
Manifestantes antigubernamentales trasladan a un compañero herido en las protestas de ayer en Manama.
Todo el mundo sabe que la crisis se ha cerrado en falso. En lugar de afrontar las causas que sacaron a la calle a los bahreiníes, jóvenes y chiíes sobre todo, las autoridades han recurrido al viejo argumento de la trama extranjera (léase iraní) y se han limitado a aplicar medidas de seguridad. A decir de diversos analistas, ambas vías de actuación están radicalizando el movimiento de protesta. De hecho, mañana viernes hay convocada una gran manifestación a pesar de la prohibición.
La excusa de la mano oculta iraní, sobre la que el Gobierno no ha aportado ninguna prueba, ha justificado la llamada a las tropas del Escudo de la Península, una fuerza conjunta de los seis miembros del Consejo de Cooperación del Golfo (CCG) concebida para repeler una eventual agresión exterior. Pero el conflicto que vive Bahréin es, sobre todo, interno: de monopolio del poder político y económico por la familia real y una élite aliada. La entrada en escena, siquiera simbólica, de los soldados de Arabia Saudí (el más poderoso de los integrantes del CCG) ha dado un estupendo pretexto a Irán, el rival chií de las monarquías suníes de ese club, para presentarse como el defensor de los oprimidos.