Frente a la pluralidad de civilizaciones y culturas, no debemos ser ni relativistas, ni absolutistas, sino jerarquizantes.

bien y mal
© Desconocido
Inconsistencias lógicas del relativismo:

El relativismo pretende ser una verdad absoluta. Ergo, se contradice en sus mismos principios:

1. Si todo es relativo, el relativismo también debe serlo. Si el relativismo es relativo, se autoanula y deja espacio para lo absoluto.

2. Si no todo es relativo, entonces existe lo que no es relativo: lo absoluto.

En ambos casos lo absoluto es un hecho.

Lo relativo no podría subsistir sin una base absoluta que lo posibilite: lo particular no existe sin lo universal ni lo parcial sin lo total.

El relativismo o la tendencia a relativizar todo es irracional y no tiene asidero en la realidad. Ha sido promovido por el marxismo cultural con el objetivo de desestabilizar todas las bases y principios de la cultura occidental.

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La afirmación «todo es relativo excepto lo que no lo es» implica contradicción. Puesto que la palabra «todo» incluye todo, «lo que no lo es» no podría existir, porque estaría incluido en ese «todo» que es relativo. De no existir, se aceptaría que todo es relativo, sin excluir a aquello que no lo es. Y esta última afirmación, «todo es relativo», es lógicamente inconsistente y fue refutada inicialmente.

Lo absoluto y lo particular; lo universal y lo relativo; y en qué sentido debe entenderse lo que es relativo

Las críticas anteriores de este texto se dirigen al relativismo global, no al relativismo local. Sin embargo, considero que este último se origina, también, en un error de percepción.

¿Por qué? No porque los elementos involucrados en el entramado de la existencia y, con mayor razón, en sus aspectos específicos, no sean relativos en el sentido original y no tendencioso del término, sino por la perspectiva errónea desde la cual se los aborda y se malentiende lo «relativo».

¿A qué me refiero? Absoluto en sentido estricto y total solo puede serlo un Principio único. No podrían existir dos entidades absolutas porque en el punto donde se excluyen yacería su límite, en el punto en el que se definen como lo que son respecto de la «otra». Donde existe multiplicidad existe límite, aquello que separa a una entidad de la otra y la define, y por ende lo que se supedita a la multiplicidad no puede ser absoluto. Solo lo que está libre de lo múltiple, pero que al mismo tiempo lo abarca, es absoluto en un sentido estricto. A partir de este Principio unificador de la existencia, se despliegan los diversos elementos de la misma, todos relativos respecto del Principio absoluto, ordenados en gradación de menor a mayor grado de relatividad según su proximidad o distanciamiento del mismo. Si bien los elementos constitutivos a la realidad son relativos al Principio absoluto, este no es relativo a ellos.

¿Por qué considero que el relativismo local yerra? Porque no concibe lo relativo en su acepción original, en el sentido en que lo comprendían clásicos como Platón y Aristóteles, quienes reconocían la existencia de lo relativo en su justo lugar, sino en una acepción novedosa que carece de lógica. El término «relativo» deriva del vocablo latino «relativus» que significa «tener una relación», y alude a aquello que es dependiente de otra cosa y se encuentra interrelacionado con ella en un orden de relaciones mayor, es decir, a aquello que se da «con relación» a otro u otros elementos y que por ende se ajusta a un ordenamiento. No alude, como se ha pretendido en los últimos tiempos, a aquello que es «arbitrario», «sin razón de ser» y «subjetivo», en definitiva, a aquello que «no responde a ningún orden».

Agrego que del reconocimiento de lo relativo no se deriva, como pretenden algunos, que todos los elementos relativos sean «iguales», ora en naturaleza, ora en valor, al punto de forjarse así un erróneo «igualitarismo» de lo relativo. Lo relativo tampoco se exime del análisis y de la crítica: se puede examinar y criticar lo relativo, y el hecho de que sea relativo no lo exime de la aprobación o censura como si se tratase de un dogma inexpugnable. Distinto es admitir la multiplicidad relativa en su sentido original, que deriva de una base o Principio único y absoluto, a incurrir en aquella filosofía propulsora de la arbitrariedad y el igualitarismo que aborda tendenciosamente los aspectos relativos de la realidad.

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No debemos confundir el relativismo posmoderno, propulsado por el marxismo cultural y la escuela de Frankfurt, cuya noción de lo relativo es tendenciosa, rehúye toda idea de orden y niega la existencia de un principio absoluto que posibilita el ordenamiento relacional de lo relativo, con la aceptación de los múltiples elementos relativos de la realidad en su justo lugar y sustentados por un principio absoluto unificador, como lo sostenían los clásicos y otros filósofos anteriores entre los que se incluye Heráclito.

Ajustándole unos tornillos al relativismo moral

Ahora bien, cabe agregar, además, algo: el hecho de que la «moral» sea «relativa», en el sentido original de este término y no en el que actualmente se le brinda, no implica que todas las formas de moralidad sean igualmente válidas, ni igualmente útiles, ni igualmente buenas, ni mucho menos nos compromete a aceptarlas todas ellas, puesto que unas se encontrarán más distantes del Principio y otras más próximas, y puesto que nuestro criterio, nuestra valoración y nuestra sensibilidad juegan un rol esencial en lo que aceptamos y en lo que rechazamos.

Añado que el hecho de que algo sea relativo no implica que no pueda ser, también, en cierto aspecto, universal: así, la condición humana es relativa a la humanidad y por ende no es aplicable a la condición felina o vegetal, y su relatividad se verifica en aquello a lo que excluye, es decir, en todo lo que no es humano; y, no obstante, la condición humana es universal a la humanidad, con relación al universo humano, y su universalidad radicaría en aquello a lo que incluye o aquello respecto de lo que es universal.

Considero que hay que saber dudar y abordar lo que percibimos con una mirada crítica, lo que implica que también debemos ser críticos con el pensamiento vigente, en el que cabe incluir al relativismo actual, y dudar de su veracidad si encontramos que esta no es convincente. La verdad se halla presente en muchas formas y en diversos grados, y preciso es aprender a reconocerla en sus variantes formales y a distinguir en qué grado son verdaderas.

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Los colores son muchos: verde, azul, rojo, amarillo, etc. Sin embargo, todos ellos, más allá de las particularidades que los distinguen, comparten una esencia común que permite designarlos con una sola palabra, «color». Los números son infinitos: uno, dos, tres, cuatro, etc. Sin embargo, a todos ellos, pese a su especificidad, subyace una esencia compartida que permite considerarlos bajo el mismo término de «número». Las notas musicales son varias: do, re, mi, fa, etc. Sin embargo, por encima de su condición única que las diferencia, comparten una naturaleza común que permite englobarlas bajo la idea de «nota musical». Del mismo modo, existe una diversidad de justicias: la griega, la judía, la egipcia, la gala. Sin embargo, todas ellas comparten una esencia común que permite englobarlas bajo la misma palabra «justicia». La singularidad no niega la universalidad, la pluralidad no omite la unidad: ambos elementos coexisten en el cosmos. No sería posible la existencia de una pluralidad y un orden sin la unidad subyacente por la que son regidos, de la que dependen y proceden.

La idea de «color», el «color» en sí mismo, subyace a todos los colores sin identificarse con ninguno en particular. Porque si «color» fuera sinónimo de «rojo», entonces el amarillo no podría ser «color», ni el verde, ni el azul, ni los demás que entendemos por colores, ya que el «rojo» no es ninguno de ellos. Ergo, el «color» no es ninguno de los colores en particular, pero todos ellos participan de él puesto que son «colores». Lo mismo ocurre con los números, con las notas musicales y con todo lo demás: aquella idea que unifica su diversidad no se identifica con ninguno de los particulares, pero los particulares participan de ella. Y es de este modo en que una mujer bella, una melodía bella, un templo bello, no son la «belleza», sino que participan en distintos grados de ella y se puede decir que son bellos en la misma medida de su participación. Una persona inteligente no es la «inteligencia», pero participa de ella en el mismo grado de su inteligencia: más si es muy inteligente, menos si lo es menos. Lo mismo ocurre con la justicia de los distintos gobiernos, de modo que las «justicias» no son la «justicia» pero participan de ella en grados diversos de acuerdo a su proximidad con ella: más si son muy justos, menos si son menos justos. De esta manera las manifestaciones concretas de una cualidad son deficientes desde el punto de vista de la cualidad no manifestada, no alcanzando jamás el grado máximo que solo compete a la cualidad en cuestión.

Se suelen confundir, pues, las manifestaciones particulares y deficientes de la justicia con la justicia. Para remontarnos a la justicia en sí misma es preciso partir de los particulares, transitando desde los elementos específicos hacia los universales. ¿Qué es la justicia? La justicia es tradicionalmente representada por una balanza porque es el equilibrio, la medida apropiada o la dinámica ordenada que permite un funcionamiento eficientemente. En un Estado el funcionamiento eficiente lo garantizan las leyes; en un pueblo, el sentido moral. En un cuerpo la justicia se manifiesta en la forma de salud; en un pueblo y en un gobierno, en la forma de prosperidad.

Platón sostiene:
-Y yo te quedo reconocido por ello. Pero hazme otro favor, y dime si un Estado, un ejército, una gavilla de salteadores, de ladrones, o cualquier otra sociedad de esta índole, podría salir triunfante en sus empresas si los miembros de que se componga violasen unos respecto a otros todas las reglas de justicia.
-No podría tal.
-¿Y si observasen esas reglas?
-Entonces sí que podría.
-¿No será porque la injusticia haría surgir entre ellos sediciones, odios y combates, mientras que la justicia los mantiene en paz y concordia?
-Sea, por no tener discusión contigo.
-Haces bien. Mas si es propio de la injusticia engendrar odios y disensiones donde quiera que se encuentre, sin duda producirá el mismo efecto ente los seres humanos, ya sean libres, ya esclavos, y los incapacitará totalmente para emprender nada en común.
-Ciertamente.
-Y si se hallare en dos personas, ¿no estarán siempre estas en disensión y en guerra? ¿No se odiarán mutuamente tanto como odiarán a los justos?
-Sin duda que sí.
-Pues, ¿es que por hallarse en una sola persona habrá de perder la injusticia su propiedad, o bien la conservará?
-Que las conserve, sea.
-Tal es, según eso, la naturaleza de la injusticia, que, encontrándose en un Estado, en un ejército, en cualquier otra sociedad, reducirá a esa sociedad, en primer término, a la absoluta impotencia de emprender nada, en virtud de querellas y sediciones que en su seno suscite; y, en segundo lugar, la tornará en enemiga de sí misma y de todos los que son contrarios a ella; es decir, de las gentes de bien. ¿No es cierto esto que digo?
-Sí.
-Aun cuando se halle exclusivamente en solo un ser humano, producirá idénticos efectos: le pondrás, ante todo, en la imposibilidad de obrar, mediante las sediciones que moverá en su alma, así como en virtud de la oposición continúa en que se hallará consigo mismo, siendo tras esto su propio enemigo y el de todos los justos. ¿No es así?
-Sí.
-Pero ¿no son también justos los dioses?
-Desde luego.
-Según eso, el injusto será enemigo de los dioses, y amigo de ellos el justo.
(...)
Acabamos que las personas de bien son mejores, más hábiles y más fuertes que los malvados; que estos no pueden emprender nada con otros; y cuando hemos supuesto que la injusticia no les impedía ejecutar en común algún plan, esa suposición no estaba de acuerdo con la verdad exacta; porque, si fuesen completamente injustos, volverían su injusticia los unos contra los otros. Es evidente que conservan ente sí algún resto de justicia, que les impide perjudicarse recíprocamente mientras están perjudicando a los demás, y que gracias a ese resto de justicia llevan a realización sus propósitos. En rigor, es la injusticia quien les hace acometer criminales empresas; pero solo a medias son malos, puesto que aquellos que son del todo malvados e injustos se hallan también en absoluta impotencia de obrar.

(Libro I de La república)
Platón y Aristóteles refutaron, satisfactoriamente, las ideas relativistas sobre moral que hoy en día proliferan y que antaño ostentaban los sofistas con finalidades políticas interesadas. Les remito a sus obras, que explican el asunto mejor de lo que yo puedo hacerlo.

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El mismo principio que se aplica a la Justicia en este caso, se aplica al Bien. Siguiendo la filosofía platónica, digo que gracias a la existencia de la esencia del Bien en sí mismo, es decir, por causa del Bien absoluto, se da en el mundo imperfecto del devenir el bien de forma parcial, no total, en mayor o menor medida de acuerdo con el grado de participación o el nivel de reflejo que logre alcanzar respecto del Bien absoluto. Existen en el mundo bienes relativos precisamente porque existe un absoluto que les subyace: lo relativo no es viable sin lo absoluto, siendo este su base subyacente. A mayor distancia del Principio absoluto, mayor grado de relatividad.

No obstante, tampoco debemos confundir relatividad (deslindando el término de su sentido original: «esto es relativo a») con arbitrariedad o desorden, puesto que incluso el bien relativo sigue un orden, una razón de ser, un sentido y no se debe a elementos fortuitos como las convenciones y caprichos humanos. Y tampoco debemos confundir la bondad con la moralidad, de la que sí podemos afirmar que se debe en mayor medida a convenciones humanas circunstanciales, coyunturales, históricas y culturales, pero de la bondad no, dado que esta se encuentra en la naturaleza esencial de las criaturas, que en el caso de los seres humanos y otras especies responde a la empatía, al amor, a la capacidad de colocarse en el lugar del otro y sentir lo que siente, a la unión o conexión que el ser establece con los demás seres y con el cosmos, no a una «normatividad».

La empatía es una facultad universal a la humanidad y a otros seres por donde el bien se trasluce. La bondad consiste en eso. Es una cuestión de sensibilidad, de conexión con los otros, no una cuestión de pensamiento, creencia o cálculo. Del pensamiento deriva precisamente la moral y con ella el moralismo, que nada tienen que ver con la bondad libre y espontánea. La empatía es siempre la misma, dándose en grados y modos diversos, unos más completos que otros, según la capacidad y educación de cada persona; las moralidades, en cambio, varían visiblemente.

Finalmente, en un sentido más concreto, lo bueno es lo que nos beneficia y lo malo lo que nos perjudica. La naturaleza se encarga de fijar esos patrones. Si piensas que es bueno no beber agua o recibir insultos diariamente, puedes hacer la prueba y luego ver cómo modifican tu salud y bienestar.

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Las moralidades se aprecian subjetivamente, aunque sus resultados externos puedan apreciarse objetivamente. Mientras unas se basan más en principios objetivos, otras lo hacen en mayor medida en supersticiones; y mientras en unas se da un predominio de los sentimientos elevados, en otras se da una preponderancia de las bajas pasiones. Las moralidades se presentan con variabilidades de veracidad y de eficacia diversas respecto a la naturaleza humana. Asimismo, unas son más coherentes respecto de sí mismas y otras contienen un mayor número de contradicciones internas.

Los seres humanos que alcanzan el poder determinan al resto lo que desean: esto puede ser más acorde a la verdad y al bien, o menos acorde a ellos. Así, existen diversas moralidades, unas más rectas y otras más degeneradas.

¿Pero cuál es la diferencia entre lo subjetivo y lo objetivo? Tendríamos que definirlo. Además, ¿acaso no puede ser cierta subjetividad universal y cierta objetividad particular? Se suele asimilar algunos conceptos erróneamente unos en otros, como lo universal en lo objetivo.

La hipocresía del relativismo posmoderno

El relativismo posmoderno es un arma ideológica y política del marxismo cultural, que se emplea para desestructurar los valores occidentales a la par que se justifican las atrocidades de otras culturas. El estándar que emplean estos relativistas es, ergo, doble: a la par que validan costumbres sanguinarias en otras civilizaciones, llegando inclusive a justificar el terrorismo islámico, anatemizan los valores occidentales tradicionales y, así, respecto al nacionalsocialismo, por ejemplo, no cabe relativismo alguno en cuestión de moral para estos «relativistas». Se estigmatiza de «nazi» al occidental políticamente incorrecto que difiere con su corrección política, y entonces no hay relatividad moral que valga, pero se justifica al hombre de otra cultura que comete barbaridades contra seres inocentes. Se critica la calidad moral de Bush y de los norteamericanos, pero no se critica la moral musulmana. Ellos emplean el relativismo de forma antojadiza para lo que les conviene. ¿Acaso no existe una cultura norteamericana al igual que existe una cultura árabe? ¿Acaso no «debemos respetar» el belicismo norteamericano y considerarlo igual de válido que el ideal de pacifismo? ¿Por qué Trump habría de ser «deplorable» y Gandhi «bueno» si somos relativistas? ¿Por qué la igualdad sería más moral que el etnocentrismo, el racismo y el clasismo contra los que tanto despotrican? ¿Y por qué el relativismo nos constreñiría a respetar otras formas de moral so pena de ser intolerantes y por ende «inmorales»? ¿Acaso el valor de la tolerancia no es también relativo? ¿Por qué la falta de respeto habría de ser «inmoral» si toda moralidad es relativa? Estos individuos emplean el relativismo exclusivamente en desmedro de Occidente: lo aplican con relación a otras sociedades con el objeto de validarlas en todas sus acciones sin criterio alguno de juicio, pero no a la suya propia, en la que moralizan sin cesar, salvo que se trate de denostar valores «anticuados».

Yo no comparto la visión relativista posmoderna de la moralidad. En este último comentario expongo la hipocresía y el doble estándar de los «relativistas» y no pretendo que los valores sean relativos en el sentido en que ellos comprenden tal concepto.

Cierro con una cita de Nicolás Gomez Dávila:
«Frente a la pluralidad de civilizaciones y culturas, no debemos ser ni relativistas, ni absolutistas, sino jerarquizantes».