Experimentar envidia, rabia, tristeza o ira es tan natural como respirar. Existen determinadas emociones que son inherentes a la condición humana, aunque en algunas ocasiones nos avergüence experimentarlas. Rechazar o no saber expresarlas puede llevarnos a situaciones de ansiedad muy elevada.

gestion emocional
© Desconocido
Querer controlar lo que sentimos en todo momento es una batalla perdida de antemano por mucho que nos empeñemos. Aunque bien es cierto que hay que tener cuidado con aquello que hacemos y decimos cuando estamos bajo los efectos de una emoción porque eso si es nuestra responsabilidad.

Así, barajar la posibilidad de que no todo va a suceder como esperamos es una buena idea para no frustrarnos y dejarnos invadir por el malestar, en lugar de enfadarnos o deprimirnos por lo que escapa a nuestro control. De esta última forma, solo perdemos energía y tiempo. Como vemos, la buena noticia es que aunque no podamos controlar las emociones que sentimos, si podemos controlar qué hacer con ellas. Profundicemos.

Las emociones tienen una función adaptativa

Las emociones guardan un profundo mensaje: indicarnos que algo está ocurriendo en nuestra vida y que en algunos casos tenemos que solucionar. Por ejemplo, la ansiedad nos avisa que un peligro está cerca y la tristeza que se ha producido una pérdida que tenemos que asimilar. La cuestión es aprender a descifrarlas para conocernos y actuar en consecuencia.

Toda emoción es útil, por ello no tendríamos que luchar en contra de ellas, ya que es preciso y necesario que las sintamos, comprendamos y escuchemos. Solo así, seremos capaces de generar las estrategias adecuadas para afrontar con éxito los problemas y dificultades que vayan surgiendo.

Como vemos, no debemos asustarnos cuando experimentemos emociones negativas como la tristeza, frustración o envidia, ya que si sabemos enfocarlas nos ayudarán a manejar el problema presente en nuestra vida y en definitiva, a mejorar. Ahora bien, si la intensidad de estas emociones negativas cada vez es mayor y llegamos al punto de no saber gestionarlas, lo adecuado sería acudir a un profesional que pueda ayudarnos para evitar dañar nuestras relaciones y a nosotros mismos.

Por otro lado, no podemos olvidarnos de las emociones positivas, siendo la más potente de ellas la alegría. Este tipo de emociones son adaptativas, siempre y cuando se expresen en términos equilibrados. Su mensaje es informarnos de que nos encontramos en un momento que nos beneficia y produce bienestar.
"La persona inteligente emocionalmente tiene habilidades en cuatro áreas: identificar, usar, entender y regular emociones".
- John Mayer
¿Cómo podemos autoregularnos emocionalmente?

No hay una receta mágica con la cual saber cómo debemos experimentar nuestras emociones. Lo que sí está claro es que renegar de ellas o intentar controlarlas nos lleva a estados emocionales alterados que no nos hacen bien. Nuestro afán de ser personas perfectas nos aleja de ser personas reales. No somos robots, ni superhumanos, somos personas y las personas sentimos todo tipo de emociones.
"Cuando digo controlar las emociones, quiero decir las realmente estresantes e incapacitantes. Ser emocionales es lo que hace a nuestra vida rica".

- Daniel Goleman
Como hemos visto, cuando nuestras emociones se vuelven demasiado intensas o duraderas es porque algo está fallando en nuestro modo de experimentarlas. Quizás sea porque estemos tratando de controlar lo incontrolable y probablemente estemos diciéndonos que las cosas tendrían que ser de otra manera. Pero las cosas no van a ser como nosotros queremos, ni las personas van a comportarse siempre de acuerdo a nuestros valores y principios. Esto debemos tenerlo claro.

Lo único que está bajo nuestro control es la forma de gestionar aquello que sentimos y para ello, lo primero que tenemos que hacer es identificarlo. Luego, reflexionar sobre cómo dirigirlo de la forma más sana para nuestro crecimiento personal, es decir, practica la responsabilidad emocional.

Así, dependiendo de la situación experimentaremos una u otra emoción. Ahora bien, elegir qué hacer con ellas es nuestra responsabilidad y el puente hacia nuestro bienestar emocional. Porque no se trata tanto de elegir qué sentimos sino cómo gestionarlo.