa con frecuencia, un curso intensivo en el desarrollo de la comprensión política. No se debe dejar a la vieja-nueva derecha social.

En efecto, el reto va mucho más allá de meras opiniones en conflicto. Yachimovich definió claramente nuestra posición como judíos israelíes: nos estamos beneficiando de la ocupación aun cuando protestamos por los impuestos regresivos. Aunque nuestras familias vinieron de Katrielevka o de Bagdad, nos estamos beneficiando de la discriminación estructural contra los ciudadanos palestinos de Israel y del hecho mismo de que ellos se han convertido en una minoría en su propia tierra.

Entonces, ¿la solución a este preocupante dilema existencial es simplemente irse, emigrar a países libres de la injusticia y el despojo como los Estados Unidos de América, Alemania o Sudáfrica, donde el apartheid basado en la clase está compitiendo con éxito con su predecesor, el apartheid basado en la raza?

Las contradicciones internas son el pan de cada día de las luchas de liberación, y las excusas puristas para no participar no las resuelven. Como saben muy bien las activistas femeninas de todas las luchas de liberación nacional, el patriarcado no es un mecanismo secundario, insignificante en comparación con el de la opresión colonial. El sexismo estuvo presente en el Movimiento de Solidaridad en Polonia y en el Congreso Nacional Africano en Sudáfrica. Aun así, las mujeres se unieron a estos movimientos y actuaron en sus filas.

El papel de la izquierda -donde el valor de la igualdad es uno de los Diez Mandamientos - no es mirar desde un lado y conformarse con la entrega de calificaciones. La izquierda debe de tratar de influir en este nuevo proceso dinámico. Su función consiste en aprender de las luchas de otros pueblos y enseñar, sin bajar la propia, mientras se abandona la arrogancia del pasado y teniendo en cuenta las terribles injusticias cometidas en su nombre.

Los activistas de izquierda están educados para hacer, en la medida de lo posible, un uso excesivo de sus privilegios para luchar contra todo el sistema de privilegios. Ahora, cuando hay un despertar colectivo de largos años de apatía, la izquierda puede y debe usar el capital de experiencia, de conocimiento humano y cultural que ha acumulado. Para ello ahora hay una gran oportunidad de demostrar a esa parte del público que ha despertado que los beneficios de la ocupación actual es el peligro estratégico del mañana.