Las características síquicas y físicas se remontan a una misteriosa saga familiar: se heredan los rasgos de los ancestros que son como las marcas que el agua o el viento graban en las piedras. Nadie elije su pedigrí ni las enfermedades en potencia, por lo que la elección de las características de los niños es una forma de la exaltación del libre albedrío. Un ejemplo de esta radicalidad se dio en el 2015, cuando un científico chino modificó genéticamente embriones, lo que valió una breve condena judicial. Son niñas editadas con el método
CRISPR: su estado actual es un completo misterio controlado por el gobierno chino. ¿Qué precio pagan los niños editados con el fin de protegerse de las enfermedades? ¿El de la inmortalidad?
Hace varias décadas que la profilaxis sexual y la fascinación por el sujeto amado es independiente del acto generatriz de la procreación y es posible seleccionar las características físicas e
inclinaciones lúdicas de los donantes. Más allá aún: incorporar en la criatura el ADN de tres progenitores, lo que destruye el axioma necesario para la procreación, el par, macho y hembra, preciso para la recreación de una
santa trinidad poligámica.
Otro paso más de la emancipación de la naturaleza es la posibilidad de nacer de un útero artificial-ectogénesis. El embrión materno es sustituido por una delicada cubierta similar al plástico, por lo que la madre adoptiva no sufre los trastornos del embarazo y contempla,
tras el cristal, el desarrollo de un feto externo como un avatar de la maternidad.
Esta apoteosis del libre albedrío trasciende la naturaleza y tal vez sea posible la implantación de una forma de conciencia acorde a los deseos, en comunión inmanente con los bosques, los ríos y las montañas.
¿Y no sucede esto ya con los recuerdos? El diseño inteligente del cuerpo y la mente del ser es insuficiente sin la selección de las memorias por la Inteligencia Artificial. En este sentido, ya es posible grabar los sueños, según han anunciado desde la Universidad de Osaka. La imaginación se materializa en una realidad digital, lo que se manifiesta en la supra conciencia del avatar modificado genéticamente, algo propio del país del sol naciente tan prolífico en imaginaciones. En realidad, es natural que así sea; está dibujado en su bandera: la multiplicación de los rayos solares produce iconos que alimentan las quimeras. Los nipones irradiados recogen estas fantasías procedentes del caos de la mente para luego mostrarlas como un logro de la técnica fotográfica. Así es: la proliferación de imágenes propias del sintoísmo fue magistralmente concebida en
Sans Soleil (Sin Sol), célebre película realizada por Chris Marker en 1983 y cuyo título hace referencia a las composiciones del director ruso
Modest Músorgski.
Elección del cuerpo, de la mente y los sueños conducen a la definitiva divinización de la ciencia y sus neo profetas a los que se rinde debido culto tras la curación preventiva de una enfermedad. Se conciben así niños agradecidos a la industria farmacéutica, mientras se condena a muerte civil o física a los devotos de la naturaleza como fuente primaria de curación. Esta nueva humanidad biotecnológica y mejorada está liberada del medio ambiente y desea habitar otro mundo, de ahí que los astro-biólogos sugieran
el envío de embriones a otros planetas para colonizarlos; es más ético que enviar tripulaciones humanas y respeta a los indígenas del planeta receptor. Este embrión modificado se crea con las mejores condiciones para el éxito, puede constituir
una colonia en una planeta desconocido: desde una cápsula espacial se desprende como una gota de agua sobre un planeta misterioso, aunque corre el riesgo de evaporarse en un ambiente hostil; nada le acompaña, ninguna promesa divina ni libro sagrado.
Pero una colonia espacial de seres editados por la IA en el extranjero sideral es la última esperanza de los magnates antes de la voladura contralada de su estafa piramidal: una súper raza de seres modificados genéticamente, con su memoria-avatar conformada por la furia de la libre elección.
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