Traducido por el equipo de Sott.net
Xmas Gifts
© Off-Guardian
"La conversación más incomprensible procede de personas que no tienen otro uso para el lenguaje que el de hacerse entender".
Karl Kraus, Half-Truths & One-and-a-Half Truths.
Cosas, posesiones, la vida pagando a plazos o con tarjeta de crédito. Es la época de comprar, de acumular más parafernalia, de regalar cosas a los hijos y a los demás, lo que nos gusta creer que traerá alegría.

Es una apariencia, por supuesto, una mentira adulta conjurada a partir de la culpa y el miedo a que nuestras vidas, las historias que vivimos, las historias que soñamos y las que nos sueñan, no sean lo suficientemente significativas como para proporcionar a nuestros hijos y a nosotros mismos la alegría que decimos buscar.

Impulsados por un puro sentimiento de culpa desprovisto de cualquier sentido de redención dentro de una cultura materialista capitalista, compramos y compramos, acumulamos y acumulamos, con la vana esperanza de que esos "regalos" tangibles nos aporten una magia que podamos poseer. Nuestro intercambio de regalos es una parodia que la cultura consumista hace del verdadero significado de un regalo: que los regalos se dan para ser regalados, para ser pasados de mano en mano, como la pipa de la paz de las tribus indígenas americanas.

Como escribe Lewis Hyde en su extraordinario libro The Gift: Imagination and the Erotic Life of Property:
...un regalo que no se puede regalar deja de ser un regalo. El espíritu de un regalo es su constante donación".
Lo que recibimos, en el mundo interior y en el exterior, debe compartirse, dejarse circular. Pero nos gusta poseer, detener el flujo. Como resultado, nos hemos atascado, nos hemos convertido en "personas selfies" que no pueden entender que poseer es ser poseído.

Parar, posar, hacer clic. ¡Entendido!

El poeta alemán Rainer Maria Rilke describió el arte como una forma de vida, o el caminar por la vida como un arte:
No cualquier autocontrol o autolimitación con fines específicos, sino más bien un despreocupado dejarse llevar; no cautela, sino más bien una sabia ceguera; no trabajar para adquirir posesiones silenciosas y en gradual aumento, sino más bien un continuo despilfarro de todos los bienes perecederos. Este modo de ser tiene algo de ingenuo e instintivo, y se asemeja a ese periodo del inconsciente que mejor se caracteriza por una conciencia alegre, a saber, el periodo de la infancia.
La verdad es que somos sustentados por historias -orales, escritas, existenciales- no por cosas, como la civilización comercial nos quiere hacer creer. Desde la infancia hasta la vejez, ansiamos historias que nos permitan dar sentido a nuestras vidas, darles forma y significado espiritual.

Y los mejores regalos que podemos hacernos unos a otros son historias que se inspiran en el misterio y la sacralidad de la existencia, historias que expresan, con un lenguaje deslumbrante y un espíritu musical, una clarificación de nuestras vidas. Historias que nos ayuden a resistir el ethos nihilista de nuestro tiempo, la violencia y el engaño que lo definen.

Por ejemplo, hace mucho tiempo un niño judío nació en un establo porque sus padres no podían conseguir una habitación en ningún sitio. Luego, los padres tuvieron que huir con el niño porque el gobierno estaba asesinando niños y quería atraparlo.

Más adelante en su vida, este niño Jesús se convirtió en un radical opositor de la iglesia y el Estado, predicó la paz, el amor, la no violencia, y el vivir por la fe, no por el dinero; abrazó a los marginados, condenó a los hipócritas, y finalmente fue ejecutado como un criminal radical por el Estado. Pero su espíritu resultó invicto; venció a la muerte; y su nombre se ha convertido en sinónimo de amor y bondad hasta tal punto que celebramos su nacimiento como la luz del mundo cuando los días más oscuros del año se vuelven más luminosos.

Es una historia hermosa de principio a fin, y si se la tuviera en cuenta, podría provocar una resistencia masiva a la forma en que están las cosas en todo el mundo. No es de extrañar que haya tocado los corazones de tantos durante tanto tiempo.

Lamentablemente, sin embargo, Wordsworth lo expresó perfectamente cuando dijo que "obteniendo y gastando desperdiciamos nuestros poderes". Y las historias de consumismo y regalos que indirectamente contamos a nuestros hijos al participar en la locura de las compras navideñas son cuentos no aptos para oídos jóvenes.

Vivir para comprar es contarles mentiras.

Nuestros hijos (y todos nosotros) no desean cosas, sino historias que les ayuden a afrontar la vida con entusiasmo y valentía. Cuando yo era niño, mi padre me tranquilizaba para que me durmiera con los "cuentos de Pepito Grillo", improvisaciones imaginarias sobre Pinocho y su conciencia. No eran en absoluto modernas como la adaptación cinematográfica más reciente de Pinocho, sino que en el fondo sonaban como en la canción As Time Goes By: sigue siendo la misma historia de siempre.

Ya no recuerdo ninguna de sus historias, pero lo que me ha quedado grabado es su tema subyacente, su espíritu: para llegar a ser un niño de verdad, una persona auténtica, hay que determinarse a decir la verdad. Hay que ser valiente, sincero y desinteresado. Pero aún más, cuando pienso en ellas, siento el amor incondicional de mi padre y el timbre de su voz cadenciosa.

Estas historias sobre la verdad y la valentía contenían lecciones duras pero vitales que un padre debe transmitir a un hijo, pero él lo hacía de una forma tan divertida que yo me las tomaba muy a pecho. Desde entonces, en gratitud y asombro, he intentado que mi historia se ciña a ese espíritu de verdad. Intentado, porque, como todos sabemos, la verdad es una dura maestra. Nunca la poseemos, sólo la buscamos, y sólo podemos acercarnos a ella si estamos poseídos por el lenguaje y permitimos que su espíritu musical nos lleve hacia lo desconocido.

Cuando yo mismo fui padre, intenté transmitir a mis hijos el amor por las historias y las palabras que utilizamos para expresar nuestras vidas. Sin palabras, y sin la capacidad de utilizarlas con sentido, estamos perdidos en el mundo de las cosas, un lugar donde consumir sustituye el crear. Así que, desde la infancia, mi mujer y yo les leíamos, y con el tiempo empecé a contarles mis propias historias imaginarias, "Historias de Willy Daly", inspiradas en un amigo de mi infancia. Los niños se aferraban a cada palabra y se sumían en profundas ensoñaciones mientras yo las encadenaba para formar cuentos.

"En el fondo de cada palabra / soy un espectador de mi nacimiento", escribió el poeta francés Alain Bosquet.

Al entrar en este espíritu creativo, Susanne y Daniel me preguntaban. "¿Es eso realmente cierto?". Y yo no podía mentir y decir que no. Entonces ellos se reían, yo sonreía y continuábamos.

Como a todos los niños, les encantaban estas historias, las que yo contaba y las que leíamos. Se adentraban en ellas, y ellas, en ellos; sus mundos interiores germinaron. Cuando eran muy pequeños, empezaron a leer, no con dificultad, sino con fluidez y una comprensión asombrosa. De pronto algo hizo clic (y a ninguno de los dos se les "enseñó" a leer, sino que mi mujer y yo les leíamos y hablábamos con ellos como si lo comprendieran todo, incluso las palabras más abstrusas), y a partir de ese día las palabras que antes escucharon pasaron a ser suyas. Recibieron el don, e incluso cuando no entendieron el significado, captaron la música.

Ahora el regalo ha pasado a mis nietos, Sophie y Henry, que son hijos de la palabra, amantes de las epifanías que pueden revelar los cuentos.

"El brillante libro de la vida", como D.H.Lawrence llamaba a la novela, se abrió para ellos. Novela: Nueva. Nueva vida surgiendo para siempre de lo viejo. Milagrosamente (¿hay alguna otra palabra para ello?), poseían el don de las palabras y lo podían transmitir; tenían el poder de escuchar y contar sus propias historias, de entender sus vidas, no como la búsqueda de bienes, sino como la búsqueda de sentido. Se sentían orgullosos y yo me sentía bendecido.

"El arte dice la verdad", escribió Chéjov. Y así es. Y la rueda de la vida gira con las estaciones. El don de las historias se transmite. La Navidad se convierte en Año Nuevo. Las personas pasan, pero también las historias. Las cosas son olvidadas.

El artista de la palabra Leonard Cohen cantaba en su canción "Famous Blue Raincoat" que "espero que estés guardando algún tipo de registro". Las palabras se adhieren a la página, pero la hermosa melodía las transporta a nuestro presente y al futuro, e imaginamos historias que nos transportan mientras la música y las palabras no se detienen y seguimos tarareando la melodía e imaginando mientras avanzamos hacia aquello que no puede ser dicho y sobre lo que es imposible callar, para parafrasear a Víctor Hugo.

Mi hija: Susanne. La Suzanne de Leonard Cohen: "Hay niños en la mañana/que se asoman en busca de amor/y se asomarán así para siempre/mientras Suzanne sostiene el espejo".

Mi hijo: Daniel. Como el valiente Pinocho siendo engullido por Monstro, y Daniel en la guarida del León, las historias de coraje y proeza, contadas indirectamente.

Daniel Berrigan, S. J., un amigo y mentor, el pícaro poeta feroz de la belleza y la paz, cuya ferocidad contradecía su ternura.

La Susanna bíblica, falsamente acusada, y Daniel, su libertador.

Los nombres contienen multitudes, cuentos jamás contados, historias que siguen viajando.

Los regalos hay que regalarlos, como cuando se toca o se escucha música en directo. Aquí y ya está; una sola vez. Como la vida.

Hace poco vi un libro a la venta en mi librería local - From my Father, Singing, de David Bosworth - un libro precioso, una verdadera obra de arte. Lo leí una vez siguiendo la sugerencia de mi padre cuentacuentos, y acabo de releerlo.

Estoy agradecido a Bosworth por su regalo y a mi padre por habérmelo transmitido. Es un relato en forma de carta de un padre a un hijo, un padre en busca del sentido de la vida de su propio padre, ese esquivo don que sólo puede encontrarse en una historia, en el relato.

El escritor de la carta, nuestro autor, huye de una vida vivida "según el guion", una esposa enamorada del dinero, las compras y las cosas, su trabajo sin futuro - "el lugar donde pretendía ganarme la vida"-, una vida de apariencias y mentiras, una muerte en vida en la que se intentó por todos los medios negar su falta de sentido: "divertirse, mantenerse ocupado, comprar algo, afrontar el sombrío descenso de la tarde del domingo preparándose ya para el fin de semana siguiente".

Para intentar explicarse ante su hijo, un niño de corta edad, el autor explora su propia infancia, la vida que vivió atrapado entre los mundos en conflicto de sus padres. Al final, al redactar esta carta, al poner palabra tras palabra tras palabra, llega a comprender y apreciar a su padre y, en consecuencia, a sí mismo; compone una carta para su hijo (que aún no sabe leer pero que sabemos lo hará) "pensada como un regalo, un legado vivo en forma de palabras".

Sí, el arte dice la verdad.

Transmite la palabra, el verdadero regalo.

He aquí el regalo de Billy Joel a su hija: