Frente a un Oriente cristiano formado en la primacía del sacrificio, la búsqueda del bien común y la fidelidad a la tradición, Cirilo contempla en el Occidente neopagano un peculiar modelo des-civilizador que anhela el éxito terrenal, los intereses particulares y la negación del pasado; y que, no contento con ello, trata de imponerlo universalmente: «Nada genera en la sociedad rusa tantas tensiones - escribe - como los intentos por imponer una escala de valores no tradicionales, tanto en la vida personal como social, a través de los medios de comunicación y la publicidad, el consumismo y el individualismo». Contra esa «escala de valores» que el pudridero europeo trata de imponer universalmente siempre luchará el «alma rusa», mientras siga existiendo.
¿Y cuál es la genealogía de esa nefasta «escala de valores»? Cirilo lo explica muy didácticamente:
«Surge con el desarrollo filosófico y sociopolítico que comenzó con el Renacimiento y la Reforma y que concluyó con la Ilustración y las revoluciones europeas, que imponen la renuncia a la significación normativa de las tradiciones. En la base de este modelo se encuentra el llamado principio liberal, que proclama como valor supremo las libertades del individuo y hunde sus raíces en las visiones paganas del hombre como medida de todas las cosas (...). El hombre "libre" tiene derecho a deshacerse de todo cuanto lo limita y le molesta en el proceso de fortalecimiento de su "yo": se exaltan las pasiones más torpes y las ambiciones más egoístas, en aras de la identidad soberana, autónoma, independiente de todo, excepto de sí misma. Toda la estructura social debe organizarse de tal modo que se garantice la mayor realización posible de los derechos y libertades individuales».Para la tradición rusa, la única libertad digna de tal nombre (la única que dignifica al hombre) es la que es un «instrumento que ayuda a la persona a elegir moralmente y a renunciar al mal»; o sea, exactamente la contraria de la libertad consagrada por Occidente.
Y apostilla Cirilo:
«Nosotros estamos dispuestos a dialogar con Occidente, pero solamente en igualdad de condiciones, porque lo cierto es que en nuestros días nos permiten decir y predicar cualquier cosa con la condición de que no toquemos las bases fundamentales de ese modo de pensar. Sus adeptos se han arrogado el derecho de evaluar todo a partir de su propia escala de valores morales, y desean con ahínco adecuar a su modelo la variedad del mundo. Estoy completamente convencido de que Rusia debe defender en nuestros días la idea de un mundo multipolar (...), cuyos cimientos no pueden ser la unidad sin rostro en el marco de un modelo implantado a la fuerza, que obviamente conducirá a una catástrofe de civilización».Esta es la razón última por la que Rusia resulta tan odiosa en el pudridero europeo. No se dejen aturdir por la farfolla folicularia de cada día.
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