Traducido por el equipo de Sott.net

Soy una de los más de 6 millones de canadienses a los que actualmente se les prohíbe subir a un avión, tren, barco o autobús de largo recorrido para viajar a través de Canadá o salir del país. El Ministerio Federal de Transportes puso en vigor esta norma en octubre de 2021. Ahora estamos a finales de abril de 2022. El Gobierno Federal de Canadá sigue negándose a levantar esta prohibición de viajar. Y punto. Sin comentarios. Sin discusión. Sin debate. Además de la prohibición de viajar del gobierno canadiense, el gobierno de Estados Unidos nos prohíbe cruzar la frontera en coche hacia EEUU.
Travel refused
© ShutterstockSe aplican restricciones para viajar
Soy una de los más de 6 millones de ciudadanos canadienses que actualmente están detenidos como presos políticos. Los muros de esta gran prisión son las fronteras y costas de Canadá. Hay grandes extensiones de tierra dentro de los muros de esta prisión, por lo que a los demás canadienses les parecería que somos libres. Pero la prohibición de viajar ha creado unos muros que parecen tan reales como lo fue en su día el Muro de Berlín. Me despierto de noche, con mi respuesta de huida activada, el corazón palpitando, la adrenalina corriendo, aterrorizada. Durante el día escucho a amigos, vecinos y colegas hablar de sus recientes viajes para visitar a la familia en Canadá o de sus vacaciones en el extranjero. Muchos son ajenos al hecho de que soy uno de los prisioneros invisibles. Esto me perturba aún más profundamente que los ataques de pánico de medianoche.

¿Qué delito han cometido 6 millones de canadienses? ¿Qué leyes infringimos? ¿Por qué tenemos que estar cautivos dentro de las fronteras de Canadá? ¿Qué peligro representamos para los aviones, trenes, autobuses y barcos? ¿Qué daño podríamos infligir a nuestros compañeros de viaje? ¿Qué estragos podríamos causar en otras naciones? ¿Por qué se nos ha vilipendiado, demonizado y condenado?

Soy una de los más de 6 millones de canadienses que han tomado decisiones sanitarias distintas al programa de inyección de drogas sancionado por el gobierno, las grandes farmacéuticas y la agenda globalista. Creí erróneamente que la Carta Canadiense de Derechos y Libertades era un documento que protegía a los ciudadanos canadienses de la extralimitación y la tiranía del gobierno. Creía inocentemente que vivía en un país libre y democrático. Recibí una llamada de atención muy impactante, al igual que millones de canadienses. Millones también han perdido mucho más que la posibilidad de viajar o salir del país. Me pregunto qué hará falta para que más canadienses reciban su llamada de atención.

Cuando se anunció la prohibición de viajar en agosto de 2021, estaba sentada con mi madre y mi hermana en la terraza del patio trasero de la casa de mi madre en Toronto. Había volado desde mi casa en la isla de Vancouver para visitar a mi familia, a la que no había visto en dos años. Para volar no hacía falta ni inyecciones de drogas, ni vacuportes con código QR, ni pruebas. El anuncio de la prohibición de viajar me atravesó como una flecha en el corazón. Me derrumbé en el suelo, llorando. El miedo, la rabia y el dolor que había albergado en silencio desde el inicio de la plandemia, se desbordaron. Grité. Me enfurecí. Expresé mis puntos de vista heréticos sin reparos. Mi madre y mi hermana me escucharon.

Expresé lo vulnerable y aterrorizada que me sentía desde que el gobierno canadiense empezó a demonizar a los "no vacunados" y millones de canadienses se alinearon como pequeños matones, repitiendo como loros la odiosa propaganda. Les conté lo molesto que fue escuchar a familiares cercanos condenar y denunciar a los locos antivacunas y a los manifestantes por la libertad mientras tomábamos limonada juntos en una reunión familiar. Lo dolida que me sentí cuando no fui bienvenida en casas de otros familiares y amigos. Mi hermana admitió que tenía miedo de que me muriera si no me vacunaba. Admití que tenía miedo de que toda mi familia muriera porque todos están doblemente vacunados. Mi hermana y yo nos reímos. Luego lloramos. Al sentir nuestro amor, cuidado y preocupación por la otra, se abrieron lugares tiernos en mi corazón. Me solté y lloré aún más. Mi madre me miró con una ligera perplejidad y me abrazó.

La memoria y el funcionamiento diario de mi madre están disminuyendo rápidamente con la aparición del Alzheimer. Siempre fue una pensadora crítica. Aunque le cuesta articular sus pensamientos, sabe que algo no va bien. Desde que comenzaron los cierres y el distanciamiento social en 2020, los servicios, programas presenciales y evaluaciones para las personas que viven con Alzheimer se detuvieron. Ella vive sola. Mis hermanos que viven en Toronto son su principal apoyo. Yo vivo a 3500 km de distancia. Desde la isla de Vancouver se tarda entre 5 y 6 días en llegar a Toronto. En avión se tardan 5 horas.

Mi vuelo de vuelta a casa salió el día después del anuncio de la prohibición de viajar. Al no saber si podría volver a volar en un futuro próximo, mis despedidas estaban cargadas de gravedad y finitud. Cuando llegué a la Columbia Británica, el temido pase vacunal estaba en vigor. Más mandatos se acumulaban como pesos pesados. El vilipendio, el acoso a los disidentes y la discriminación de los "no vacunados" aumentaron. Rara vez me aventuré a salir a los fríos e inhóspitos espacios públicos donde no era bienvenida. Los muros de la prisión invisible se cerraban cada vez con más fuerza a medida que las frías y oscuras noches de invierno se hacían cada vez más largas.

Y entonces, con total sorpresa, el Convoy de la Libertad se abrió paso. Fue impresionante. Una enorme llamada de atención, tocando la bocina y retumbando a través de Canadá. Grande y audaz para que todos lo vieran. Me sentí eufórica y entusiasmada. Seguramente esto encendería los corazones de otros millones de canadienses para ponerse en pie y restaurar la libertad y la democracia. Me sorprendió y horrorizó cuando el Primer Ministro declaró esencialmente la guerra a los ciudadanos opuestos a la tiranía del gobierno y muchos canadienses estuvieron de acuerdo con sus políticas. Luego la atención se redirigió a las guerras extranjeras. Ahora los ucranianos no vacunados pueden volar en vuelos de conexión dentro de Canadá, pero los ciudadanos canadienses no vacunados no. Lea sobre las exenciones aquí

Estamos en abril de 2022. El deterioro cognitivo de mi madre continúa. Le han quitado el carné de conducir al no superar una reciente evaluación de memoria. Muy pronto tendrá que abandonar su querido hogar y trasladarse a una residencia de ancianos. También está perdiendo su autonomía, su capacidad de viajar y muchas de sus apreciadas libertades. Cada vez que hablo con ella, me pregunta por mis planes de venir a Toronto. Me envía numerosos correos electrónicos cada semana, preguntando por las fechas de mis vuelos. Le digo que no puedo reservar un vuelo porque no puedo subir a un avión.

Ella no puede entender por qué. Yo tampoco.