Entre los más antiguos investigadores del lenguaje se encuentran aquellos filósofos que iniciaron antiguas tradiciones místicas, algunas tan remotas, como la llamada escuela Yin-Yang, en China, cuyos primeros orígenes se escapan de la historia conocida y se adentran en la leyenda. Lo que estos antiguos místicos descubrieron fue que el lenguaje pese a su gran utilidad para la comunicación y el conocimiento, se convertía en un arma de doble filo, una herramienta que ya no dejaba tu mente en paz, puesto que su dinámica de opuestos propiciaba una cadena interminable de categorías y, en última instancia, dicha cadena que fragmenta nuestra percepción y análisis de la realidad, era la causante de males psicológicos y sociales.

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En las diferentes tradiciones místicas, la búsqueda de esa Unidad, es decir, la realización del pensamiento del ser humano exento de la dualidad del lenguaje, trataba de recuperar a ese ser humano con su plena capacidad, sin la injerencia lingüística, la búsqueda de un sentir ancestral y primigenio del hombre cuyo pensamiento aún no estaba atrapado por la estricta complementariedad del lenguaje.

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El lenguaje

La genuina acción del lenguaje sobre nuestras mentes tiene una pronunciada e indiscutible influencia a la hora segmentar, dilucidar y objetivar los fenómenos que ocurren a nuestro alrededor. Sin embargo, una vez asumidas las primeras bases del lenguaje, toda la actividad cognitiva queda subsumida a su influencia dificultándonos y haciendo casi imposible el pensamiento sin él.

El lenguaje deviene de forma lineal en su explicación de los hechos, es una de sus principales características, otra sería la acción comunicativa, y donde ejerce todo su potencial es en la generación de conocimiento sobre la base de una dualidad lógica de opuestos. Cuando pensamos en los organismos vivos no podemos evitar contrastarlo con lo no vivo, con lo inorgánico. Desde de la concepción de nuestros cotidianos días y noches hasta las fundamentales fuerzas del universo podemos comprobar que nuestro conocimiento disecciona cualquier fenómeno de la realidad deduciendo e induciendo su dualidad, creando una herramienta lógica cuyo perfecto engranaje nos permite seguir avanzando en el conocimiento.

Su efecto sobre nuestra cognición y visión del mundo es igualmente fructífera, nos ofrece poder gestionar nuestro mundo interior categorizando ideas y marcando proyectos que nos sintonicen mejor con el mundo circundante. Para ser más ilustrativos en este aspecto, podemos imaginar el lenguaje como una cámara fotográfica que captura imágenes estáticas de lo que en realidad son esos continuos procesos que observamos en la realidad. A esas imágenes estáticas, que no son más que los patrones y características de los fenómenos, no la cosa en sí, el lenguaje le otorga la categoría de ser, 'es un coche', 'es una silla', de esta manera permite trabajar fácilmente con el concepto llamado entidad y crear incluso metaconceptos. Esto ha resultado muy útil al ser humano para detallar un mundo creado por él mismo y donde asentar sus creencias y modo de vida.

Pero el lenguaje, pese a ser esa gran herramienta con la que obtener y elaborar nuestros conocimientos, también se convierte en un gran condicionante para la mente. Una vez que el lenguaje se ha puesto en marcha ya es imparable, omniabarcador y autocomplexivo. Tanto es así que, incluso, nos hace concebir cosas puramente mentales y abstractas metiéndonos en un verdadero atolladero filosófico, por ejemplo, cuando pensamos en la 'existencia' nos surge por igual la idea de la 'no-existencia'. Y por más que no tenga sentido, puesto que si algo no existe no se puede conocer y ni tan siquiera debiera alcanzar el rango de ser algo, no obstante, el lenguaje nos permite deducir y concebir su abstracción y asignarle significados altamente intuitivos.

La mística

Seguidamente, haré una sucinta selección de textos que ilustran la idea que propongo. Una de las tradiciones místicas más loables por su profundidad y originalidad fue la que se produjo en China cuando se fusionaron el budismo y el taoísmo, allá por el año 520, a partir de la llegada de Bodhidarma a China, considerado el primer patriarca Zen, se continúa una línea ininterrumpida de patriarcas y maestros hasta el siglo IX, cuando el emperador taoísta Wu Tsung persiguió el budismo. De esta mezcolanza nació el Chan, más conocido por su nombre japonés, Zen. En esos tiempos, los monjes budistas zen hablaban indistintamente tanto del satori o Nirvana budista como del Tao.

El maestro zen Tai Hui decía así:
"Deberíais saber que entráis en el Tao por los sentidos, y también que son los mismos sentidos los que os impiden entrar en él. ¿A qué se debe esto? Proveeros de la espada de doble filo, que destruye y resucita la vida allí donde se encuentra lo que habéis descubierto por los sentidos, y podréis hacer buen uso de ellos. Pero si os falta la espada de doble filo que destruye y resucita, todos los objetos de los sentidos serán una enorme piedra donde tropezaréis, cayendo a tierra una y otra vez."
Y ¿qué es aquello de lo que aconseja proveerse? Obviamente, de la consciencia de utilizar un lenguaje diseccionador. Para ejemplarizar cómo hacer un uso del conocimiento que nos da el lenguaje, para luego descartarlo una vez utilizado como herramienta, nos ilustra este texto:
Un monje le preguntó al maestro zen Hui Hai:
-- ¿Por qué no nos permites recitar los sutras?
-- Lo que enseño contiene palabras llenas de significado y no simples palabras, pero lo que dicen las gentes ordinarias son simples palabras y no tienen ese sentido. Los que conocen el significado, han ido más allá de las palabras desprovistas de sentido; los que poseen una razón penetrante han sobrepasado la letra. La enseñanza misma es más que palabras y letras. ¿Por qué entonces la buscaríamos en las palabras y las frases? El que ha despertado a la iluminación alcanza el significado y olvida las palabras: penetra en la razón y deja tras de sí la enseñanza.
El principal problema que enfrentaban los místicos era cómo expresar con palabras, o sea, con el conocimiento, aquella unidad que no requería palabras ni del conocimiento que de ellas de deriva. Existía una contradicción de fondo. De ahí que las alusiones a esta unidad podían ser notoriamente contradictorias. Aludiendo a la característica fundamental del lenguaje que es el conocimiento, en el mismo Tao Te King también lo expresan de esta manera:
Conocer es no conocer
y no conocer es conocer
Bajo el mismo ángulo de visión, también lo expresan en uno de los Manuales de Meditación descubiertos entre los escritos de la civilización Tang, datados en el siglo octavo y conservados en Tun Huang, al oeste de China, llamado "Tratado sobre la Escuela del Gran Vehículo, de la Verdadera Iluminación Repentina, que abre la Mente y Revela la Naturaleza de la Realidad". Dice así:
Pregunta: Si deseamos entrar en el Sendero, ¿qué Dharma [enseñanza] deberíamos practicar, qué Dharma buscar, qué Dharma experimentar, que Dharma lograr, a fin de proseguir hacia la Iluminación?

Respuesta: Ningún Dharma es estudiado y no hay búsqueda ninguna. Ningún Dharma es experimentado, y no hay ningún logro. No se despierta a ningún Dharma, y no hay Sendero que pueda cultivarse. Esto es la Iluminación.
Esto parece enrevesado, por un lado te ofrecen como base la enseñanza y por otro le niegan su valor, sin embargo, desde el punto de vista que lo estamos viendo tiene su lógica. Si tu objetivo es hallar un estado sin el conocimiento propio del lenguaje, utilizar el lenguaje para ello se convertía en algo difícil a fin de evitar el 'intelectualismo' derivado de preguntar ¿y ese estado qué es? ¿cómo se llega? y las recurrentes respuestas cognoscitivas... Por eso recurrían al desconcierto de romper toda razón discursiva y preferían la contradicción y el simbolismo. Nada más que empezar el Tao Te King se señala:
El Tao que se puede discurrir no es el Tao permanente.
El nombre que se puede nombrar no es el nombre permanente.
Sin nombre es el origen del cielo y la tierra.
Con nombre es la madre de todas las cosas.
Estos dos aspectos son una misma cosa que, en su desarrollo,
recibe los distintos nombres.
Juntos son el misterio, la puerta hacia la sabiduría.
El tercer patriarca zen, Seng Tsan (m. 606), aunque se conoce poco de su vida dejó un largo poema titulado "Inscrito en el espíritu del creyente", donde expresa de forma bellísima la dualidad que encadena al hombre, además de hacerlo con ese cierto 'aroma taoísta' de los primeros tiempos. Como es muy largo, extraigo aquí algunos versos, los que quieran leerlo entero pueden verlo aquí:
Cuando la unidad de las cosas no es comprendida hasta el fondo,
el error se manifiesta de dos maneras:
El rechazo de la realidad puede llevar a su negación
y el detenerse en el 'vacío' puede llevar a una contradicción consigo mismo.
Frases huecas, juegos del intelecto,
cuanto más nos entregamos a ellos más nos perdemos.
Alejémonos de ellos
y no habrá lugar por el cual no podamos pasar libremente.
Conforme las tradiciones místicas se van acercando a occidente, donde las creencias religiosas se vuelven más monoteístas, sostener tales visiones místicas se hacía peligroso, puesto que tales religiones imperaban en la cultura y el poder y la represión podía ser, a veces, mortal. La solución a este problema fue la de modular la expresión de forma poética. La Unidad es representada por el Dios propio de la creencia y su relación con él asume tintes de simbolismo cuasi-eróticos. Este es el caso de otra de las grandes tradiciones místicas, el sufismo. Ibn Arabi, posiblemente el más respetado en la mística musulmana, expresaba así la unidad:
Cuando aparece mi Amado,
¿con qué ojo he de mirarle?
Con el suyo, no con el mio,
porque nadie le ve, sino él mismo.
La obra más divulgada de Ibn Arabi es una colección de Odas titulada "El intérprete de los deseos", una poesía místico-amorosa que le toma medida a "El Cantar de los Cantares" de la tradición hebrea, y su estilo y carácter, es obvio que más tarde influyó fuertemente en célebres místicos de la tradición cristiana como San Juan de la Cruz, Santa Teresa de Ávila y Fray Luis de León. Sin embargo, Ibn Arabi también escribio una pequeña obra titulada "Tratado de la Unidad" de carácter más sobrio y de una profundidad incontestable, donde expresa insistentemente a lo largo de toda la obra esta Unidad, representada por su dios Alá, de esta forma:
Lo que quiero decir es que tú no eres, o posees tal o cual cualidad, que no existes y que no existirás jamás, ni por ti mismo, ni por Él, en Él o con Él. Tú no puedes cesar de ser, porque no eres. Tú eres Él y Él es tú, sin ninguna dependencia o causalidad. Si alcanzas a reconocer en tu existencia esta cualidad de la nada, entonces conoces a Alá. En otro caso, no. (párrafo 1.1.9)
Más adelante en esta misma obra, vuelve a expresar esta idea de Unidad descartando toda posible dualidad cognoscitiva del lenguaje:
" 'El que conoce' y 'lo que es conocido' son idénticos, e igual ocurre con 'el que llega' y 'aquel al cual se llega'; 'el que ve' y 'lo que es visto'. Son idénticos. 'El que sabe' es Su atributo. 'Lo que es sabido' es Su sustancia. Porque la cualidad y el que la posee son idénticos. Tal es la explicación de la fórmula 'Quien se conoce a sí mismo, conoce a su Señor' [...] El que puede comprender esto, total y plenamente, está exento de la más grande de las idolatrías." (párrafo 2.2.1)
Al cristianismo, aún más proclive a mantener una sola interpretación religiosa, no le sentó muy bien las palabras del dominico Maestro Eckhart (1260-1328), de hecho, fue acusado de hereje al final de su vida y un año después de su muerte, el papa Juan XXII declaró heréticas algunas de sus proposiciones. Él expresaba la Unidad en su sermón 'Dios y yo somos uno' usando una contundente lógica en sus formas:
"¿Qué es la vida? El ser de Dios es mi vida. Si por tanto mi vida es el ser de Dios, entonces el ser de Dios tiene que ser mi ser y el ser esencial de Dios mi ser esencial, ni más ni menos."
Podrían encontrarse miles de ejemplos más a lo largo de todas las tradiciones místicas donde este sentimiento de Unidad se repite una y otra vez. Obviamente, más o menos ocultas bajo categorías de ser divinas. Pero lo cierto es que, existe un sentimiento universal y espiritual que florece como una sensación de pérdida, la pérdida de ese pensamiento primordial no verbalizado, no conocido, pero que late dentro de cada uno de nosotros.

Relacionados:
- Línea histórica del Budismo Zen .
- Hsin Sin Ming, el poema de Seng Tsan .
- Maestro Eckhart, la Cumbre Mística de la Cristiandad .

Referencias:
- «El Tratado de la Unidad», traducido y comentado por Roberto Pla. Editorial Sirio, 1987.
- «La Mística: Presencia y Ausencia» texto de Antonio Flores, Pbro., liminar de Angel Valente. Edita Instituto de Estudios almerienses, 1987
- "LA AURORA DEL ZEN" Editorial Sirio (1988)
- "INTRODUCCIÓN AL BUDISMO ZEN" Edit. Barral. (1972) M. Antolín y A. Embid
- LOS TRES MANUALES DE MEDITACIÓN, Datan del siglo VIII, redescubiertos entre los escritos de la civilización Tang, conservados en Tun Huang, al oeste de China.