Ser padres no es ser amigos. Son dos tipos de relaciones totalmente distintas -más allá de la condición biológica- y, cuando las confundimos, dejamos vacío un lugar que nuestros hijos necesitan.

madre con hijo
¿Por qué no podemos ser amigos de nuestros hijos? Muchos padres siguen sorprendiéndose cuando se les indica que no es bueno ni recomendable ser el mejor amigo de sus hijos pequeños o adolescentes. Aspirar a convertirnos en sus iguales nos resta autoridad y nos sitúa en una posición contradictoria, incómoda y contraproducente; tanto para ellos como para nosotros.

Sin embargo, son muchos los que se empeñan en tal fin. Las mamás desean convertirse en la mejor amiga de su hija esperando con ello ser su mejor confidente. También los papás quieren ser esa figura polivalente que se alza como el mejor compañero de juegos, ese colega con el que hablar de todo y esa figura con la que bromear de cualquier cosa. Todo ello, claro está, es positivo y enriquecedor.

No obstante, hay límites que no pueden sobrepasarse. Los padres no pueden estar al mismo nivel que sus hijos porque hacerlo puede restarles autoridad. Así, en el momento en que se diluye el estatus, las reglas dejan de tener poder, dejan de haber límites y el niño puede llegar a pensar que todo es permisible. En un mundo donde todos son amigos, no hay razón para cumplir unas normas.

Por qué no podemos ser amigos de nuestros hijos

En el libro La epidemia del narcisismo, los autores Jean Twenge y W. Keith Campbell, reflexionan sobre este tema. Para ellos, una de las razones del aumento de narcisistas en nuestra sociedad tiene que ver con el aumento de la simetría en las relaciones entre padres e hijos. Si nos preguntamos por qué no debemos ser amigos de nuestros hijos esta es una parte importante de la respuesta.

Es fácil que en este intento por acercarnos a ellos igual que lo haríamos con una amigo perdamos autoridad. Una autoridad que luego necesitaremos para imponer límites que les sirvan de referencia en su evolución. En este sentido, es necesario hacer uso de paternidad o maternidad cercana y afectuosa, pero también saber mantener la autoridad, ya que favorece el desarrollo de los más pequeños. Veamos por qué.

Definición de amistad, definición de ser padre y madre

Antes de tratar de responder a por qué no podemos ser amigos de nuestros hijos, vale la pena detenernos en un aspecto: en las definiciones. Ser amigo de alguien es mantener un vínculo afectivo desinteresado entre dos o más personas. Esa relación se basa además en un sentido de igualdad absoluta en la que nadie ejerce el control de uno sobre el otro.

Ahora bien, ser padre o madre significa amar, educar, proteger, guiar y atender a alguien de menor edad. Todo ello se ejerce desde una posición de autoridad. Esa atención, para que sea válida y enriquecedora, requiere de la aplicación de una serie de reglas y dichas reglas otorgan seguridad al niño. Porque le recuerdan en cada momento aquello que se espera de él.

De este modo, la persona que busque solo ser la mejor amistad de sus hijos estará aplicando una elevada negligencia.

La angustia psicológica y los padres que actúan como amigos

En un estudio realizado en la Universidad de Illinois por parte de la doctora Susan Silverberg se descubrió algo relevante. Hay madres divorciadas que ven en sus hijas adolescentes el mejor apoyo, hasta el punto de buscar ser sus mejores amigas. Ello les insta a volcar sobre ellas preocupaciones o inquietudes que no les son propias ni adecuadas.

Por ejemplo, en este trabajo pudo verse que muchas madres hablaban de sus problemas financieros, de los altibajos laborales o problemas emocionales con nuevas parejas a sus hijas adolescentes o preadolescentes con normalidad. Sin embargo, lo que no sabían es que esto genera en las niñas un elevada angustia psicológica.

Ese tipo de intimidad en la que los hijos se convierten en "amigos-volquetes" sobre los que proyectar preocupaciones e inquietudes es altamente contraproducente. Nuestra tarea es restar angustias en los hijos, no intensificarlas.

Confianza con los hijos sí, pero no "todo vale"

A la hora de establecer un vínculo de confianza con nuestros hijos, no todo vale -en este caso, el fin tampoco justifica los medios-. En este sentido, existen estrategias inteligentes que nos permiten mantener las vías de comunicación abierta y una relación cercana sin comprometer nuestra autoridad para marcar determinados límites. Esa es la clave.
  • Es recomendable establecer un vínculo de calidez, confianza, afecto absoluto y compañerismo, pero sin dejar de establecer límites.
  • Esa confianza establecida con nuestros pequeños debe orientarse a impulsar en ellos la responsabilidad, el autoconocimiento y la madurez emocional. Un hijo no es nuestro igual, es una persona que está bajo nuestro cuidado y a quien debemos ayudar a convertirse en alguien maduro e independiente.
  • Así, en ese lazo impulsor siempre es recomendable guardarnos ciertas cosas para nosotros mismos. Un niño no tiene por qué cargar sobre él la ansiedad, los miedos o las inquietudes emocionales de sus padres.
¿Por qué no podemos ser amigos de nuestros hijos? Porque con ello construimos un apego inseguro

Si nos preguntamos por qué no podemos ser amigos de nuestros hijos, hay otra razón de peso. Un buen vínculo entre los padres y los hijos es más sencillo cuando las dos partes cuentan con estilos de apego seguros. Ese en el que conseguir que los niños vean en nosotros a un referente capaz de validar sus necesidades, alguien que orienta, que siempre es accesible y que busca lo mejor para él.

Si basamos la relación en la amistad, gran parte de esto se diluye. El niño o adolescente nos ve como un igual, alguien que está en su misma posición, alguien que puede tener las mismas inseguridades y necesidades que él.

Todo ello deriva en apego inseguro, en la contradicción constante, en esa cárcel sin rejas en la que no saber cómo moverse por el mundo. Tengámoslo presente, la crianza y la educación de un niño requieren lo queramos o no saber posicionarnos para ser siempre el mejor apoyo de nuestros pequeños.

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