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A la larga suena bien que el ejecutivo actuase como indica el más elemental y plausible sentido común, pero no debe olvidarse que en fin de cuenta fue la autoridad rectora de la educación la que autorizó que los escolares no sólo aprendieran en dichos textos las materias incluidas en el programa oficial de enseñanza, sino a la vez, con imágenes a todo color, como llegar a ser en el futuro desenfrenados consumistas.

El por ahora fallido intento de evidente condicionamiento temprano de las mentes parecen conciliarse con aquellas pautas de la llamada escuela económica ultra liberal de Chicago introducidas intensamente en los tiempos de Pinochet, tendiente a convertir a los seres humanos en inermes piezas de las fuerzas ciegas del mercado.

Sólo que esta vez por lo visto los animadores del diabólico proyecto para el largo plaza, no tuvieron en cuenta la previsible presencia de sensatos reparos, como el expresado, al igual que de parte de otras conocidas figuras del país, por la presidenta a de la comisión de educación de la Cámara Baja: "La publicidad infantil supone tratar a los niños como consumidores antes que como niños... la publicidad para niños es una aberración del sistema".

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