Traducido por el equipo de SOTT.net
Henri de Saint-Simon
© daily reckoning.comHenri de Saint-Simon
El asalto a las empresas de los últimos años -es decir, no a las mayores empresas con conexiones políticas, sino a las más pequeñas que reflejan una vibrante vida comercial- ha adoptado formas muy extrañas.

Desde que The New York Times dijo que el camino a seguir era "volverse medieval", las élites han estado intentando precisamente eso. Pero este medievalismo no se ha producido a expensas de la Big Data, el Pharma, Ag o los medios de comunicación.

Golpea principalmente a los productos y servicios que afectan a nuestra libertad para comprar, comerciar, viajar, asociarnos y gestionar nuestras propias vidas. Lo que comenzó con los confinamientos mutó en mil formas. Y continúa con nuevos atropellos diarios. Quizá no sea aleatorio.

En realidad nunca se trató de la atención sanitaria. Se trataba del ejercicio del poder sobre toda la población por parte de una minúscula élite en nombre de la ciencia. El gobierno confinó a la sociedad y luego intentó que nos vacunáramos por las buenas y por las malas con una medicina experimental que no necesitábamos y que no se demostró ni segura ni eficaz.

Desde entonces, otras cosas extrañas han sido desencadenadas: la campaña para comer bichos, acabar con los combustibles fósiles, abolir los hornos de pizza a leña, imponer hornos y coches totalmente eléctricos, dejar de usar el aire acondicionado, no poseer nada y ser feliz con tu consumo digital e incluso bloquear el sol, mientras se consiente cualquier farsa como pretender que los hombres puedan quedarse embarazados.

Muchas ciudades se están desmoronando, abandonadas por residentes acomodados y consumidas por la delincuencia. Todo es una locura, pero ¿quizás haya una rima en las razones de todo esto?

"¡Debemos rehacer la sociedad!"

En agosto de 2020, Anthony Fauci y su coautor de toda la vida escribieron un artículo en Cell en el que se pedían
"cambios radicales que pueden tardar décadas en lograrse: reconstruir las infraestructuras de la existencia humana, desde las ciudades hasta los hogares y los lugares de trabajo, pasando por los sistemas de agua y alcantarillado y los lugares de recreo y reunión."
Querían el distanciamiento social para siempre, pero eso era sólo el principio. Imaginaron el desmantelamiento de las ciudades, de los eventos sociales masivos, el fin de los viajes internacionales y, en realidad, de todos los viajes, no tener más mascotas, el fin de los animales domesticados y un extraño mundo no patógeno que imaginaron que existía hace 12.000 años.

No podemos volver atrás, decían, pero podemos "al menos utilizar las lecciones de aquellos tiempos para inclinar la modernidad en una dirección más segura".

Ahí lo tenemos. Preservar los servicios "esenciales" (y las personas), pero deshacerse de todo lo demás. Los confinamientos no fueron más que un ensayo de un nuevo sistema social. No es capitalismo. No es el socialismo tal y como lo hemos llegado a entender.

Se siente como corporativismo pero con un giro. Las grandes empresas que ganan adeptos no son la industria pesada, sino la tecnología digital diseñada para vivir de los datos extraídos y alimentar el mundo con rayos de sol y brisas.

No hay nada nuevo bajo el sol. Entonces, ¿de dónde viene este nuevo y extraño utopismo?

La Contrarrevolución de la Ciencia

Hace tres años, Matt Kibbe y yo recordamos que, en 1952, F.A. Hayek escribió lo que se convirtió en La Contrarrevolución de la Ciencia. La idea es que, a finales del siglo XVIII y principios del XIX, nació una nueva concepción de la ciencia, que invertía la visión anterior.

La ciencia no era un proceso de descubrimiento mediante la investigación, sino un estado final codificado que sólo conocía y comprendía una élite.

Esta élite impondría su punto de vista a todos los demás. Hayek llamó a esto "el abuso de la razón" porque la razón genuina defiere a la incertidumbre y al descubrimiento mientras que el cientificismo como ideología es arrogante e imagina que sabe lo que es desconocido.

No tuve tiempo de releer el libro, pero Kibbe sí. Le pregunté si Hayek había dicho algo que se refiriera a nuestros problemas actuales. Su respuesta: "Este libro lo explica todo".

Toda una recomendación. Así que lo leí. Sí, lo había leído hace años, pero cada libro de los tiempos de antes tiene una sensación y un mensaje diferentes en los tiempos de después.

En efecto, es clarividente. Hayek explora con gran detalle los pensadores de principios del siglo XIX -sucesores e inversores de la Ilustración francesa original- y su origen en los escritos y la influencia de Henri Saint-Simon (1760-1825).

En pocas palabras, Saint-Simon soñaba con un mundo sin privilegios de nacimiento ni riquezas heredadas. En lo que a él respecta, la aristocracia podía estar condenada.

Imaginaba un mundo de lo que él llamaba mérito, pero no era un mérito basado en el trabajo duro y la empresa como tales. Era un mundo dirigido por genios o sabios con dones intelectuales inusuales. Constituirían la élite dirigente y gobernante de la sociedad.

El Consejo de los 21

Su sistema de gobierno preferido consistía en 21 hombres: "tres matemáticos, tres médicos, tres químicos, tres fisiólogos, tres hombres de letras, tres pintores, tres músicos".

¡El consejo de los 21! Seguro que se llevarían de maravilla y no se corromperían lo más mínimo. ¡Y seguramente serían benévolos! Averiguaríamos quiénes son estas personas depositando votos en la tumba de Isaac Newton (el dios preferido de Saint-Simon) y eventualmente se elegiría el consenso relativo al consejo de élite.

No sería un gobierno como tal, al menos no como se entiende tradicionalmente, sino planificadores de élite que utilizarían la inteligencia para dar forma a toda la sociedad del mismo modo que los científicos comprenden y dan forma al mundo natural.

A su modo de ver, esto es mucho más racional que tener una aristocracia hereditaria al mando. Y estos hombres, a su vez, desplegarían su racionalidad al servicio de la sociedad, que se sentiría enormemente inspirada por ella, del mismo modo que la MSNBC está tan entusiasmada con el Dr. Fauci y sus amigos.

Saint-Simon escribió:
Los hombres de genio gozarán entonces de una recompensa digna de ellos y de vosotros; esta recompensa les colocará en la única posición que puede proporcionarles los medios de prestaros todos los servicios de que son capaces; esto se convertirá en la ambición de las almas más enérgicas; les apartará de las cosas perjudiciales para vuestra tranquilidad. Con esta medida, en fin, daréis dirigentes a los que trabajan por el progreso de vuestra ilustración, investiréis a estos dirigentes de una inmensa consideración y pondréis a su disposición un gran poder pecuniario.
Así que ya está: La élite obtiene poder ilimitado y dinero ilimitado y todo el mundo aspirará a actuar como esta gente y esta aspiración mejorará toda la sociedad.

Me recuerda al sistema premoderno de China, en el que sólo los mejores estudiantes podían entrar en la clase de los mandarines, que eran los nueve niveles de altos funcionarios del gobierno de la China Imperial.

Gobernadores de la Mente

De hecho, Saint-Simon invitaba a sus seguidores a "considerarse gobernadores del funcionamiento de la mente humana".

Imaginaba:
"El poder espiritual en manos de los sabios; el poder temporal en manos de los poseedores; el poder de nombrar a los llamados a desempeñar las funciones de los grandes jefes de la humanidad, en manos de todos."
Saint-Simon vivió una vida que oscilaba entre la riqueza y la pobreza, y lamentó que esa condición le sucediera a cualquier hombre de su genio. Así que ideó una política que le protegiera a él y a los suyos de las vicisitudes del mercado. Quería una clase permanente de burócratas que estuvieran completamente aislados del mundo liberal que había sido celebrado sólo un cuarto de siglo antes por gente como Adam Smith.

Aquí estaba el núcleo de lo que Hayek llamó la contrarrevolución de la ciencia. No era ciencia, sino cientificismo, en el que la libertad para todos es un infierno, los genios que se hacen con el control era la transición y el dominio permanente de los sabios para moldear la mente humana era el paraíso en la Tierra.

El mejor libro que he visto que capta la esencia de este sueño es The Treason of the Experts (La Traición de los Expertos) de Thomas Harrington. Resultan no ser altruistas ni supervisores competentes de la sociedad, sino sádicos cobardes que gobiernan con una crueldad impulsada por su carrera y se niegan a admitir cuando su "ciencia" produce lo contrario de su objetivo declarado.

El "cientificismo" como ideología es lo contrario de la ciencia tal y como se entiende tradicionalmente. No se supone que sea la codificación y el atrincheramiento de una clase elitista de gestores sociales, sino más bien una humilde exploración de todas las fascinantes realidades que hacen funcionar el mundo que nos rodea.

No se trata de imposición sino de curiosidad, y no de normas y fuerza sino de hechos y una invitación a mirar más profundamente.

Saint-Simon celebró la ciencia, pero se convirtió en el anti-Voltaire. En lugar de liberar la mente humana, él y sus seguidores se imaginaron gobernándola. Anthony Fauci siguió esa tradición.

Su objetivo real es convertirse en "gobernadores permanentes del funcionamiento de la mente humana."
Sobre el Autor:

Jeffrey Tucker es el Director General de Liberty.me. También es autor de Bourbon for Breakfast y del recientemente publicado Bit By Bit: How P2P is Freeing the World. Sígalo en twitter @jeffreyatucker.