Lo medianamente sensato es que tras el desastre petrolero de la British Petroleum en 2010, en el Golfo de México, y la inspección en la que se verificó que el Arctic Challenger carecía de medidas de seguridad, Estados Unidos no permita a la angloholandesa Royal Dutch Shell iniciar perforaciones de exploración en el océano Ártico.

Sin embargo, la gigante petrolera anunció que espera comenzar operaciones a mediados de septiembre, frente a la costa norte de Alaska, con el beneplácito de Washington. En respuesta, grupos ambientalistas y de derechos humanos han manifestado su oposición y advierten que la exploración petrolera ocasionaría daños irreparables para la biodiversidad y para el planeta.

Entre las especies afectadas por las perforaciones, por ejemplo, se encuentran las ballenas, osos polares y diversas clases de aves, todas las cuales dependen del ecosistema helado para sobrevivir.

Un reciente informe del Consejo para la Defensa de los Recursos Naturales (NRDC, por sus siglas en inglés) instó al Gobierno de Obama a prohibir las perforaciones, señalando que «Shell es incapaz de impedir y de limpiar eventuales derrames de petróleo».

Para recordar, el 17 de agosto pasado, Shell fue responsable de un derrame de crudo al sur de Nigeria, suceso que pasó desapercibido por las principales agencias internacionales de prensa y no conllevó sanciones a la compañía petrolera.

La no gubernamental nigeriana Environmental Rights Action testificó haber detectado un «extenso derrame en el Río Brass» en el Delta del Níger, lo que obligó a Shell a clausurar una planta de procesamiento de crudo, sin embargo la petrolera negó las acusaciones de un gran derrame.

Esto ocurrió pocos días después de que la estadounidense Exxon Mobil asumiera la culpa por otro derrame de petróleo en el Delta.

De acuerdo a Naciones Unidas, hasta el año pasado la zona del Delta necesitaba al menos 30 años y unos mil millones de dólares para recuperarse -parcialmente- del daño medioambiental provocado durante décadas por las corporaciones petroleras.

«La industria petrolera (Shell) tiene un deplorable historial de derrames que nunca limpió efectivamente», señala el informe del NRDC, y advierte de los efectos negativos de las perforaciones como el incremento de los gases de efecto invernadero, causantes del recalentamiento planetario, entre otros.

Varios miembros del Partido Republicano, entre estos la senadora de Alaska, Lisa Murkowski, respaldan la iniciativa de exploración, y explican que el petróleo del Ártico «aportaría a Estados Unidos recursos energéticos más baratos durante más de una década».

Aprobar la exploración de petróleo en el Ártico (y la posterior explotación) sería una decisión con consecuencias catastróficas, no sólo para Estados Unidos, sino para el planeta y en especial la vida humana.

Perforar el cambiante hielo del Ártico es una acción directa de contaminación y daños irreparables, además, requiere de una inmensa inversión, incluso de recursos federales, que deberían usarse en el desarrollo de fuentes sustentables de energía limpia.

Además, la Shell pretende perforar el océano Ártico cuando científicos del gobierno estadounidense han revelado que, el hielo ha logrado su máximo derretimiento hasta alcanzar su tamaño más pequeño en la historia, empeorando el problema del recalentamiento global.

El Centro Nacional de Nieve y Hielo de Estados Unidos y la agencia espacial NASA sostienen que, el hielo del Océano Ártico se redujo este año hasta ocupar una superficie de 69 mil kilómetros cuadrados, por debajo de la marca registrada en 2007.

Sin duda, el Ártico de Alaska se ha convertido en un territorio en disputa comercial y política, al menos en la reciente década, por sus valiosas riquezas naturales de petróleo, carbón y gas natural, así como en biodiversidad y herencia ancestral indígena.

Perforarlo sería destruir un bien preciado de la humanidad, en nombre del "desarrollo" capitalista. En definitiva, el consumo y demanda de energía de este modo de producción está conduciendo a la extinción de la humanidad.