Imagen
El mundo islámico vive momentos de creciente terror. Una primavera árabe que fuera anunciada como la esperanza del renacer democrático se ve postergada y avasallada por una violencia generalizada.

Dos países que fueran ejemplo de esta esperanza viven hoy momentos de dolor. Cada uno de ellos en forma diversa pero con sustento similar; el crecimiento de la intolerancia de sectores radicales del islamismo. Dos países que analizamos por hechos recientes pero que no ocultan al drama que se está viviendo en Siria, donde ya las cifras de muertes y refugiados contribuye a un espanto mayor sin que se vislumbre solución atendible.

La república Tunecina sufrió un nuevo atentado a su estabilidad. Mohamed Brahmi , dirigente de un partido opositor de reducida importancia de la izquierda laica pero muy crítico al gobierno islamista, fue asesinado a balazos en el portal de su hogar. La violencia en Túnez había sido, hasta ahora, excepcional, puesto que su población se caracteriza por temperancia y vocación al diálogo excluyendo el uso de armas y de agresiones físicas. Pero dos asesinatos de dirigentes políticos de la oposición en menos de seis meses constituye un elemento alarmante sobre el curso político del país y despierta reacciones de los sectores laicos y no comprometidos con el islamismo gubernamental dando pie a la petición clamorosa de la sanción de la constitución y urgente convocatoria a elecciones y descalificando la acción gubernamental.

Este asesinato, que al igual que al de Cokri Belaid de febrero pasado, no ha encontrado culpables si bien se responsabiliza abiertamente al partido gubernamental Ennahda.

De esta forma se abre un divorcio mayor entre islamistas y laicos, presumiéndose un comienzo de incertidumbre sobre la evolución política del país por el temor de acentuar una radicalización entre ambos sectores enfrentados.

Similar situación se ha presentado en Egipto. País hegemónico en el mundo árabe, con una población superior a los 80 millones de habitantes y unas fuerzas armadas poderosas y entroncadas en la economía del país y con aspiraciones a no perder los beneficios que tradicionalmente han obtenido desde la revolución nasserista contra del rey Farouk.

En este país se enfrenta una tendencia islamista radical, la de los Hermanos Musulmanes, frente a un sector amplio y complejo donde predominan las fuerzas armadas pero también sectores religiosos preponderantes. La revuelta militar contra el presidente Morsi, democráticamente elegido un año atrás pero que conculcara todos los principios de un buen gobierno y ha pretendido imponer criterios religiosos fundamentalistas a una población reacia a ellos y que aspiraba a una mayor participación democrática, produce una situación que acentúa la tendencia al caos tanto institucional como social y aventa la posibilidad de una solución política a corto plazo y permite vislumbrar los peligrosos abismos de una guerra civil larvada. Los partidarios de Morsi y de los Hermanos Musulmanes no sólo disponen de una ideología dogmática sino de una vocación al martirio que permite temer que en su oposición sangrienta puedan excluirse de armas y hacer recurso solamente a una vocación de víctimas que debilitaría la posición de unas fuerzas armadas cada vez más alejadas de toda simpatía tanto occidental como del fluido mundo árabe.

La importancia de los hechos en Egipto se multiplican por la trascendencia de la influencia de dicho país en el mundo árabe y por constituir una clara muestra de la antinomia entre laicos y religiosos así como por la importancia de la violencia que se está incurriendo en una represión virulenta y carente de concesiones. Los muertos de la represión han determinado reacciones críticas por parte de los Estados Unidos y los países de la Unión Europea que claman por un retorno a la pacificación pero sin mostrar particular énfasis en ejercer presiones sobre un gobierno militar que dispone de apoyo de sectores populares y que puede permitirse desatender reclamos que nunca han pasado de meras exclamaciones virtuales.

La tradición democrática de los países del mundo árabe es relativa y carente de una historia práctica. A eso se suma que la mayoría de los partidos políticos han sido tradicionalmente estructurados sea en base a la búsqueda de la independencia, a movimientos religiosos enbanderándose dentro de las diversas facetas que han dividido al Islam o bien en base a figuras hegemónicas y trascendentes sin que supiesen de bases ideológicas sólidas y convocantes. Las fuerzas armadas egipcias, que detienen una importante gravitación en el acontecer económico del país disponen de una fuerza interna convocante y a ellas se antepusieron fundamentalmente la Hermandad Musulmana siempre combatida y marginada de la vida política hasta el reciente triunfo electoral que los llevara al poder con el Presidente Morsi el año pasado.

Por otra parte, el ejemplo de la incertidumbre que da Siria sobre su futuro y donde la oposición a Bachir el Assad se la comienza a ver con prudente temor por la irracionalidad de sus componentes así como por la carencia de convergencias no contribuye a sostener fuerzas islamistas basadas en concepciones dogmáticas que contravienen los intereses de los países ribereños del Mediterráneo y a los Estados Unidos, así como a la propia Israel, que teme por la estabilidad de la región por ver que una tendencia ideológica es más peligrosa que la tranquilidad que concede el estructuralismo racional de las fuerzas armadas egipcias que son conscientes de los valores de una estrategia del equilibrio de la paz, por más precaria que ésta sea.

La inestabilidad egipcia abre interrogantes de difícil repuesta toda vez que es sabido que las muertes por represión no generan entusiasmos en parte alguna y que una administración militar contraviene la esencia de la democracia, pero es preciso reconocer que una lucha por la imposición de principios ultrareligiosos, que en esencia son los que animan a la Hermandad Musulmana y a la dirigencia de Ennahda , no será vista con agrado por la mayoría de los países de Occidente que pacatamente aspiran a eludir las responsabilidades de tener que reconocer la conveniencia de proteger a sistemas, cualquiera sea su ideología y su mayor o menor empatía con las normas tradicionales de la democracia, pero que sirvan de baluarte a una expansión irracional del radicalismo islámico ante sociedades ya aterradas por la conflictiva presencia de comunidades de dicho origen en sus propios países.

Embajador (R ) Jesús Fernando Taboada
Buenos Aires, 29 de julio 2013