Traducido por el equipo de SOTT.net

La hemos convertido en una revolución cultural y nos hemos traumatizado a nosotros mismos.
harry styles
© AlamyHarry Styles en los Grammy
El otro día, en un bar de Londres frecuentado por estudiantes de la tristemente célebre universidad "woke" de Goldsmiths, conocí a un joven blanco cis masculino que decía que los ingleses eran los culpables de su trauma heredado debido a su opresión histórica a los irlandeses. El único problema era que él no era irlandés: era estadounidense, al igual que sus padres y probablemente sus abuelos. "El dolor dura mucho tiempo", me aseguró.

Lo que me sorprendió de este encuentro no fue que fuera típico de mi Generación Z, sino que fuera tan evidentemente incómodo, una especie de frase trillada para ligar. Otro estudiante del mismo bar (con un moño naranja y un tanga como camiseta) intentó convencerme de que mi edad era una construcción social.

A mí y a muchos de mis compañeros de la Generación Z, nacidos después de 1996, este tipo de comentarios nos parecen cada vez más tontos: una moda milenial que se ha vuelto vieja y manida. Lo absurdo se ha vuelto demasiado evidente. Si tener un parentesco lejano con los irlandeses puede engendrar autocompasión, ¿no podría mi condición de inglés blanco replantearse como una forma de victimismo? ¿Cómo puede acabarse con la opresión cuando las oportunidades de ser oprimido son tan infinitas?

Nos sentimos como si nos hubiéramos topado con un muro mental, y todo el asunto de lo woke se está quedando sin rumbo. La "interseccionalidad" (la palabra académica para designar el juego de la cima del victimismo que ha dominado nuestro discurso durante tanto tiempo) parece haber hecho tanta metástasis que no tiene sentido para nadie. Cada día surgen nuevas neurodiversidades, nuevos géneros, nuevas orientaciones sexuales y nuevas desventajas.

La pobreza real, la desventaja original, se rechaza en la máquina expendedora de tarjetas de víctima. Por ejemplo, el cantante milenial Harry Styles, conocido por ondear una bandera del Orgullo Gay en casi todos sus conciertos. La semana pasada, al recoger su premio al Álbum del Año en los Grammy, dijo: "Esto no le pasa muy a menudo a gente como yo". Y tenía razón. Los chicos de las Midlands (Tierras Medias inglesas) que crecen en hogares monoparentales de clase trabajadora rara vez alcanzan la fama y el éxito de Styles. Pero Styles había olvidado que, por muy andrógino que se vista, sigue siendo blanco y hombre, y los hombres pálidos no están hechos para hablar de superación. Algunos de sus fans, como dice Vogue, "no pueden creer que alguien con el aspecto de Styles, cualquier blanco homogéneo, tenga la audacia de señalar públicamente su falta de privilegios".

Está claro que Styles debería haber estudiado más. Para ser más concretos, necesitaba incubarse en un entorno universitario con una cantidad obscena de tiempo libre y sin el imperativo desesperado de ganar dinero a partir de 2017 aproximadamente. Aquí es donde el compromiso respectivo de la Generación del Milenio y la Generación Z con lo "woke" diverge. Los mileniales hablaron sobre raza, feminismo, sexo, consentimiento, etcétera. La cohorte que triunfó no rechazó sus ideas, pero recogió el testigo y corrió con él en un millón de direcciones diferentes. La Generación Z ha complicado y corrompido tanto las teorías que heredó que ninguno de nosotros puede siquiera empezar a entenderlas.

Nuestras carreras universitarias transcurrieron en un estado de terror abyecto intermitente. Teníamos miedo de cometer apropiación cultural, de olvidarnos de llevar nuestras pegatinas (ella/él), de pasar por alto las advertencias de activación y contaminar los espacios seguros. Teníamos miedo los unos de los otros.

Los mileniales, como Styles (y el otro Harry, él o ella, para el caso), fueron capaces de popularizar y sacar provecho de lo woke. Nosotros, en cambio, fuimos más allá, lo convertimos en una revolución cultural y nos traumatizamos. Unos años más tarde, la generalidad de los mayores de la generación Z se ha visto privada de sus derechos dentro del movimiento. Muchos de ellos, que acaban de volar del nido en un mundo cada vez más caro, están experimentando ese revés con el que la religión woke no les permite construir una identidad autocomplaciente, a saber: la escasez de dinero en efectivo.

La cohorte Z más joven, la que todavía está en la universidad o en la escuela, sigue dominada por los locos radicalizados que disfrutan del ejercicio cerebral de construir un caso para su propia infelicidad insuperable. Pero los Z de más edad están abandonando el barco rápidamente, en masa, y dejando en la cuneta las banderas, los pronombres y a los mileniales.