Traducido por el equipo de SOTT.net
Plague Doctor
© samim
Texto de François Bonivard (1493-1570), "Crónicas de Ginebra", segundo volumen, páginas 395 - 402:
"Cuando la peste bubónica asoló Ginebra en 1530, todo estaba preparado. Incluso abrieron todo un hospital para las víctimas de la peste. Con médicos, paramédicos y enfermeras. Los comerciantes contribuían, el magistrado daba subvenciones todos los meses. Los enfermos siempre daban dinero, y si uno de ellos moría solo, todos los bienes iban al hospital.

Pero entonces ocurrió un desastre: la peste se estaba extinguiendo, mientras que las subvenciones dependían del número de pacientes. Para el personal del hospital ginebrino de 1530 no existía la cuestión del bien y el mal. Si la peste produce dinero, entonces la peste es buena. Y entonces los médicos se organizaron.

Al principio, sólo envenenaban a los pacientes para aumentar las estadísticas de mortalidad, pero pronto se dieron cuenta de que las estadísticas no tenían que referirse sólo a la mortalidad, sino a la mortalidad por peste. Así que empezaron a cortar los forúnculos de los cuerpos de los muertos, secarlos, molerlos en un mortero y dárselos a otros pacientes como medicina. Luego empezaron a empolvar la ropa, los pañuelos y las ligas. Pero, de algún modo, la peste siguió remitiendo. Al parecer, los bubones secos no funcionaban bien. Los médicos iban a la ciudad y esparcían polvo bubónico en los picaportes de las puertas por la noche, seleccionando aquellas casas en las que luego podían sacar provecho. Como escribió un testigo ocular de estos sucesos, "esto permaneció oculto durante algún tiempo, pero al diablo le preocupa más aumentar el número de pecados que ocultarlos."
En fin, uno de los médicos se volvió tan insolente y perezoso que decidió no deambular por la ciudad de noche, sino simplemente arrojar un haz de polvo a la multitud durante el día. El hedor se elevó hasta el cielo y una de las chicas, que por una afortunada casualidad había salido hacía poco de aquel hospital, descubrió lo que era aquel olor.

Ataron al médico y lo pusieron en buenas manos de "artesanos" competentes. Intentaron sacarle toda la información posible. Sin embargo, la ejecución duró varios días. Los ingeniosos hipocráticos eran atados a postes en carros y llevados por toda la ciudad. En cada cruce, los verdugos utilizaban tenazas al rojo vivo para arrancarles trozos de carne. Luego eran llevados a la plaza pública, decapitados y descuartizados, y los trozos se llevaban a todos los distritos de Ginebra.

La única excepción fue el hijo del director del hospital, que no participó en el juicio pero soltó que sabía cómo hacer pociones y cómo preparar el polvo sin miedo a la contaminación. Simplemente fue decapitado "para evitar la propagación del mal".