Traducido por el equipo de SOTT.net

La catastrófica respuesta al Covid ha llevado a mucha gente a preguntarse si realmente deberíamos delegar la política pública -que trata asuntos fundamentales de la libertad humana- y menos aún la salud pública, a un sistema científico designado por el Estado. ¿Deben ceder los imperativos morales al juicio de los expertos técnicos en ciencias naturales? ¿Debemos confiar en su autoridad? ¿En su poder?
fishwteeth
© Unknown
Aquí hay una verdadera historia que consultar.

No hay mejor caso de estudio que el de la eugenesia: la ciencia, así llamada, de producir una raza mejor de seres humanos. Fue popular en la Era Progresista y siguientes, y orientó en gran medida la política del gobierno estadounidense. Por aquel entonces, el consenso científico estaba totalmente a favor de una política pública basada en elevadas pretensiones de conocimiento perfecto basado en la investigación de expertos. Había una atmósfera cultural de pánico ("¡suicidio racial!") y un clamor para que los expertos elaboraran un plan para hacerle frente.

La Sociedad Americana de Genética Humana ha publicado recientemente un informe en el que se disculpa por su pasado rol en la eugenesia. La declaración está bien hasta cierto punto y ofrece una breve visión general de la historia de la eugenesia. Sin embargo, el informe es demasiado limitado y débil.

La eugenesia no fue un mero fanatismo con tintes científicos. Con el tiempo se convirtió en la fuerza motriz de la segregación, la esterilización, la exclusión laboral de los "no aptos", la gestión cuidadosa de la inmigración, de las licencias matrimoniales y de procreación, la demografía y mucho más. La presunción subyacente siempre se refirió a la salud biológica de toda la población, que estas élites imaginaban que era de su exclusiva competencia. Basada en esa idea central, la ideología eugenésica llegó a estar profundamente arraigada en los círculos de la clase dirigente del mundo académico, los tribunales, los medios de comunicación de élite y las finanzas. De hecho, era tan ortodoxa que apenas se cuestionaba en un ambiente educado. Los sueños eugenésicos llenaban las páginas de periódicos, diarios y revistas, prácticamente de todos ellos.

Empecemos por el profesor de Harvard Robert DeCourcy Ward (1867-1931), a quien se atribuye la primera cátedra de climatología de Estados Unidos. Era un miembro consumado del establishment académico. Fue director del American Meteorological Journal, presidente de la Asociación de Geógrafos Estadounidenses y miembro de la Academia Estadounidense de las Artes y las Ciencias y de la Real Sociedad Meteorológica de Londres.

Él también tenía un pasatiempo. Fue uno de los fundadores de la American Restriction League. Esta fue una de las primeras organizaciones en abogar por revertir la tradicional política estadounidense de libre inmigración y sustituirla por un enfoque "científico" basado en la teoría evolutiva darwiniana y la política de la eugenesia. Con sede en Boston, la liga acabó expandiéndose a Nueva York, Chicago y San Francisco. Su ciencia inspiró un cambio drástico en la política estadounidense en materia de legislación laboral, política matrimonial, planificación urbana y, sus mayores logros, la Ley de Cuotas de Emergencia de 1921 y la Ley de Inmigración de 1924. Estos fueron los primeros límites legislativos sobre el número de inmigrantes que podían venir a Estados Unidos.

En su manifiesto publicado en la North American Review en julio de 1910, el Dr. Ward declaró:
"Darwin y sus seguidores sentaron las bases de la ciencia de la eugenesia. Nos han mostrado los métodos y las posibilidades de la producción de nuevas especies de plantas y animales. [...] De hecho, la selección artificial se ha aplicado a casi todos los seres vivos con los que el hombre mantiene relaciones estrechas, excepto al hombre mismo.

"¿Por qué la reproducción del hombre, el animal más importante de todos, debe dejarse sólo al azar?"
Por "azar", por supuesto, quería decir elección.

"Azar" es la manera en que el establishment científico consideraba la sociedad libre con derechos humanos. La libertad se consideraba no planificada, anárquica, caótica y potencialmente mortal para la raza. Para los progresistas, la libertad debía ser sustituida por una sociedad planificada y administrada por expertos en sus campos. Pasarían otros cien años antes de que los propios climatólogos pasaran a formar parte del aparato de planificación política del Estado, por lo que el profesor Ward se dedicó a la ciencia racial y a la defensa de las restricciones a la inmigración.

Ward explicó que Estados Unidos tenía una "oportunidad extraordinariamente favorable para practicar los principios eugenésicos". Y había una necesidad desesperada de hacerlo, porque "ya tenemos no cientos de miles, sino millones de italianos y eslavos y judíos cuya sangre está entrando en la nueva raza americana." Esta tendencia podría hacer "desaparecer" la América anglosajona. Sin una política eugenésica, la "nueva raza americana" no será una "raza mejor, más fuerte y más inteligente", sino más bien un "mestizo débil y posiblemente degenerado."

Citando un informe de la Comisión de Inmigración de Nueva York, Ward estaba especialmente preocupado por:
"mezclar la sangre anglosajona americana con los sicilianos de cabeza larga y los hebreos de cabeza redonda del este de Europa. Sin duda deberíamos empezar de una vez a segregar, mucho más de lo que hacemos ahora, a toda nuestra población nativa y nacida en el extranjero que no sea apta para la paternidad. Hay que impedir que se reproduzcan."
Pero aún más eficaces, escribió Ward, serían unas cuotas estrictas de inmigración:
"Aunque nuestros cirujanos están haciendo un trabajo maravilloso, no pueden seguir filtrando a las personas con discapacidades físicas y mentales que llegan al país y diluyen el tronco racial de los estadounidenses, convirtiéndonos en 'mestizos degenerados'."
Tales eran las políticas dictadas por la ciencia eugenésica, que, lejos de ser considerada una charlatanería marginal, formaba parte de la corriente dominante de la opinión académica. El presidente Woodrow Wilson, el primer presidente académico de Estados Unidos, adoptó la política eugenésica. También lo hizo el juez del Tribunal Supremo Oliver Wendell Holmes Jr., quien, al defender la ley de esterilización de Virginia, escribió: "Tres generaciones de imbéciles son suficientes".

Si echamos un vistazo a la literatura de la época, nos sorprende la relativa ausencia de voces discrepantes sobre el tema. Los libros populares que abogaban por la eugenesia y la supremacía blanca, como The Passing of the Great Race de Madison Grant, se convirtieron en bestsellers inmediatos y durante muchos años después de su publicación. Las opiniones contenidas en estos libros -que no son para pusilánimes- fueron expresadas mucho antes de que la experiencia nazi desacreditara tales políticas. Reflejan el pensamiento de toda una generación y son mucho más francas de lo que cabría esperar leer hoy en día.

Estas opiniones no se limitaban a promover el racismo como una preferencia estética o personal. La eugenesia tenía que ver con la política de la salud: utilizar el Estado para planificar y dirigir a la población hacia su bienestar biológico. No debería sorprender, entonces, que todo el movimiento antiinmigración estuviera impregnado de ideología eugenésica. De hecho, cuanto más examinamos esta historia, menos podemos separar el movimiento antiinmigración de la Era Progresista de la supremacía blanca en su forma más cruda.

Poco después de que apareciera el artículo de Ward, el climatólogo hizo un llamamiento a sus amigos para que influyeran en la legislación. El presidente de la Liga de Restricción, Prescott Hall, y Charles Davenport, de la Oficina de Registros Eugenésicos, iniciaron los esfuerzos para hacer aprobar una nueva ley con intención específicamente eugenésica. Con ella se pretendía limitar la inmigración de los italianos del sur y de los judíos en particular. Y, efectivamente, la inmigración procedente de Europa del Este, Italia y Asia se desplomó.

La inmigración no fue la única política afectada por la ideología eugenésica. War Against the Weak: Eugenics and America's Campaign to Create a Master Race (2003, 2012) de Edwin Black, documenta cómo la eugenesia fue fundamental en la política de la Era Progresista. Toda una generación de académicos, políticos y filántropos utilizó la mala ciencia para planear el exterminio de los indeseables. Las leyes que requerían la esterilización cobraron 60.000 víctimas. Dadas las actitudes de la época, es sorprendente que la matanza en Estados Unidos fuera tan baja. Europa, sin embargo, no fue tan afortunada.

La eugenesia se convirtió en parte del plan de estudios estándar de biología, con Genetics and Eugenics, de William Castle, de 1916, comúnmente utilizado durante más de 15 años, con cuatro ediciones iterativas.

La literatura y las artes no fueron inmunes. El libro de John Carey The Intellectuals and the Masses: Pride and Prejudice Among the Literary Intelligentsia, 1880-1939 (2005) muestra cómo la manía eugenésica afectó a todo el movimiento literario modernista del Reino Unido, con mentes tan renombradas como T.S. Eliot y D.H. Lawrence envueltas en ella.

Sorprendentemente, incluso los economistas cayeron bajo el influjo de la pseudociencia eugenésica. El explosivamente brillante Illiberal Reformers: Race, Eugenics, and American Economics in the Progressive Era (2016) de Thomas Leonard documenta con extremo detalle cómo la ideología eugenésica corrompió toda la profesión económica en las dos primeras décadas del siglo XX.

En general, en los libros y artículos de la disciplina, se encuentran todas las preocupaciones habituales sobre el suicidio racial, el envenenamiento del torrente sanguíneo nacional por parte de los inferiores y la necesidad desesperada de una planificación estatal para criar a las personas como los ganaderos crían a los animales. Aquí encontramos la plantilla para la primera aplicación a gran escala de la política social y económica científica.

Los estudiantes de la historia del pensamiento económico reconocerán los nombres de estos defensores: Richard T. Ely, John R. Commons, Irving Fisher, Henry Rogers Seager, Arthur N. Holcombe, Simon Patten, John Bates Clark, Edwin R.A. Seligman y Frank Taussig. Eran los miembros más destacados de las asociaciones profesionales, los editores de las revistas y los profesores más prestigiosos de las mejores universidades. Estos hombres daban por sentado que había que rechazar la economía política clásica. Había un fuerte elemento de interés propio en juego. Como dice Leonard:
"El laissez-faire era contrario a la pericia económica y, por tanto, un impedimento para los imperativos vocacionales de la economía estadounidense."
Irving Fisher, a quien Joseph Schumpeter describió como "el mayor economista que ha producido Estados Unidos" (una apreciación repetida más tarde por Milton Friedman), instó a los estadounidenses a "hacer de la eugenesia una religión".

Hablando en la Conferencia para la Mejora de la Raza en 1915, Fisher dijo que la eugenesia era "el principal plan de la redención humana". La American Economic Association (que sigue siendo hoy la asociación comercial de economistas más prestigiosa) publicó tratados abiertamente racistas como el escalofriante Race Traits and Tendencies of the American Negro, de Frederick Hoffman. Este era un proyecto para la segregación, exclusión, deshumanización y eventual exterminio de la raza negra.

El libro de Hoffman calificaba a los negros estadounidenses de "perezosos, tacaños y poco fiables", y de camino a una condición de "depravación total e inutilidad absoluta". Hoffman los contraponía a la "raza aria", que " está dotada de todas las características esenciales para triunfar en la lucha por la vida superior".

Incluso cuando las restricciones de Jim Crow se endurecían contra los negros, y se desplegaba todo el peso del poder estatal para arruinar sus perspectivas económicas, el tratado de la Asociación Económica Americana decía:
"La raza blanca 'no dudará en hacer la guerra a aquellas razas que demuestren ser factores inútiles para el progreso de la humanidad'."
En este caso no se trataba sólo de intolerancia pura y dura, sino de purificar a la población de los venenos inferiores. Había que separar a las razas sucias de la limpia e idealmente eliminarlas por completo, básicamente el mismo razonamiento que había detrás de la exclusión de los no vacunados de los alojamientos públicos en la ciudad de Nueva York hace sólo dos años.

Richard T. Ely, uno de los fundadores de la American Economic Association, abogaba por la segregación de los no blancos (parecía sentir una especial aversión por los chinos) y por medidas estatales para prohibir su propagación. Se oponía a la propia "existencia de estas personas débiles". También apoyaba la esterilización impuesta por el Estado, la segregación y la exclusión del mercado laboral.

El hecho de que estas opiniones no se consideraran escandalosas nos dice mucho sobre el clima intelectual de la época.

Si su principal preocupación es quién tiene hijos de quién y cuántos, tiene sentido centrarse en el trabajo y los ingresos. Los eugenistas sostenían que sólo los aptos debían ser admitidos en el mundo laboral. Los no aptos debían ser excluidos para así desalentar su inmigración y, una vez aquí, su propagación. Este fue el origen del salario mínimo, una política diseñada para erigir un alto muro a los "inempleables".

Otra implicación se desprende de la política eugenésica: el gobierno debe controlar a las mujeres. Debe controlar sus idas y venidas. Debe controlar sus horas de trabajo - o si trabajan en absoluto. Como documenta Leonard, aquí encontramos el origen de la semana laboral de un máximo de horas y muchas otras intervenciones contra el libre mercado.

Durante el último cuarto del siglo XIX, las mujeres se habían ido incorporando a la fuerza de trabajo, adquiriendo el poder económico necesario para tomar sus propias decisiones. Durante las dos primeras décadas del siglo XX se aprobaron en todos los estados leyes sobre salarios mínimos, horarios máximos, normas de seguridad, etc., cuidadosamente concebidas para excluir a las mujeres de la población activa. El propósito era controlar el contacto, gestionar la reproducción y reservar el uso de los cuerpos de las mujeres para la producción de la raza superior.

Leonard explica:
"Los reformadores laborales estadounidenses encontraron peligros eugenésicos en casi todos los lugares donde trabajaban las mujeres, desde los muelles urbanos hasta las cocinas domésticas, desde los bloques de pisos hasta las respetables casas de huéspedes, y desde las plantas de las fábricas hasta los frondosos campus universitarios. La alumna privilegiada, la pensionista de clase media y la chica de fábrica fueron todas acusadas de amenazar la salud racial de los estadounidenses.

"Los paternalistas apuntaron a la salud de las mujeres. Los moralistas de la pureza social se preocuparon por la virtud sexual de las mujeres. Los partidarios del salario familiar querían proteger a los hombres de la competencia económica de las mujeres. Los maternalistas advertían que el empleo era incompatible con la maternidad. Los eugenistas temían por la salud de la raza."
Leonard añade:
"Por variopintas y contradictorias que fueran, todas estas justificaciones progresistas para regular el empleo de las mujeres tenían dos cosas en común: estaban dirigidas únicamente a las mujeres. Y estaban diseñadas para eliminar a al menos algunas mujeres del empleo."
Si dudan de esto, vean la obra de Edward A. Ross y su libro Sin and Society (1907). Este eugenista combinó la pseudociencia y el puritanismo secularizado para defender la exclusión total de las mujeres del lugar de trabajo, y hacerlo precisamente en el New York Times.

Hoy nos parecen espantosas las ambiciones eugenésicas. Valoramos con razón la libertad de asociación, o eso creíamos antes de que los encierros del Covid impusieran órdenes de no salir de casa, restricciones de viaje, cierres de negocios e iglesias, etcétera. Todo esto nos chocó bastante porque creíamos que teníamos un consenso social según el cual la libertad de elección no amenaza con el suicidio biológico, sino que señala la fortaleza de un sistema social y económico.

Tras la Segunda Guerra Mundial, se desarrolló un consenso social según el cual no queremos que los científicos utilicen el Estado para crear una raza superior a expensas de la libertad. Pero en la primera mitad del siglo, y no sólo en la Alemania nazi, la ideología eugenésica era una sabiduría científica convencional que apenas era cuestionada, salvo por un puñado de anticuados defensores de los principios humanos de la organización social.

Los libros de los eugenistas se vendieron por millones, y sus preocupaciones se convirtieron en primordiales para la opinión pública. Los científicos disidentes -que los hubo- fueron excluidos por la profesión y tachados de maniáticos apegados a una época pasada.

Las opiniones eugenésicas ejercieron una influencia monstruosa sobre la política gubernamental y acabaron con la libre asociación en el trabajo, el matrimonio y la migración. De hecho, cuanto más se examina esta historia, más claro queda que la pseudociencia eugenésica se convirtió en la base intelectual del Estado moderno.

¿Por qué hay tan poco conocimiento público de este periodo y de las motivaciones de su progreso? ¿Por qué han tardado tanto los estudiosos en destapar esta historia? Los partidarios de la regulación estatal de la sociedad no tienen motivos para hablar de ello, y los sucesores actuales de la ideología eugenésica quieren distanciarse del pasado todo lo posible. El resultado ha sido una conspiración del silencio.

Sin embargo, hay lecciones que aprender. Cuando se oye hablar de alguna crisis inminente que sólo puede resolverse mediante la colaboración de científicos con funcionarios públicos y otras alturas de mando para obligar a la gente a seguir un nuevo modelo contrario a su libre albedrío, hay motivos para arquear una ceja, no importa la excusa. La ciencia es un proceso de descubrimiento, no un estado final, y su consenso del momento no debería consagrarse en la ley ni imponerse a punta de pistola.

Sólo tenemos que fijarnos en la actual legislación estadounidense sobre el derecho de los extranjeros a visitar este país. EEUU no permite a los no vacunados ni siquiera venir a ver la Estatua de la Libertad en persona. Pero los poseedores de pasaportes estadounidenses no vacunados sí pueden, todo en nombre de la salud pública. Es una extraña mezcla de nacionalismo y falsas pretensiones sanitarias. ¡Y dicen que la eugenesia ya no existe!

Hemos estado allí y lo hemos hecho, y el mundo está con razón repugnado por los resultados. No lo olviden: tenemos sólidas pruebas históricas y contemporáneas de que las ambiciones eugenésicas son capaces de arrasar entre los intelectuales y los círculos políticos más elitistas. El sueño de controlar la población a la fuerza para hacerla más apta es una realidad histórica y no está tan desacreditado como la gente tiende a creer. Siempre puede volver con un nuevo disfraz, un nuevo lenguaje y nuevas excusas.

Seguro que se le ocurren muchos indicios de que esto está ocurriendo hoy en día. La fuerza motriz de la eugenesia no era simplemente el racismo o teorías falsas sobre la aptitud genética para vivir una vida plena, como afirma la Sociedad Americana de Genética Humana. El núcleo era una afirmación más amplia de que un consenso científico debía prevalecer sobre la voluntad humana. Y ese consenso se centraba de forma inverosímil en cuestiones de salud humana: un organismo central conocía el camino a seguir, mientras que las personas normales y corrientes y sus elecciones en la vida representaban una amenaza de desobediencia.

La cuestión es a qué profundidad llega esta fijación y hasta dónde llegarán antes de que la repulsión moral popular les detenga. Mientras tanto, no hay que consolarse con las declaraciones altisonantes de las organizaciones profesionales de que han terminado con la división de la población entre los que son aptos para vivir libremente y los que no.
Sobre el Autor:

Jeffrey A. Tucker es fundador y presidente del Brownstone Institute. También es columnista sénior de economía del Epoch Times, autor de 10 libros, entre ellos Liberty or Lockdown, y de miles de artículos en la prensa académica y popular. Imparte numerosas conferencias sobre economía, tecnología, filosofía social y cultura.