Imagen
© DesconocidoBacterias y cianobacterias
Las infecciones generadas por estos microorganismos han sido ligadas a alteraciones de la conducta como la depresión y el síndrome de Tourette. Además, según los científicos, el accionar del sistema inmune se relaciona con la memoria y la empatía.

Beth Maloney aún recuerda las primeras señales de que algo había cambiado en su hijo Sammy, un niño de 12 años que hasta el verano de 2002 se comportaba de forma totalmente normal. La mujer, residente en Maine (EE.UU.), se había divorciado y tanto ella como sus hijos estaban en proceso de mudanza, cuando Sammy empezó a cambiar. "Caminaba en el patio con los ojos cerrados, totalmente concentrado en seguir una cierta ruta. Pensé que sólo intentaba memorizar algo", dijo Beth al portal Seacoastonline.com.

Al llegar a su nuevo hogar, Sammy no quería subir al segundo piso, en lugar de caminar saltaba y todo le aburría. Sólo salía de la casa por la puerta trasera, se negaba a que las luces fueran apagadas y restregaba su cuerpo contra la pared como un animal. "Un día lo escuché mientras le gritaba a las ardillas que se callaran", agregó Beth al diario.

Al confrontarlo, Sammy dijo que sentía "una comezón" en su cabeza no lograba quitarse. El niño dejó la escuela, fue diagnosticado con desorden obsesivo compulsivo y luego síndrome de Tourette, caracterizado por movimientos repetitivos. Tras un año de terapias infructuosas, Beth recibió una llamada esperanzadora: una colega de su madre le preguntó si el niño había sido examinado por estreptococo, una infección bacterial común que provoca poco más que dolor de garganta. ¿La razón de la sugerencia? El hijo de la mujer tuvo los mismos síntomas de Sammy por 10 años antes que se descubriera que eran causados por esta bacteria, la cual desata una particular reacción de los anticuerpos: estos alteran tanto el funcionamiento de área cerebral que controla los movimientos como la liberación del neurotransmisor dopamina, generando una serie de tics y problemas emocionales.

El examen del menor dio positivo y, tras tomar antibióticos por años, sus síntomas desaparecieron. Según los expertos, este caso extremo ilustra la potente influencia que ejerce el sistema inmune, y las bacterias que lo gatillan, en la conducta humana y en síndromes como el de Tourette. En el último tiempo, la ciencia ha descubierto que el sistema nervioso y el inmune no operan como universos separados y que una alteración de las defensas del organismo puede afectar de forma dramática las conductas, los estados de ánimo e, incluso, la forma en que aprendemos.

John Bienenstock, profesor de medicina y patología del Instituto de Cerebro y Cuerpo de la U. McMaster (Canadá), explica a La Tercera que esto es un cambio masivo que se ha gestado progresivamente: el cerebro ya no es visto como un órgano aislado del sistema inmune, y hoy se sabe que los anticuerpos y otros agentes penetran sus barreras, pudiendo determinar cuán ansiosos o compulsivos somos. "El cerebro integra una calle de dos vías; el cerebro influye constantemente el sistema inmune, como ocurre en el estrés, y el sistema inmune gatilla procesos que llevan, por ejemplo, a la depresión. Es hora de poner al cerebro de regreso en el panorama general del cuerpo", dice Bienenstock, quien agrega que el estudio de este nexo podría llevar a nuevas formas de tratar alteraciones del ánimo.

La empresa Immodulon Therapeutics creyó tener una nueva arma contra el cáncer de pulmón. La idea era inyectar la bacteria Mycobacterium vaccae para estimular su sistema inmune y destruir tumores. El resultado no fue el deseado, pero sí logró otro efecto: mejorar radicalmente el ánimo de los pacientes. Según la revista New Scientist, estudios con animales muestran que esta bacteria hace que las neuronas de la corteza prefrontal del cerebro liberen grandes cantidades de serotonina, neurotransmisor que mejora el ánimo. Ahora, el siguiente paso será probar la bacteria en enfermos de cáncer de próstata: si el efecto es el mismo la empresa se enfocará en su potencial para tratar la depresión.

Graham Rook, de la Escuela de Medicina del University College de Londres (Inglaterra), dice a La Tercera que cuando el sistema inmune combate una infección libera agentes que causan inflamación y síntomas similares a la depresión. "Por eso es que la baja de ánimo es común en cuadros de influenza. Por lo tanto, terapias que regulen este mecanismo podrían aliviar la depresión. Tests con animales revelan que cambios importantes en la flora bacterial intestinal afectan la conducta y el ánimo; será muy interesante ver cuán grande es este efecto en humanos", agrega.

En 2004, neurocientíficos de la U. de Virginia (EE.UU.) examinaron la posibilidad de que un sistema inmune más robusto lograra preservar la memoria a medida que se envejece. Después de todo, señaló Jonathan Kipnis -líder del estudio- a New Scientist, las células T -que regulan las defensas del cuerpo- son las más afectadas por el envejecimiento, por lo que habría relación con la demencia senil.

Los expertos crearon ratones que carecían de células CD4, un tipo de células T, y determinaron que los roedores tenían bajo desempeño en tareas de aprendizaje y memoria. Sin embargo, el efecto se revertía al inyectárseles las células.

Si el efecto es parecido en humanos, se podrían diseñar nuevas drogas no sólo para revertir el deterioro cognitivo sino que para potenciar la memoria en personas sanas. "Si tomas a una persona muy inteligente tal vez no se la pueda hacerla aún más inteligente, pero en una persona normal podrías mejorar su memoria", agregó Kipnis a la revista. Por ahora, estudia en ratones si la técnica puede servir para tratar el síndrome de Rett, que genera una seria de trastornos conductuales asociados a células T anormales.

De forma similar, investigaciones están revelando que las citocinas -proteínas liberadas por el sistema inmune en respuesta a una infección y que generan el letargo, la falta de concentración y la falta de apetito- afectan los nervios que transmiten señales al cerebro y también juegan un rol clave en cuadros inflamatorios que llevan a la depresión. "Por ejemplo, los obesos son entre dos a tres veces más propensos a deprimirse, y su tejido adiposo es una potente fuente de citocinas inflamatorias", indicó Andrew Miller, de la Escuela de Medicina de la U. Emory, a New Scientist. Pero la acción de estas proteínas no es totalmente perjudicial, ya que expertos de la U. de California han demostrado que ciertas toxinas bacteriales estimulan la producción de un tipo particular de citocina que activa zonas cerebrales relacionadas con la empatía.

En opinión de John Bienenstock, uno de los futuros caminos a explorar es el de los probióticos, también conocidos como "bacterias amistosas" y similares a los microorganismos que habitan los intestinos humanos. "En condiciones experimentales los probióticos afectan el ánimo, la conducta y la química cerebral e interfieren con los efectos de ciertas infecciones. Así influyen en la memoria, la ansiedad y las conductas depresivas. La evidencia de su acción en el sistema inmune por ahora es limitada pero hay mucho interés en su estudio", afirma a La Tercera.