Un sacerdote polaco acusado de pedofilia apareció calcinado frente a la tumba de su familia en el cementerio de Lopiennik Nadrzeczny, en el sureste de Polonia. Según la Fiscalía de la ciudad de Zamosc, la Policía halló junto al cadáver de este cura católico un cuchillo y una botella de líquido inflamable. Un monaguillo había denunciado a este hombre de 53 años -identificado como Boguslaw P.- por abuso sexual cuando estaba al frente de una congregación de Pocking, un pueblo situado en la región alemana de Baja Baviera, entre 2004 y 2005. También era sospechoso de haber cometido el mismo delito contra otros dos chicos de 10 años en la localidad de Turka, en el sureste de Polonia.

El religioso -cuya identidad tuvo que ser confirmada por un amigo, debido al estado de sus restos- fue arrestado el martes por la Policía polaca y, al día siguiente, el Tribunal de Zamosc decidió ponerlo en libertad con la única condición de que no abandonara su residencia y no se acercara a sus presuntas víctimas. Boguslaw P., que siempre negó estos crímenes y se declaró inocente, se arriesgaba a una condena de doce años de prisión.

Pese a que los medios locales han denunciado numerosos casos de abuso de menores cometidos por sacerdotes en los últimos años, casi ninguno de ellos ha causado verdadero escándalo en un país muy conservador, donde el 95% de la población se declara católica y la Iglesia sigue teniendo un poder social considerable. En muchos pueblos de las zonas rurales más deprimidas, los curas se comportan como pequeños dictadores que hacen y deshacen a su antojo sin que nadie se atreva a cuestionar su poder.

Hace más de cuatro años, el diario liberal 'Gazeta Wyborcza' destapó un asunto de pedofilia que causó un gran impacto. El demandante era un fraile dominico, Marcin Mogielski, y el acusado era el padre Andrzej, un cura responsable de un centro de asistencia para menores de familias desestructuradas en Szczecin, en el noroeste de Polonia. Según el denunciante, durante años, el cura abusó presuntamente de varios menores. La jerarquía eclesiástica y los sectores más conservadores de la sociedad no dudaron en ponerse de parte del acusado.