
Se encontraron reservas similares en Filipinas. Un hombre en Sagaing, Myanmar central, descubrió recientemente una reserva japonesa de la Segunda Guerra Mundial excavando en su propiedad. U Soe Thein, experto geográfico de Burmese está investigando el sitio.
Thein le reveló a NTD televisión que cuando se usa estacas de hierro para penetrar en la tierra y uno se topa con un cofre de madera, el cual está revestido con asfalto, es señal de que se puede encontrar oro. Esa era la modalidad que los japoneses usaban para guardar el oro.
"EL TESORO DE LA II GUERRA MUNDIAL EL AUTOR del reportaje mantiene que Japón pudo enterrar en Filipinas más de un millón de toneladas de oro. Sería el mayor tesoro de la Historia. Y sólo una parte mínima ha sido rescatada" [Enlace]
Y del libro: Conspiración Octopus - Estulin, Daniel
"Teresa, un valle rodeado por montañas ricas en mármol, es una de las zonas menos interesantes de Rizal, en las laderas de Sierra Madre, la cordillera más larga de Filipinas. Dehecho, podría no haber existido si no fuera por el arroz que se cultiva en terrazas desde hace siglos, en medio de los llanos del oeste y las onduladas colinas y escarpadas crestas del este.
John Reed, presidente de Citibank, conocía bien el terreno. Estuvo ahí, sesenta años atrás, a las órdenes del general MacArthur. Lo vio de primera mano. Área de operaciones: el Pacífico. Poco después de la guerra formó parte de una expedición secreta encargada de encontrar el tesoro y traerlo a casa. Los condujeron con los ojos vendados hasta una zona próxima al lago Caliraya, en Lumban, Filipinas. Les ordenaron cavar sin preguntar por qué nipara qué. Trabajaban de noche. Se avanzaba a duras penas. Todos los túneles estaban llenos de trampas y callejones sin salida que dificultaban y retrasaban la excavación. Su equipo de búsqueda había tardado ocho meses en encontrar la primera cámara del tesoro, situada asesenta metros bajo tierra. Los japoneses lo habían enterrado y habían dejado señales extrañas 11 en las rocas, a fin de ocultar la verdadera ubicación del botín.
«Sesenta años atrás.»
Abrió la puerta, salió a la galería y se quedó mirando el colorido collage que veía desde el magnífico ático que daba al río Hudson, en pleno centro de Nueva York. Y lo que contempló ese día le pareció una estampa de colores exquisitos, una benévola definición de realismo enjaulado, como metáfora de la forma artística y, al mismo tiempo, del destino humano. Su destino.
«Ojalá supieran...»
Sólo unos cuantos privilegiados sabían que Teresa formaba parte de la mayor conspiración de la historia de la humanidad, una leyenda susurrada entre quienes conocían el alucinante tesoro que fue robado y escondido por el Ejército Imperial japonés en retirada durante los días más duros de la Segunda Guerra Mundial.
«Un millón trescientas mil toneladas métricas de oro.»
Se sirvió una copa.
«El equivalente a seis coma cuatro trillones de dólares. ¿Hay alguien capaz de concebir una cifra tan extravagante?»
La cantidad de oro era diez veces superior a las cifras de las reservas oficiales de todo el mundo proporcionadas por el Banco Mundial. El hecho de que existiese tal cantidad de oro fuera de los circuitos oficiales resultaba increíble, pensó John Reed. Que un puñado de gobiernos lo bastante afortunados para saber la verdad hubiera guardado el secreto, era algo extraordinario.
«Seis coma cuatro trillones de dólares escondidos en los agujeros más profundos de las junglas de Sierra Madre», murmuró para sí, convirtiendo en palabras sus pensamientos.
Reflexionó sobre el hecho de que el oro, al igual que ocurre con los diamantes, es mucho más común en la naturaleza de lo que la gente cree. Si alguna vez llegaba a conocerse la verdad, ésta destruiría la economía mundial, porque la mayoría de los países todavía utilizaban el patrón oro como respaldo de su moneda.
Se le ocurrió pensar que la naturaleza es bella pero no tiene nada de coherente. Ojalá pudiera hacer retroceder el tiempo. ¿Por qué es tan escurridizo? El futuro no viene después del presente en línea recta desde el pasado, ni tampoco el presente es una línea recta. El futuro es imaginario y siempre puede ser anulado.
«Sobre todo si deciden matarme.»
Una parte del oro de Filipinas, el equivalente a unos cuantos billones de dólares, fue embarcado a Génova a bordo del portaaviones President Eisenhower, y después trasladado a diversos bancos de Suiza en un convoy fuertemente protegido.
El resto... un secreto envuelto en misterio, guardado tras mil cerraduras de criptonita desde principios de la década de 1960, custodiado por cincuenta y cuatro fideicomisarios, endepósitos de Teresa y en las montañas selváticas de Irian Joya, Indonesia. Los fideicomisarios trabajaban de manera independiente, sin conocerse unos a otros. Pero estaban coordinados por una serie de directores del complejo industrial-militar, quienes a su vez eran controlados porsu superior jerárquico. Y por encima de ellos, en el vértice de la pirámide, Octopus: menos de una docena de miembros, estrechamente unidos y financieramente entrelazados. Los controladores de la riqueza del planeta, hombres cuyo poder hacía girar el mundo.
Reed tragó saliva y puso mala cara. Durante varios segundos siguió mirando al frente. El gobierno utilizaba el oro oculto en Suiza como garantía monetaria de un programa comercial extraoficial con derecho ilimitado de giro sobre los depósitos. El dinero, poco más de doscientos veinte billones de dólares, estaba depositado en treinta cuentas de Citibank. Subanco. Otra pausa. Se le crispó el rostro. De todos modos, el gobierno no era la única entidad con acceso a ese dinero.
Mediante cuentas espejo al margen de los libros, Octopus también sabía sacar provecho del dinero del gobierno, utilizándolo para acaparar los mercados mundiales mediante fusiones y adquisiciones, con tapaderas y manipulando precios. Los pensamientos de Reed eran como piedras que caían en agua estancada. El gobierno... y... Octopus. Intereses entrelazados, objetivos diametralmente opuestos. Bien, alguien había robado el dinero, y el mundo podía sufrir una desintegración financiera. Reed estaba citado a declarar, y Octopus quería respuestas... que él no tenía. El mensajero había sido muy correcto, pero en su voz había algo inexplicablemente violento. Algo que hizo a Reed desear que fuese otro quien tuviera que enfrentarse a ellos."