Traducido por el equipo de sott.net

Se ha publicado un nuevo artículo revisado por pares en la revista Vaccine en el que se comparan los datos de las encuestas sobre las actitudes hacia la vacunación de antes de la pandemia con las actitudes actuales.
nurse astrazeneca vial
Los autores señalan que "paradójicamente, a pesar del éxito de las campañas de vacunación COVID-19, la confianza en las vacunas ha disminuido significativamente desde el inicio de la pandemia".

No sé muy bien por qué los autores parecen tan sorprendidos por su resultado, pero una pista puede encontrarse en su uso de las palabras "a pesar de". En muchos países el "éxito" de la campaña de vacunación contra el COVID-19 se basó en gran parte en presionar, intimidar y a veces obligar a la gente a vacunarse.

Ahora bien, si los gobiernos te dicen que vacunarte es lo mejor para ti, pero que, sin embargo, aquellos que decidan no vacunarse serán ridiculizados en la prensa y en las redes sociales, se les prohibirá participar en las actividades cotidianas normales y, en algunos casos, serán despedidos de su empleo, tal vez no debería sorprendernos que la gente empiece a dudar de si esos gobiernos realmente tienen en cuenta sus mejores intereses.

Y esas dudas tienen fundamento. Desde el principio, estaba claro que para muchas personas, los riesgos conocidos de la vacunación probablemente superaban cualquier beneficio posible. Esto era más evidente para quienes ya habían tenido Covid (y para quienes el impacto marginal de la vacunación en la prevención de una nueva infección era pequeño), para los grupos que se enfrentaban a riesgos muy bajos de enfermedad grave si contraían Covid y, especialmente, para los hombres jóvenes, para quienes la vacunación parece conllevar riesgos adicionales de problemas cardíacos.

Pero en lugar de reconocer que las vacunas contra el Covid-19 pueden tener sentido para algunas personas y no para todas, demasiados funcionarios de salud pública, científicos y políticos han sistemáticamente restado importancia a la inmunidad derivada de una infección previa, han dejado de lado las preocupaciones sobre los efectos secundarios y han desestimado la preocupación de que el despliegue a toda la población fuera precipitado dada la incertidumbre sobre los efectos a largo plazo.

Este último fue un error especialmente grave. Desde el principio de la campaña, se aseguró al público que las vacunas habían sido probadas a fondo. Sin embargo, en mayo de 2021, el Gobierno decidió dejar de suministrar la vacuna de AstraZeneca a los menores de 40 años debido a la tasa relativamente alta de coágulos de sangre. Esa decisión no fue sino un escaso consuelo para las familias de las 73 personas cuyas muertes, según el informe de la MHRA, están relacionadas con esa vacuna. [N. del T.: la Agencia Reguladora de Medicamentos y Productos Sanitarios (MHRA) regula los medicamentos, productos sanitarios y componentes sanguíneos para transfusión en el Reino Unido.]

En lugar de tomar esto como una lección, las autoridades de todo el mundo se empeñaron en imponer la obligación de vacunarse, los pasaportes de vacunación y las restricciones de viaje, como una forma de obligar a más personas a recibir la vacuna. Irónicamente, estas medidas se dirigieron principalmente a los jóvenes, para quienes los beneficios de la vacunación eran menores y (especialmente para los hombres) los riesgos parecían mayores.

En lugar de tomar esto como una lección, las autoridades de todo el mundo se empeñaron en imponer la obligación de vacunarse, los pasaportes de vacunación y las restricciones de viaje, como una forma de obligar a más personas a recibir la vacuna. Irónicamente, estas medidas se dirigieron principalmente a los jóvenes, para quienes los beneficios de la vacunación eran menores y (especialmente para los hombres) los riesgos parecían mayores.

La justificación oficial de estas políticas fue que la vacunación ayudaría a proteger a otros de ser contagiados. Ahora sabemos que nunca hubo pruebas que respaldaran esto. Y cuando los datos oficiales empezaron a sugerir que los vacunados podrían estar contagiándose a un ritmo similar, si no mayor, que los no vacunados, la respuesta de algunos periodistas no fue indagar más e investigar, sino que alentaron a las autoridades a suprimir los datos. Es todo tan absurdo que cuesta creer que haya sucedido.

Investigadores como Alex de Figueiredo, de la Escuela de Higiene y Medicina Tropical de Londres, advirtieron en su momento que la coacción podía conducir a una pérdida de confianza en la vacunación en general. Con el último trabajo de investigación, tenemos pruebas firmes de que esto es así.

No es descabellado concluir que los "antivacunas" más peligrosos de los últimos dos años no han sido los teóricos de la conspiración, sino los gobiernos y el propio sistema de salud pública.

Es una situación lamentable, pero ¿qué podemos hacer ahora? Bueno, los responsables de la salud pública podrían empezar por cambiar de rumbo. En lugar de persuadir a todo el mundo para que se vacune, podrían concentrarse en proporcionar buena información sobre los beneficios y los riesgos para ayudar a la gente a decidir si la vacunación es adecuada para ellos. Si, al mismo tiempo, comienzan a dialogar honestamente con aquellos que han sufrido efectos secundarios y reconocen el alto nivel de incertidumbre que aún existe en la evidencia, tal vez puedan comenzar a recuperar parte de la confianza que han perdido tan negligentemente.

David Paton es profesor de Economía Industrial en la Escuela de Negocios de la Universidad de Nottingham. Tuitea como @CricketWyvern.

Stop Press: Eugyppius también ha escrito sobre esta encuesta: "Mucho después de que quedara claro para todo el mundo que las vacunas no harían nada para detener la transmisión, los vacunadores persistieron con su campaña destemplada y coercitiva, polarizando a toda la sociedad y dando lugar a un nuevo tipo de tribalismo basado en el estado de vacunación que nunca había existido antes."