Traducido por el equipo de SOTT.net
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Y así también será nuestra escapatoria

Cuando miramos la historia para comprender sus lecciones y discernir de dónde venimos, hay, en términos generales, dos escuelas de pensamiento que compiten entre sí: una ve la historia como el producto de la mente, es decir, lo que la gente pensaba y se proponía. Es lo que se llama idealismo, y está decididamente pasado de moda.

La otra ve la historia como el resultado de presiones materiales, como la evolución económica o las condiciones naturales y otras condiciones externas. Se llama materialismo, y es en lo que todos estamos condicionados a creer hoy en día.

Afirmar que las condiciones materiales no desempeñan ningún papel en los asuntos humanos -y por tanto en la historia- sería absurdo, obviamente. Pero desde que la sociología, Marx y las llamadas "ciencias sociales" entraron en escena en el siglo XIX, hemos olvidado que, al fin y al cabo, los seres humanos hacen cosas porque, bueno, primero piensan en hacerlas; encuentran razones para hacerlo basándose en sus visiones del mundo, prioridades y formas de pensar.

Se podría argumentar que, a veces, la gente no tiene elección: antes de morir de hambre, por ejemplo, o ante la amenaza de muerte por inundación, emigrarán inevitablemente. Pero estos son casos límite, y afirmar que esto significa que la historia sigue su curso con el piloto automático, y que el comportamiento humano es simplemente causado por circunstancias externas, sería cometer lo que he llamado la falacia del caso límite: tomar un caso extremo en el que la complejidad se colapsa en una sola dimensión, abstraer alguna ley de él, y luego aplicar la ley de vuelta al 99% de los otros casos que no son casos límite. Esto es un sinsentido del hemisferio izquierdo del cerebro con esteroides.

Además, podría decirse que los humanos siempre tienen una elección. Se ha visto a personas que incluso anulan su sentido de la supervivencia y aceptan una muerte segura en nombre de un ideal superior. Si alguien cree firmemente que el canibalismo es peor que la muerte, preferirá morir antes que comerse a sus semejantes. Y si cree que abandonar su tierra sería un pecado contra su alma, puede arriesgarse a sufrir inundaciones y hambrunas antes que emigrar.

Sin embargo, la mayoría de los casos no son tan extremos. Es fácil afirmar, por ejemplo, que la industrialización atrajo a los campesinos a las ciudades debido a los mejores salarios. Pero lo cierto es que no todos lo hicieron. Y para entender por qué los que lo hicieron decidieron hacerlo, necesitamos conocer su pensamiento, sus razones: ¿qué valoraban? ¿Por qué tenían esos valores y cómo los desarrollaron? ¿Por qué ya no veían futuro viviendo en la tierra? ¿Qué buscaban? ¿Qué había sido de su cultura hasta entonces? ¿Quiénes eran los impulsores del espíritu de la época y cuáles eran sus motivaciones?
industrial revolution 18th century factory
Para empezar, ¿quién decidió que la industrialización era una buena idea? No se la puede separar del alejamiento radical de las ideas religiosas tradicionales en favor del culto a la ciencia y la tecnología en los siglos XVIII y XIX, por citar sólo un aspecto. Y esto tampoco puede separarse de acontecimientos anteriores en la historia de las ideas, como el énfasis de la Ilustración en la razón y el conocimiento. E incluso eso no es sencillo: la razón y el conocimiento podrían haber dado paso a un florecimiento de cosmologías y estudios no materialistas que fueran más allá del dogma religioso y empirista, que de hecho fue una gran fuerza motriz durante la época de la Ilustración, como ya he comentado antes. Pero, por desgracia, fue de otra manera. Que la industrialización ocurriera, y ocurriera de la manera en que lo hizo, depende de toda una serie de desarrollos en la perspectiva de la gente, lo que R.G. Collingwood llamó presuposiciones absolutas (ver mi ensayo sobre ello aquí).

aeolipile ancient steam engine hero
© Encyclopaedia BritannicaAntiguo aparato de vapor creado por Herón el Egipcio, también llamado Héroe, que era un matemático que vivía en Alejandría.
También hay que tener en cuenta que un antecesor de la máquina de vapor, el eolípilo, ya existía mucho antes de la industrialización en la Antigua Grecia, pero nadie había pensado en desarrollarlo más, al parecer, para propulsar fábricas o vehículos. Uno se pregunta por qué, ya que, desde nuestra perspectiva, esta idea parece de lo más sencilla. Quizá este sea el problema: desde nuestra perspectiva. En el pasado, la gente tenía una perspectiva muy diferente. Y así, aunque nadie parece saber mucho de todo eso, parece que los antiguos griegos sólo veían el dispositivo de vapor como una maravilla del templo, o un truco de fiesta. (Del mismo modo, quizá algún día la gente mire atrás a nuestra época y se pregunte por qué no desarrollamos la telepatía hasta convertirla en la potencia de comunicación que alteraría la sociedad y que las generaciones futuras podrían dar por sentada, y por qué en lugar de eso elegimos verla como un mero truco de fiesta).

Nuestro sagrado progresismo es una lente demasiado estrecha para captar lo que está ocurriendo aquí: la historia no es una progresión natural de los pueblos primitivos hacia nuestra gloriosa era de la tecnología. Es la historia de personas con ideas diferentes, que llevan a vidas y resultados totalmente distintos.

E incluso la industrialización podría haber sido muy distinta si la gente -incluidas las élites de la época- hubiera tenido otras ideas, otras visiones. Está muy bien buscar ciertos patrones en el pasado, pero la historia no funciona con un piloto automático, ya sea una dialéctica marxiana, ciclos spenglerianos o "presiones evolutivas", que se desarrollan como si nuestras ideas, creencias y pensamientos cotidianos no tuvieran nada que ver con nada.1

Es mucho más complejo que el hecho de que la gente se deje llevar simplemente por alguna "ley" económica o social que diga "si ocurre X, entonces ocurre Y". E incluso en los casos en que aparentemente se aplica tal ley, las cuestiones realmente interesantes quedan oscurecidas por la proclamada causalidad entre dos puntos finales: lo que realmente queremos saber son los detalles entre esos puntos y en torno a ellos. De ahí que Collingwood se diera cuenta de que todo "hecho histórico" está conectado con la totalidad de la experiencia humana, con todo el cosmos. Como ya he dicho antes, si se toma cualquier hecho y se profundiza lo suficiente, se llega a una profundidad infinita de la que no se puede escapar.

En ese sentido, "ciencia social" es un oxímoron: por "ciencia" solemos entender algo vagamente modelado a partir de la física. Pero el objetivo de la física es generar artificialmente casos límite mediante experimentos controlados, de modo que se hagan visibles ciertas relaciones matemáticas que de otro modo quedarían ocultas por la enorme complejidad de lo que está ocurriendo. Pero eso no se puede hacer con la historia ni con las sociedades. Tal vez la excepción sean los experimentos de psicología social, como el experimento de Milgram. Pero en la medida en que la psicología social funciona, todavía nos queda averiguar qué significan esos experimentos en términos de razonamiento y motivaciones internas. (Los interminables debates en torno a estos experimentos y sus interpretaciones son una prueba de ello). A partir de ahí, podemos utilizar estos conocimientos para comprender a las personas del pasado y del presente, y por qué pensaban lo que pensaban y hacían lo que hacían. Pero la cuestión sigue siendo la misma: se trata de comprender a las personas, no de postular leyes.

De nuevo, nadie en su sano juicio afirmaría que las presiones externas, la escasez económica o las corrientes migratorias no tienen nada que ver con cómo van las cosas. El problema, sin embargo, es que en nuestros días parece que hemos hecho tanto hincapié en estos factores que hemos perdido la capacidad de discernir cómo los pensamientos moldean la realidad.

Esto puede demostrarse fácilmente por el hecho de que los economistas, los tecnólogos y los llamados científicos se han convertido en nuestros sumos sacerdotes para averiguar hacia dónde nos dirigimos, sustituyendo no sólo al oráculo de Delfos o a los sabios de antaño, sino incluso a los humanistas clásicos: ya nadie parece estar interesado en lo que piensan los historiadores, o los filósofos que han desarrollado alguna sabiduría real, o los que han recibido una educación clásica. (Por supuesto, estos últimos son una especie en peligro de extinción, así que ahí está eso.) Ni hablar de los sacerdotes y teólogos de verdad.

No sé usted, pero exceptuando quizá a los verdaderos (y escasos) científicos de la vieja escuela que combinan su ciencia con un profundo interés y, por tanto, educación en una amplia gama de campos, incluida la historia y la historia de las ideas, preferiría a Delfos antes que a la mayoría de esos "expertos" imbéciles cuando se trata de inspirar un camino a seguir. (Por no hablar de esa ridícula clase de estafadores llamados "futurólogos".) Porque, como ven, si queremos evitar un mayor colapso y degradación, tenemos que cambiar nuestra forma de pensar.

La verdad de esto también puede verse en la historia. Aunque hay debates interminables sobre por qué cayó el Imperio Romano, por ejemplo, está claro que la proverbial degeneración del Imperio tardío no fue causada ni por bárbaros invasores ni por cometas ni por "leyes económicas". El hecho es que la gente (incluidas las élites) se volvió loca antes de todo eso, fuera lo que fuera.

Para la mente religiosa, la razón de esta dinámica es sencilla: si una sociedad en su conjunto desarrolla lo que solía diagnosticarse como "locura moral", finalmente Dios le dará un buen azote y se intensificará a partir de ahí, ya sea en forma de guerra y peste, inundaciones y cometas, o simplemente una serie de mala suerte, que puede ser suficiente para borrar una civilización de la faz de la tierra.
fall of rome
Pero incluso una mente no religiosa puede entender esta idea: una sociedad que se ha vuelto loca, en la que la gente ya no puede pensar con claridad, será vulnerable a todo tipo de conmociones. En una sociedad romana en la que todo el mundo busca un beneficio mezquino para sí mismo, en la que las virtudes clásicas se han convertido en un espectáculo de medio pelo en el que nadie cree, en la que todo tipo de perversiones se han convertido en el modo de vida dominante, y en la que todo el mundo sabe que las Legiones, antaño orgullosas, no son más que grupos de mercenarios que protegen a oligarcas corruptos, ¿qué piensa que ocurrirá cuando aparezca un grupo de bárbaros? ¿O simplemente una interrupción de las complejas redes logísticas? ¿O incluso sólo unas malas cosechas? Una vez más, necesitamos entender cómo pensaba la gente, cuáles eran sus motivaciones, sus sueños y aspiraciones, sus valores más elevados, individualmente y como sociedad. Sólo entonces comprendemos cómo y por qué se comportaron como lo hicieron, y cómo eso produjo la historia.

Sí, los tiempos difíciles engendran hombres fuertes, que engendran tiempos prósperos, lo que hace a los hombres débiles, lo que conduce a tiempos difíciles. Pero incluso si tomamos esto como expresión de una verdad profunda, es vaga y maleable. El diablo está en los detalles, o mejor dicho, en la mente y el alma de las personas. Es ahí donde tenemos que mirar, y donde surgen las soluciones.

Si, al fin y al cabo, la historia se desprende de la mente, entonces también lo harán las soluciones a nuestros problemas.

A quienes afirman que los ciclos históricos que han identificado son inevitables, sólo puedo repetirme: siempre podemos elegir de otro modo. Lo que hace que la idea de "leyes históricas", entendidas como algo parecido a las leyes de la ciencia, sea discutible. Por el contrario, es mejor entenderlas como hábitos de pensamiento basados en una falta de sabiduría y conocimiento.

El hecho es que si hoy eligiéramos pensar de otra manera, todo cambiaría.

Claro que hay limitaciones biológicas y físicas a lo que podemos hacer. No podemos cambiar a un hombre en una mujer; no podemos decidir que renunciar a la comida es la solución; no podemos pretender que los recursos son infinitos, etcétera. Pero como el reduccionismo -biológico, físico o de otro tipo- es falso, no hay ninguna razón por la que no podamos cambiar radicalmente toda nuestra visión del mundo, por tanto toda nuestra forma de vida, por tanto la historia.

Ya he hablado en otras ocasiones del nexo metafísico en el que nos encontramos. Estamos llamados a transformar nuestras presuposiciones, nuestras creencias interiorizadas sobre el mundo, nuestro lugar en él y cómo encaja todo. No vale con juguetear con lo que se llama "la máquina". Dado que nuestro mundo no es un "sistema" que sigue su curso de acuerdo con un puñado de parámetros, no podemos cambiar sus parámetros para alterar el curso de la historia. Tenemos que cambiar nuestras mentes.

Esta es la buena noticia. La mala noticia es que no veo cómo un número suficiente de personas será capaz de llevar a cabo este tipo de transformación. Lo que significa que la sesión de azotes de Dios podría estar todavía a la vuelta de la esquina.

Pero, ¿y qué? El caso es que si uno cambia su actitud, toda su experiencia cambia.

Por ejemplo, desde una perspectiva más espiritual, si se aprende a ver lo invisible y se desarrolla la confianza en la realidad superior, se sabrá que lo Superior tenderá una mano si uno pone de su parte. No se estará aterrorizado por el futuro ni se tomarán malas decisiones como consecuencia, sino que se sabrá en el fondo del corazón que se acabará exactamente donde se supone que se debe acabar. Que habrá una guía sutil y, al final, Todo Irá Bien.

Parece que hemos perdido completamente esta idea.

Es asombroso hasta qué punto nos han condicionado a creer en el materialismo, el nihilismo y un universo frío y despiadado durante tanto tiempo. Uno sólo puede darse cuenta lentamente de ello abriéndose camino a través de todas las contradicciones y absurdos que esta mentalidad materialista conlleva, y también estudiando cómo la gente en el pasado (lejano) ha visto el mundo - cuán completamente diferente era. Y no se trata de adoptar una mentalidad religiosa a medias como una especie de cobijo. Esto no funciona, porque incluso si uno desarrolla confianza en lo Superior, esto no significa que se pueda ser perezoso y no preocuparse por el mundo real. Al contrario, requiere un trabajo duro, incluso más duro que cualquier otra cosa. Pero es un trabajo diferente, que surge como consecuencia de una visión del mundo totalmente distinta. También puede ser reconfortante: simplemente saber con el corazón que no es necesario descifrarlo y entenderlo todo, porque nadie puede hacerlo. Si se sigue por el camino, aprendiendo y creciendo en el proceso, el cosmos tirará de uno en la dirección correcta.

Esto significa que es posible estar bien incluso si las cosas se tuercen. También significa que los individuos pueden tener más impacto del que creen: nuestros esfuerzos son escalables a nivel espiritual; podemos aprovechar el Logos Cósmico. (¡Uf!)

Quizá no todo el mundo tenga que -o pueda- formar parte de esta transformación. Pero algunos individuos han cambiado el curso de la historia, al igual que pequeños grupos que han sembrado una nueva forma de pensar, una nueva mentalidad.

De una nueva forma de pensar surgirá un nuevo mundo. Uno en armonía con el orden cósmico: completo en oposición a fragmentado en su pensamiento, orientado hacia lo Alto en lugar de hacia lo Bajo, encarnando el orden universal en lugar del caos: en comunión con el propósito cósmico, el telos final de unidad y Verdad para aquellos que libremente lo eligen.

Notas:

1 Hay un buen contrapunto a todo esto: sabemos que la gente tiende a racionalizar su comportamiento. Es decir, pueden inventarse historias elaboradas sobre por qué hacen las cosas, cuando en realidad simplemente están siguiendo sus instintos biológicos inferiores.

Pero, en primer lugar, aunque esto es cierto, no lo es para todas las personas, todos los pensamientos ni todas las acciones. Esto por sí solo refuta el argumento, porque incluso si sólo una persona de cada cien es capaz de pensar de verdad (al menos a veces) en lugar de construir narrativas en torno a impulsos, la historia ya no puede considerarse un mero producto de presiones materiales o biológicas.

En segundo lugar, incluso cuando las personas racionalizan sus impulsos, esto sigue siendo pensamiento. Y siguen actuando basándose en ese pensamiento. Por lo tanto, el debate gira realmente en torno al grado de libre albedrío que tenemos en relación con lo que pensamos.
L.P. Koch es un alemán que escribe ensayos filosóficos en un mundo que se ha vuelto loco.