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La caída del régimen de Mubarak en Egipto es cuestión de tiempo, quizá de horas. Durante 30 años su régimen ha vulnerado los derechos humanos y no ha respetado las libertades, en especial la libertad religiosa. En su estrategia ha estado enfrentar a cristianos y musulmanes. Desde Occidente se le ha considerado como el mal menor y ha sido apoyado militar y estratégicamente por Estados Unidos. Pero la situación que ha creado, como estamos viendo estos días, es insostenible. Hay preocupación porque una mayor democracia en el país sea la ocasión para que los Hermanos Musulmanes, formación de corte integrista, tomen el poder. Que un gigante como Egipto, factor decisivo en Oriente Próximo, caiga en manos del integrismo sería una catástrofe.

Por eso algunos ven con esperanza que sea El Baradei el que conduzca la transición. Pero El Baradei es un hombre que cae como un paracaidista, el pueblo lo ve lejano a sus preocupaciones. Líderes sociales e intelectuales que participan en la protesta, defensores de la libertad de los cristianos, están denunciando que Occidente no puede cometer más errores, como el de apuntalar a Mubarak o apoyar soluciones que estén contra la base popular por temor al islamismo. Señalan que el riesgo de un mayor protagonismo de los Hermanos Musulmanes no es real. El problema es tan decisivo que no conviene dejarse llevar por esquemas preconcebidos. En todo caso la libertad religiosa de los 10 millones de cristianos egipcios va a ser el test de si la solución es positiva para Egipto y para la zona.

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