20.160 minutos son los que lleva Jorge Arzuaga, el joven ingeniero bilbaíno, sin comer. Su objetivo era simple: reclamar la dimisión del Gobierno. Pero por el camino, que emprendió hace 14 días y que pensó que continuaría solo, algunas voces (más de las que pensaba) se han unido a su causa


Jorge bebe un poco de té moruno caliente antes de hablar por el altavoz frente al medio centenar de personas que se ha congregado en Sol para mostrarle su apoyo. El té lleva miel, cosa de Concha, una jubilada de 70 años que asegura que «la miel da fuerza». «Y ya que no come...», dice. Jorge, algunos ya le conoceréis, es un joven ingeniero de 25 años que se ha declarado en huelga de hambre con la intención de reclamar la dimisión de un gobierno que, según él, «es ilegítimo desde el momento en el que incumplió su programa electoral».

Jorge vino desde Bilbao solo y con lo imprescindible y no pensó que cuando comenzó la huelga hace 14 días, tantas 'madres' le brotarían alrededor. Una le tapa con la manta, otra le lleva la bebida caliente, otra le da abrazos y ánimos. Todas ellas rondan los 70 años de edad y todas ellas ven en Jorge a sus hijos, a sus nietos, muchos de ellos en paro o en el extranjero.

Luchar en la calle

Es el caso de Concha, una pensionista que, a pesar de haberse enfrentado a un trasplante de hígado y a una operación de corazón, está allí casi todos los días. «No vemos futuro para nuestros hijos, y sufrimos», dice con una expresión arrugada por la edad, el frío y, seguramente, los disgustos. Sus «niños», como ella los llama, trabajan en el extranjero y ella sólo espera que la situación en España mejore para que puedan volver y encontrar empleo aquí. Esta jubilada, ex dueña de una pequeña heladería, escucha atentamente a Jorge quien, con el altavoz en mano, advierte: «No saldremos en televisión, no saldremos en los medios, pero aquí estamos, plantándole cara al Gobierno».
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A él se unió hace 11 días Álex Aceituna, un madrileño de 24 años, y hace menos de una semana, se unieron otros tres, dos chicos y una mujer. Jorge asegura que son como «una pequeña familia», ahora que la suya está lejos, y en ella incluye a las ancianas que le visitan a diario y a los 'veteranos', los que están horas y horas dándole conversación para que los días no se le atraganten. «No podemos luchar en las redes, desde el sofá, sino que debemos hacerlo en la calle, todos juntos», manifiesta el joven.

El bilbaíno se mantiene fuerte, asegura, con sólo algún que otro mareo leve y esporádico. «Lo llevo mucho mejor de lo que pensaba, lo único que me preocupa es mi padre. No lo está llevando muy bien, le afecta emocionalmente, y eso le perjudica la salud», cuenta. «De momento voy a seguir, sólo quiero que él confíe en mí y me comprenda. Verle así me afecta a mí también».

Control policial

De momento, la Policía no ha supuesto un impedimento en la huelga de hambre de Jorge y compañía, aunque ahora, los agentes parecen mostrarse menos amables. «El otro día vinieron y nos dijeron con estas palabras: "Las nuevas órdenes son que no podéis tener carteles aquí"». Dice que al principio sólo les pidieron que no pegasen hojas a la estatua ecuestre de Carlos III, pero que ahora ni siquiera les permiten tener pancartas. «¿Qué quieren? ¿Qué la gente pase y piense 'mira esos tíos ahí tirados, qué harán'? Los carteles son para informar de por qué estamos aquí y por qué hacemos lo que hacemos», argumenta Jorge.

Tras una hora de discursos, palmadas en la espalda y pequeñas declaraciones de apoyo, la concentración se disuelve y se despiden con un «hasta el próximo viernes, aquí, a las 20». Ellos, en vez de bares, cierran manifestaciones.