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© Magda Hernández
La periodista Lydia Cacho, invitada al Hay Festival, recorrió 46 países y desentrañó el negocio.

Uno preferiría que no existiera este libro. O al menos que fuera historia. Pero Esclavas del Poder, un viaje al corazón de la trata sexual de mujeres y niñas en el mundo, existe y está más que presente. En este momento hay 200.000 esclavas sexuales en Vietnam, niñas de diez años en Tailandia y Camboya que son forzadas a practicar el "yum yum" (su manera infantil de entender el sexo oral) con seis o siete hombres durante cada día del año, sin contar casos como el de una adolescente de Ciudad Juárez (México) que luego de escapar de su cautiverio dio testimonio de las 6.570 veces que fue forzada a tener sexo.

La investigación realizada por la periodista mexicana Lydia Cacho no es un capricho de feminista, dado su reconocido interés por defender los derechos de las mujeres. Luego de viajar durante casi cinco años por 46 países, en muchos de ellos de incógnita, con nombre falso, vistiéndose como monja, hablando con fuentes que luego fueron asesinadas y exponiéndose al peligro de las temerarias mafias chinas y japonesas, realiza una denuncia que revela el entramado perverso del negocio de la trata sexual, vinculado con el de las drogas, las armas, el blanqueo de dinero y la maquila.

Cacho traza rutas, como Argentina-México, destapa realidades, como el ocultamiento de la esclavitud sexual en Israel y Palestina con ese halo moral como si allá eso no ocurriera, descubre atrocidades, como el odio hacia las mujeres en Birmania y Camboya, voltea situaciones, como el supuesto gusto de las geishas por ser prostitutas de lujo, y revela cómo operan las mafias chinas, así como la complicidad estatal del negocio en Turquía. Aunque no solo allí.

Quienes narran sus historias es porque lograron escapar. No es el caso de todas. "Nos ordenó que comiéramos. Todas teníamos mucha hambre y devoramos un curry de pollo con arroz. Todos nos miraban allí parados. Cuando acabamos, Yi Mam repitió lo que el hombre decía, y nos dijo que lo que acabábamos de comernos era el cuerpo de Muñeca, y que si alguna quería escapar, la cortarían en pedazos y las otras se la comerían. Todas enfermamos esa noche, yo creo que de miedo. Meses después, un cliente de Bélgica vino tres noches seguidas y me dijo que se había enamorado de mí. Era muy cuidadoso, y no me lastimaba tanto. No sé si me compró, pero el primer año no salí ni a la ventana. Todavía tengo miedo de que me maten y me corten en pedazos. Nunca más he comido carne desde ese entonces". Es la narración de Qui, una joven de 17 años de Camboya.

"Esa noche me morí. Era el 21 de abril de 1989. ¿Quién soy desde aquel entonces, hasta hoy, en 2007? No lo sé, lo único que sé es que soy una criatura de Dios. Durante 24 horas unos 40 hombres me violaron de todas las formas posibles. Uno de ellos tenía una fijación con las niñas, me cargó y me arrullaba como si fuera un bebé, como un psicópata. Era calvo, musculoso, y con el típico tatuaje en todo el cuerpo de los yakuzas. Las cosas que me sucedieron durante los tres días siguientes dentro de esa suite son inconcebibles para la mayoría de los seres humanos. Algunos me introdujeron objetos, tuve hemorragias. Hasta la fecha, las cicatrices que me dejaron en los genitales me impiden ser madre". Esto lo describe Rodha, víctima de la mafia yakuza japonesa.

La confusión radica en creer que las mujeres y niñas que están en esta situación lo hacen por gusto y lo disfrutan. Al fin y al cabo son putas, dirán muchos. No es tan cierto. Según organizaciones, solo en Rangún (Birmania), hay entre 5.000 y 10.000 mujeres obligadas a ejercer la prostitución para vivir y la Coalición contra la Trata de Mujeres (CATW), muestra que 200.000 mujeres y niñas de este país han sido traficadas a Karachi (Pakistán), para ser vendidas como esclavas sexuales. El resultado: el Banco Asiático de Desarrollo ha informado que el 25 por ciento de estas mujeres, forzadas a la prostitución, son portadoras del VIH, y no cuentan con atención médica adecuada.

Las mujeres, para protegerse, aprender a usar su gracia y belleza. Cacho cuenta que en una de sus visitas a centros de atención femenina ve a May, de nueve años, de la que le sorprende su precoz coquetería. "Se mueve con una sensualidad que sólo se ve en niñas que han sido víctimas del abuso. Las pequeñas saben que más vale aprender a seducir: una vez conocen los códigos, los tratantes y los clientes las maltratan menos. Fueron entrenadas para ser prostituidas, lo saben. No comprenden por qué, pero a los nueve o diez años aseguran que nacieron para eso. Las psicólogas trabajan para desactivar el discurso impuesto a tan temprana edad. El reto es monumental, pues el desarrollo hipersexualizado de la personalidad y la erotización constante impide barreras de protección, y evita que comprendan los límites para acercarse a otras niñas y adultos".

El negocio

"Poco a poco descubrí que en todas las ciudades del mundo en las que hay maquiladoras chinas existe la trata de hombres, mujeres y niñas -explica Lydia Cacho - (...) las tríadas chinas (un tipo de mafia) se han convertido en las especialistas en crear circuitos internacionales para la clientela del turismo sexual infantil y juvenil. Han establecido las preferencias de sus consumidores en el mundo: apostadores que gustan de la prostitución y hombres de negocios que necesitan mano de obra barata de personas que no conozcan el idioma y sean incapaces de defender sus derechos en los países a los que son trasladadas para trabajos forzados, en particular, en maquiladoras y prostíbulos. Solamente entre 2000 y 2008 se incrementó en un 300 por ciento la apertura de casas de masaje asiático legales en México, un negocio que era prácticamente inexistente en este país".

Las mafias, según explica Diego Gambetta, profesor de sociología de la Universidad de Oxford y autor de el libro The Sicilian Mafia, The Private Business of Private Protection, usan su violencia para operar como un escudo protector de los negocios peligrosos: para asegurarle al tratante que su 'mercancía' (mujeres y niñas de todo el planeta) llegue a su destino sin intromisión policial; para asegurar el tránsito de armas o droga de un país a otro; para evitar que la ciberpolicía le estropee el negocio a un pornógrafo infantil; para crear rutas tan limpias que el dinero quede blanqueado sin rastro del delito.

A pocos les importa seguir la ruta del sexo forzado. Algunos insisten en que la economía de su país se vendría al piso sin los ingresos del turismo sexual. Cacho muestra casos de complicidad estatal y el doble discurso de la prostitución legal como manifestación de libertad. En el medio, mujeres y niñas que, queriendo mejorar sus vidas, compraron el sueño de irse a modelar en un país lejano, sin saber que estaban adquiriendo la deuda de su futura esclavitud. Mejor el silencio, dice la mayoría. Muchos, menos Lydia Cacho.