Traducido por el equipo de Sott.net en español

Un arancel del 25 por ciento para los productos chinos que llegan a los EE.UU. Eso será suficiente, si uno quiere desconectar la economía holográfica de Estados Unidos. Durante unos treinta años ha funcionado así: China nos enviaba un volumen masivo de productos terminados y los pagábamos con un volumen masivo de bonos del Tesoro de los Estados Unidos a tipos de interés cada vez más bajos. Un gran trato para nosotros mientras duró. O eso parecía.
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Eventualmente, China se dio cuenta de la estafa y comenzó a liquidar sus tenencias de bonos estadounidenses para comprar oro y otros bienes reales como derechos mineros africanos y tierras agrícolas, petróleo iraní e instalaciones portuarias en rincones estratégicos del mundo.

Ahora, obviamente, China ha diseñado una política para disociarse lo más posible del fraude comercial perdedor con nosotros y reemplazar el mercado estadounidense de manera incremental con cualquier base de clientes que pueda obtener del resto del mundo. La iniciativa Un Cinturón Una Ruta para unir físicamente a China con Asia Central (y más allá) con líneas de ferrocarril y carreteras a través de algunos de los terrenos más prohibitivos de la Tierra fue una parte frontal del plan, que desafortunadamente financiamos comprando todo lo que enviaron aquí durante décadas, y dándoles el tiempo para completar ese colosal proyecto.

Comprar todas esas tostadoras, tumbonas, zapatillas de deporte, tornillos para roca, despertadores, mazos de croquet... Bueno, lo que usted diga, naturalmente hizo que fuera poco económico que Estados Unidos hiciera lo mismo, con todo nuestro tonto apego sentimental a los salarios de los sindicatos, jornadas laborales de ocho horas, y a las normas de contaminación, así que dejamos que las luces se apagaran y los techos se derrumbaran, y aceleramos la economía "de carácter financiero", con Wall Street convirtiendo la generosidad de la Reserva Federal en un universo alternativo de estafas de hallar la canica bajo tres vasos, usando derivados de múltiples capas de promesas de préstamos a pagar (que tienen escasas perspectivas de que alguna vez se les devuelva el dinero).

El resultado fueron dos Américas: la hipsterocracia de las élites costeras y los deplorables suicidas de Sobrevolandia [NdT: En inglés, "Flyoverland", un término despectivo para referirse al Estados Unidos de tierra adentro, cultural y políticamente distinto del Estados Unidos costero liberal, y sobre el que los liberales "sobrevuelan"].

La hipsterocracia se sustenta en las alucinaciones manufacturadas de la economía holográfica, es decir, en la producción de imágenes, psicodramas televisivos, narrativas de los medios de comunicación, concursos de estatus, campañas de relaciones públicas, maquinaciones de bufetes de abogados, ceremonias de entrega de premios y otros sistemas de señalización para mantener la ilusión de que la economía financiada lo tiene todo bajo control a medida que nos transformamos en un nirvana de la búsqueda de placer de la ultra-alta tecnología y el ocio sin fin.

Mientras tanto, en Sobrevolandia, los hologramas ya no se venden tan bien. Nadie tiene el dinero para pagar por ellos, ni siquiera los que están comprometidos con los imperios neofeudales de Walmart y Amazon. Los niños siguen naciendo, aunque es casi imposible para un hombre mantenerlos, y cada vez más los padres simplemente salen de escena. Las mujeres fermentan en la desesperanza de las madres solteras. Los niños se vuelven más salvajes con cada generación. Todas las oportunidades económicas restantes se desvían de nuevo a las fábricas de compra de acciones de la Costa en Otro Lugar. Incluso el cultivo de alimentos fuera de la tierra se convirtió hace mucho tiempo en una actividad del Gran Negocio Agrícola basada en prácticas sin futuro. Y ahora el clima primaveral se está ahogando y está llevando a las granjas corporativas a la bancarrota.

Las dos Américas han convertido un sistema político anteriormente viable en un tribunal de divorcio y durante los últimos tres años no ha salido nada de valor de esa negociación, excepto más quejas y animadversión mutua. La hipsterocracia, ebria de cerveza artesanal, ha concentrado su producción de hologramas en una extravagancia operística de melodrama racial y sexual y en la estupendamente y deshonesta campaña para vilipendiar al campeón de los deplorables, el Sr. Trump. Si originalmente esto fue diseñado para desviar a los deplorables de sus lesiones económicas, en realidad tuvo éxito en enfocar su energía menguante en ira y rabia justa contra aquellos que hipotecaron su futuro.

Mientras escribo, los mercados de valores han abierto en lo que parece ser el comienzo de una semana muy mala; aparentemente una reacción a las fallidas conversaciones sobre el acuerdo comercial del Sr. Trump. Cuando estos mercados vayan enfáticamente cuesta abajo, tanto Wall Street como su subsidiaria del mundo hipster se verán reducidos a su propio infierno especial de deplorabilidad. La realineación que emerja de ese desorden impío será la sorpresa de nuestras vidas.