El ave que Álex Pérez acogió y enseñó a volar, acude ahora al cementerio de Tui y corona su sepulcro.
aguila kira
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«No es una afición sino una pasión. Son como mis hijos y los cuido como lo harían sus padres». Alejandro Pérez fue uno de los cetreros más precoces de la provincia. Con solo veinte años era ya un experto amante de este arte milenario que Félix Rodríguez de la Fuente recuperó catapultándolo como patrimonio de la humanidad. Se autoproclamó padre de seis aves rapaces a las que dedicó una vocación que contagió y ejercitó con su familia y amigos hasta el 23 de octubre del 2018. Fue la fecha en la que «se nos acabó el mundo». Ese día, Leandro y Mari Carmen perdieron a su hijo, al que se refieren cariñosamente como «nuestro cetrerillo».

Resulta absurdo usar palabras para el dolor de una pérdida contra natura que solo pueden llegar a entender quienes la hayan tenido que enfrentar, pero, en homenaje a Álex, sus padres acceden a contar cómo la ayuda para levantarse cada mañana les ha venido del cielo. Fue Álex quien enseñó a volar a Kira, un águila Harris que adoptó en el 2015 y que se convirtió en su compañera inseparable.

Cinco años después y desde la semana siguiente al fallecimiento de Álex, Kira les guía hasta el camposanto y se posa sobre el último lugar de descanso del joven como si el vínculo entre los dos hubiera traspasado este mundo.


«No sabemos por qué lo hace ni tampoco queremos ni necesitamos saberlo. Simplemente nos gusta y nos tranquiliza», afirman unos padres devastados por la mayor tragedia que puede tener que enfrentar un ser humano. Por ello, tampoco les importa demasiado lo que nadie pueda pensar sobre esta insólita compañía que se yergue sobre el sepulcro de su hijo dibujando una estremecedora imagen para la que también sobran las palabras. La soberbia escena enmudece a cuantos se han cruzado en el camino al camposanto con la familia del joven. Sus padres acuden a diario, pero solo los días de sol les puede acompañar Kira. «A ella le afectó mucho la pérdida de Álex y siempre que escucha su voz en algún vídeo o grabación o su nombre, reacciona como buscándolo y se pone nerviosa.», indica Leandro.

Parecía ser umbilical el vínculo que se forjó entre el que se considera el ave rapaz más inteligente de la naturaleza y el niño que desde que se echó a andar parecía querer ver siempre también el mundo desde el cielo. «Yo adoro a los animales y es mi afición pero para tener lo que tenía Álex hay que nacer con ello, era una vocación», recuerda un orgulloso padre al que, cuando su hijo le pidió un ave rapaz por su doce cumpleaños, ya tuvo claro que no se iba a conformar con uno de peluche. Los vínculos que mueven el mundo y sobre el que se han escrito decenas de libros y películas basadas en hechos reales también tienen un referente en la historia personal de esta familia.

Álex consiguió hacerse con la película Hermanos del viento un año antes de su estreno en España y, aun en inglés, hizo por verla cuantas veces pudo. La cinta en la que Lukas y Abel, el niño y el águila protagonistas de la última entrega de esta trilogía surcaron los Andes forjando una profunda amistad, fue visionada y emulada por Álex, con Kira siempre presente. «No dormía con ella porque no le dejábamos», recuerdan sus padres. Decenas de amigos, y compañeros de cetrería «que eran su otra familia» disfrutaron con estos viajes del joven y el águila de Tui. Álex llegó a ponerle un pedestal en su bicicleta y sus paseos forman parte ya también de la memoria colectiva en la zona. «Era como su chaqueta, la ponía y la llevaba siempre, con su pájaro, la bici y la caña», insisten. Siempre, entre el cielo y la tierra.