Traducido por el equipo de SOTT.net
crossroads
Allá por la década de 1930, el filósofo británico R. G. Collingwood desarrolló una idea que desconcertaría -incluso enfurecería- a sus colegas. Algunos, como su amigo T. M. Knox, llegaron incluso a sugerir que las posteriores ideas de Collingwood podrían haber sido el producto de una mente deteriorada por la enfermedad.1

¿Qué era lo que a la gente le costaba tanto entender, quizás incluso hoy en día?

Sencillo. Collingwood creía que, en lo que se refiere a la metafísica, deberíamos renunciar a nuestra ambición de llegar por fin, algún día, a la verdad. En cambio, sostenía que el trabajo del metafísico consistía en descubrir y describir la evolución histórica del pensamiento metafísico, incluida la lógica inherente a estos desarrollos. Aunque veía un valor en la formulación de sistemas filosóficos, estaba convencido de que nunca podrán pasar la prueba del tiempo y nunca pueden ser considerados verdaderos (o falsos).

Ahora bien, ¿por qué pensaba eso?

Para él, nuestro pensamiento depende de lo que denomina presupuestos absolutos. Estos son los fundamentos que damos tan por sentados que ni siquiera podemos ver que los tenemos, como los peces no pueden percibir el agua que define su propia existencia. Son los supuestos que, si seguimos haciéndonos preguntas cada vez más profundas, representan una especie de callejón sin salida: en algún momento, ni siquiera podemos formular la pregunta, y mucho menos responderla.

Por poner un ejemplo, en el mundo actual, cuando miro por la ventana y veo un pájaro, podría preguntarme: ¿de qué especie es? ¿Qué ventajas para la supervivencia pueden haber dado lugar a algunas de sus características? ¿Cómo evolucionó su comportamiento de apareamiento? etc. Sin embargo, no me pregunto: ¿qué significa para mi día la aparición de este pájaro? ¿Qué intenta decirme aquí el universo? ¿Quizá es una señal de que debo prestar más atención a algo que estoy descuidando?

No puedo plantearme esta pregunta debido a varias presuposiciones, como que la mente y la naturaleza están separadas, que no existe una inteligencia cósmica capaz de producir orientación personal, causalidad dependiente del contacto físico, etcétera.

El tipo de preguntas que nos hacemos, que podemos hacernos, depende de nuestros presupuestos absolutos: suposiciones inconscientes que forman los límites de nuestro propio pensamiento, incluidos los valores básicos. Pero apenas los vemos, y somos incapaces incluso de formular preguntas sobre ellos, y mucho menos preguntas que nieguen implícitamente su verdad.

Para Collingwood, entonces, analizar estos límites a medida que se desarrollan y cambian puede llevarnos a comprender mejor nuestra propia situación y a poner las cosas en perspectiva. Esto, a su vez, conduce a una mejor comprensión de los "mundos de pensamiento" del pasado, lo que nos ayuda a entendernos mejor a nosotros mismos, y así sucesivamente. En otras palabras, esta iniciativa nos ayuda a ver más, a cuestionarnos más y a comprender mejor.

¿Una forma de relativismo metafísico?

Sin embargo, esto era, y es, un trago amargo no sólo para los filósofos, sino para todos los que se preocupan por la búsqueda de la verdad fundamental. Después de todo, Collingwood parece abogar aquí por una forma de relativismo: nuestras visiones fundamentales del mundo, nuestra metafísica, nunca pueden considerarse verdaderas o falsas. Son sólo el producto de un cierto desarrollo, siguiendo una cierta lógica. Pero, en última instancia, no podemos llegar a la verdad del asunto. Y ni siquiera podemos descartar ciertas ideas metafísicas: estas son, y fueron, sólo los límites del pensamiento de diferentes personas en diferentes épocas, que produjeron una cierta manera de mirar nuestra condición, que luego se desarrollaron, dando lugar a modificaciones y cambios, para producir un nuevo conjunto de límites, y así sucesivamente.

"Pero", objetarán algunos, "¿puede Collingwood sugerir seriamente que, digamos, una creencia en la adivinación o en la lectura de signos es igual a una creencia en las leyes físicas universales?".

Me parece que la cuestión aquí, y una de las razones por las que tanta gente ha rechazado la idea de Collingwood, es que a menudo reaccionamos muy mal cuando nos enfrentamos a preguntas sobre algunas de nuestras creencias fundamentales. (El propio Collingwood calificó tales reacciones como un "hábito neurótico"). Estas son creencias que ni siquiera sabemos que tenemos, que asumimos como parte de la realidad. No las cuestionamos del mismo modo que no nos preguntamos por qué no podemos atravesar las paredes.

Si le preguntara a alguien que rechaza tajantemente la igualdad entre las leyes físicas universales y la lectura de las señales del universo, por ejemplo, por qué se siente así, una respuesta probable sería algo así como "la adivinación es imposible, mientras que las leyes físicas están probadas". O, si lo ha pensado un poco más, puede responder con toda una lista de puntos filosóficos, adentrándose cada vez más en los embrollos del asunto. Pero, en última instancia, una discusión así no puede resolverse de forma satisfactoria. Al fin y al cabo, todo se reduce a nuestros principios más sagrados: nuestras suposiciones más arraigadas sobre el mundo 2. El agua en la que nadamos 3.

Pues bien, se trata de un trago amargo. Sin embargo, una cosa me parece cierta: pensemos lo que pensemos sobre la idea de Collingwood, seguir y estudiar el desarrollo de presupuestos profundamente arraigados evita muchos de los problemas asociados a las luchas filosóficas enjauladas que todos conocemos y puede producir grandes revelaciones 4.

Así que veamos en qué punto nos encontramos.

Surge una nueva historia fundamental

En un ensayo reciente,

Charles Eisenstein esbozó un nuevo mito fundamental, una nueva historia, que está emergiendo y extendiéndose.5 En términos de Collingwood, nuestras presuposiciones absolutas están actualmente cambiando de manera profunda, como siempre lo hacen eventualmente. Sólo que la mayoría de la gente aún no se ha enterado.

Eisenstein expone su propia idea sobre cuáles son estos nuevos presupuestos, que pronto serán dominantes. He aquí algunos ejemplos:
Antigua Historia: Existo independientemente.

Nueva Historia: Existo relacionalmente.

* * *

Antigua Historia: Lo que les ocurre a otros seres o al mundo no tiene por qué afectarme, porque mi existencia es independiente.

Nueva Historia: Lo que les ocurre a los demás o al mundo siempre me afectará, porque yo y los demás estamos inseparablemente relacionados.

* * *

Antigua Historia: La fuerza motriz del comportamiento humano, especialmente del comportamiento económico, es maximizar el interés propio racional.

Nueva Historia: Los seres humanos anhelan expresar sus dones hacia algo significativo. Cada uno de nosotros tiene un don único y necesario para el mundo.

[...]

* * *

Antigua Historia: La fuerza motriz del comportamiento biológico y la evolución es la maximización del propio interés reproductivo. La naturaleza se entiende mejor como una competición de vida o muerte, una guerra de cada uno contra todos.

Nueva Historia: Los seres vivos buscan no sólo sobrevivir, sino expresar sus dones al ecosistema y a la totalidad de la vida, para cumplir su papel y función.

* * *

Antigua Historia: Las fuerzas de la naturaleza son indiferentes a la humanidad. Los demás seres de la naturaleza son indiferentes u hostiles al bienestar humano. Por lo tanto, el progreso pasa por la dominación de la naturaleza.

Nueva Historia: El universo es generoso. Podemos prosperar cooperando con las fuerzas de la naturaleza y el resto de la vida.

* * *

Antigua Historia: El gen egoísta es el sujeto de la evolución, que se produce a través de la mutación aleatoria seguida de la selección natural.

Nueva Historia: La simbiosis y la fusión de organismos en conjuntos mayores impulsan la novedad evolutiva. Las mutaciones no son aleatorias. Las necesidades del organismo, la comunidad, el ecosistema, el planeta e incluso el cosmos afectan la dirección del cambio genético y epigenético.
Lo que Eisenstein describe aquí está muy en la línea de lo que han planteado pensadores como A. N. Whitehead, Henri Bergson o, recientemente, Iain McGilchrist. Incluso podríamos describirlo como un nuevo Renacimiento, ya que en algunos aspectos importantes estas nuevas ideas suponen un alejamiento de la modernidad y un acercamiento a las ideas de los antiguos. Y aunque los detalles puedan resultar diferentes, en general, creo que Eisenstein está en el buen camino: esto podría ser más o menos hacia dónde nos dirigimos.

Los viejos supuestos parecen haber agotado su curso. El materialismo, el ateísmo estricto, incluso el naturalismo en el sentido más estricto y sus presuposiciones asociadas, han quedado " sometidos a presión", como diría Collingwood.6

Esto significa que las contradicciones y los límites de las creencias fundamentales actuales se hacen demasiado evidentes, demasiado obvios, para que esas creencias sean sostenibles y sirvan de base para una comprensión más o menos coherente y compartida del mundo.

Algunos ya nos hemos dado cuenta de que el sistema anterior está roto, mientras que muchas personas, sobre todo en las instituciones, quizá sólo perciban una ligera tensión, una presión sutil pero creciente.

Curiosamente, sin embargo, me parece que estos viejos presupuestos ya se habían vuelto insostenibles en la propia época de Collingwood, durante las décadas de 1920 y 1930. De hecho, decir que estaban "bajo presión" sería quedarse corto. Aunque el cientificismo era fuerte en aquella época, y el Círculo de Viena y otros estaban ocupados glorificando lo que consideraban el método científico y proclamando el fin de la metafísica, a menudo olvidamos que autores como William James, A. N. Whitehead, Samuel Alexander, Henri Bergson o el propio Collingwood propusieron una postura muy diferente. Y no se trataba de pensadores marginales: aunque en gran parte olvidados hoy en día, representaban una fuerza poderosa, quizá incluso dominante en ocasiones. Mientras tanto, la física moderna, primero con la teoría de la relatividad y luego aún más con la Mecánica Cuántica, había asestado un golpe decisivo al materialismo ingenuo del siglo XIX al mostrar que, sea cual sea la verdad del asunto, es mucho más complejo, y mucho más loco, de lo que nadie había pensado. Lo que Karl Popper llamaría más tarde "materialismo promisorio" -la promesa materialista siempre incumplida de resolver nuestros enigmas filosóficos fundamentales- se hizo aún más insostenible.

Entonces, ¿por qué sobrevivió el bloque materialista-reduccionista hasta nuestros días? ¿Por qué entonces no había surgido una nueva historia, un nuevo conjunto de presupuestos absolutos? Es una pregunta fascinante que merece más atención. Creo que dos acontecimientos han contribuido en gran medida a este tipo de congelación intelectual: en primer lugar, el advenimiento de la genética y la formulación del Neo-Darwinismo como la nueva ortodoxia. Incluso ahora, el panorama materialista parece estar impulsado en gran medida por los biólogos o el razonamiento biológico. En segundo lugar, por la invención del ordenador, que dio lugar a la metáfora cerebro-ordenador. Esta metáfora nos ha permitido seguir pretendiendo que el hombre no es más que una máquina biológica sin propósito alguno, e incluso descartar la cuestión de la conciencia, considerada por muchos como la prueba irrefutable de que el fisicalismo es fundamentalmente incoherente.

En cualquier caso, más vale tarde que nunca: aquí estamos, en un punto de ruptura metafísica. ¿O no?

¿Hacia dónde va la humanidad?

Aunque me parece indiscutible que estamos asistiendo a un cambio importante en nuestra forma de pensar sobre la realidad y nuestro lugar en ella, es menos evidente que este cambio alcance a la humanidad en su conjunto. Puede que estemos tratando con dos futuros posibles, dos atractores teleológicos que tiran en direcciones diferentes: un mundo de ciborgs, IA y tiranía, tecnocrático y materialista, y otro que se realinea con un cosmos vivo, inteligente e inteligible, con el que podemos estar directamente en contacto. En este último caso, nuestros nuevos supuestos podrían permitirnos experimentar el mundo de formas radicalmente nuevas, desarrollando habilidades innatas pero latentes que antes considerábamos imposibles. El primero, por el contrario, representa una mayor regresión hacia la esclavitud, dominada por el poder bruto determinista, y el descenso y la fragmentación espirituales.

Podríamos incluso ser testigos de una especie de escisión de la realidad, en la que una parte de la humanidad irá en una dirección, mientras que la otra atraerá un futuro diferente. Nos parece extraño contemplar esta posibilidad, pero recordemos que todo puede depender de nuestros prejuicios, de nuestras suposiciones, de la historia que encarnamos y en la que vivimos.

Volviendo a Collingwood: suponiendo que nos encontremos en una encrucijada metafísica, ¿podemos decir siquiera que una opción es verdadera y la otra errónea? Después de todo, su teoría dice que los supuestos metafísicos no tienen valor de verdad. Yo diría: tal vez simplemente representan dos maneras diferentes de ser, dos caminos, dos posibilidades. En última instancia, no se trata tanto de decidir cuál es verdadero o falso, sino qué camino queremos elegir, qué camino nos parece más natural.

Añadiré, no obstante, y creo que Collingwood podría haber estado de acuerdo, que deberíamos tomar nuestros conjuntos de presupuestos, nuestros mitos (en términos de Eisenstein), como lentes a través de las cuales miramos el mundo: cada uno de ellos nos permite ver un trozo específico de la realidad. Aunque esta imagen implica un cierto relativismo (las perspectivas no son realmente verdaderas o falsas, son simplemente formas diferentes de ver las cosas), también deja espacio para la verdad: después de todo, algunas lentes nos permiten ver más que otras. 7

Es más, algunas de ellas pueden ser mejores o peores para enfocar aquellas partes de la realidad que más necesitamos ver en un momento dado. Por eso, creo que si elegimos el camino no distópico y no materialista y la perspectiva que conlleva, al final obtendremos una visión más amplia, veremos más de la realidad y podremos acercarnos más a la verdad.8

¿Hacia dónde nos dirigiremos a partir de ahora? Ya lo veremos. Pero sería prudente prepararnos para más sacudidas a nuestros presupuestos absolutos, a los sistemas de creencias en los que estamos inmersos actualmente, a medida que la estructura de la realidad y/o nuestra comprensión de la misma den paso a algo fundamentalmente diferente.

Y, si hemos de elegir nuestro destino, debemos comprender las opciones.

1 Véase el prólogo de T. M. Knox a The Idea of History de Collingwood, Oxford University Press, 1946 (reeditado por Martino Publishing, 2014)

Para las ideas de Collingwood sobre los presupuestos absolutos, véase su Ensayo sobre Metafísica.

2 O, tal vez, un "choque bruto de intuiciones", como dijo David Chalmers en Conscious Mind.

3 Por cierto, Collingwood no abogó por la "deconstrucción" de nuestros presupuestos absolutos, sino simplemente por una mejor comprensión de los mismos y de su desarrollo. Al contrario, habla de la importancia de afirmarlos activamente, un papel que, él pensaba, habían desempeñado históricamente las autoridades religiosas. Tal vez se dio cuenta de que, si bien nuestras presuposiciones están sujetas al cambio y a la evolución, tratar de erradicarlas sólo puede conducir al caos: un caos que se anticipa por la reacción negativa de la mayoría de las personas cuando se les hace conscientes de sus presuposiciones más profundas y de que éstas podrían ser cuestionables.

4 El propio Collingwood aplicó su propio método con gran éxito. Puedo recomendar encarecidamente su Ensayo sobre Metafísica, La Idea de la Naturaleza y Una Autobiografía.

5 Gracias, Jay Rollins, por llamar mi atención sobre la obra de Eisenstein.

6 Aquí no estoy hablando de matices (por ejemplo, se puede ser ateo y seguir creyendo en un sistema kármico de reencarnación), sino del "paquete estándar" que han dado por sentado los académicos de la corriente dominante, las instituciones dominantes y la cultura en general durante mucho tiempo.

7 Dejo abierta la posibilidad de una teoría formal que pueda describir todas las "lentes" posibles y, por tanto, la realidad misma, tal vez en la línea del trabajo de Chris Langan. Mi corazonada es, sin embargo, que podríamos lograr precisión formal y "meta-idad" a expensas de la sustancia y la riqueza que conlleva mirar a través de una lente concreta. Quizá también se trate de la diferencia entre los dos hemisferios cerebrales. Por ejemplo, puede ser posible expresar la misma imagen metafísica tanto en términos más abstractos y matemáticos como en términos más poéticos, mitológicos o filosóficos. Pueden considerarse complementarias.

8 Véase también mi ensayo Realismo Moral Sin Obligación, donde sostengo que elegir el camino de la bondad conduce a un mayor acceso a la verdad.