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Nos están engañando. Así de claro. Sin paliativos. El mensaje que el Gobierno nos está transmitiendo atribuye los recortes que aplica a la necesidad de reducir el gasto público hasta niveles soportables, como inevitable sacrificio ante el altar de la estabilidad presupuestaria, y ello forzado por las directrices europeas (léase alemanas). Esta ortodoxia a ultranza comienza a hacer agua cuando prominentes países europeos modifican sus postulados iniciales en favor de una política de crecimiento sofocada hasta ahora por el tándem Merkozy, bien secundado por el aplicado y obediente Sr. Rajoy.

La sospecha consiste en que tras esta aparente conformidad con la ortodoxia presupuestaria se esconde una estrategia minuciosamente diseñada para desmantelar sistemáticamente cuantas defensas ha ido construyendo la sociedad contra la criminal agresión del capitalismo más salvaje.

Los autores de esta violación no son pioneros en su proceder: inmediatamente después del derrocamiento de Salvador Allende en Chile en 1973, los discípulos del economista Milton Friedman, de infausta memoria, fundador de la llamada Escuela de Chicago, arrasaron de un plumazo el sistema socio-económico vigente sustituyéndolo por la más despiadada expresión del capitalismo ultra-liberal, destrozando los derechos adquiridos por la clase trabajadora y privatizando el Patrimonio del Estado en beneficio de las multinacionales que financiaron el golpe con la inestimable ayuda de la CIA.

Esta estrategia consiste en aprovechar el efecto paralizante de los desastres, sobrevenidos o provocados, para implantar sistemas ultra-capitalistas basados en la neutralización del Estado, la privatización de los bienes públicos y la progresiva pero inexorable proletarización de la sociedad. La investigadora canadiense Naomi Klein define este proceso como La doctrina del shock". Recomiendo la lectura del libro con ese título, o el visionado de un reportaje disponible en Youtube.

Bajo el mantra "el mercado se regula por sí solo", se acomete la desregularización de cuantas normas entorpecen u obstaculizan el advenimiento del Estado ultra-liberal (encarecimiento de precios, deterioro en la calidad y eliminación de la gratuidad de servicios públicos, privatización, destrucción de la legislación laboral, y un largo etcétera). No quedaron a la zaga políticos como Ronald Reagan o Margaret Thatcher en la diligente cocción de este recetario.

En lo que nos atañe más de cerca, tengo la íntima convicción de que nuestros gobernantes actuales planean ir mucho más allá que el simple equilibrio de las cuentas públicas. En este contexto, se me antoja que las aparentes diferencias entre los distintos exponentes de las cúpulas ministerial y de Partido no son sino fuegos de artificio destinados a desviar nuestra atención de lo que realmente importa: un golpe de Estado que no se gesta con sables en cuarteles, sino en nobles despachos con papel y calculadora.