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Seguro que la mayoría de ustedes ha oído hablar de los perros de Pavlov.

Ivan Pavlov fue un científico ruso que en 1904 recibió el Premio Nobel de Fisiología por sus estudios sobre los reflejos condicionados. Básicamente, lo que demostró es que animales como los perros son capaces de asociar fisiológicamente el premio y el castigo a determinados estímulos externos. Por ejemplo, si se toca siempre una campanilla antes de dar de comer a un perro, al cabo de poco tiempo el perro comenzará a salivar en cuanto oiga la campanilla, antes incluso de llegar a ver la comida. De la misma manera, si se hace escuchar sistemáticamente al pobre perro el sonido de un metrónomo antes de aplicarle una descarga eléctrica, al cabo de poco tiempo el animal se retorcerá de dolor cada vez que escuche un metrónomo, incluso aunque no se le aplique ninguna descarga.

Lo que las investigaciones de Pavlov ponían de manifiesto es que el cerebro de los mamíferos, y de muchos otros animales superiores, es capaz de inferir relaciones causales entre sucesos y efectuar asociaciones entre ellos, alterando la respuesta fisiológica del organismo y aprendiendo así a responder al entorno de la forma más eficiente posible.

Así, los perros condicionados de ese modo aprenden rápidamente a acudir a cualquier lugar donde suene una campanilla o a huir de cualquier sitio en cuanto escuchen un metrónomo.

Desde el punto de vista psicológico, las investigaciones de Pavlov no nos descubren nada nuevo: cualquier dueño de un perro sabe que el premio y el castigo funcionan como manera de condicionar el comportamiento de su mascota, por ejemplo para que aprenda a no hacer sus necesidades sobre la alfombra. Lo que descubrió Pavlov de novedoso es que ese tipo de aprendizaje no se basa solo en mecanismos psicológicos, sino también en reacciones corporales: el perro que ha aprendido a asociar el sonido del metrónomo con las descargas eléctricas, no huye de ese sonido simplemente porque sepa que después viene la descarga, sino porque su cuerpo ha aprendido a sentir un dolor físico real en cuanto escucha ese sonido concreto.

Por supuesto, esos mecanismos funcionan en todos los mamíferos, incluyendo los seres humanos. Desde pequeños, el premio y el castigo nos hacen interiorizar determinados comportamientos, nos condicionan psíquica y físicamente, de tal manera que aprendemos a buscar determinados estímulos y a huir de otros. Por regla general, basta con repetir una experiencia unas pocas veces para que cualquier persona aprenda lo que conviene o no conviene hacer. De hecho, los seres humanos tenemos una facilidad mucho mayor que otros animales para escarmentar en cabeza ajena: somos capaces de deducir lo que nos puede pasar si hacemos esto o lo otro, a partir de lo que vemos que les pasa a los demás.

Ayer supimos que el gobierno acaba de cesar a un general de brigada que se atrevió a calificar a Artur Mas de descortés en un editorial de la revista Ejército. Y me gustaría llamar su atención sobre cómo este tipo de situaciones se vienen repitiendo de manera sistemática desde hace tres décadas.

En España se puede hacer casi de todo de manera impune: se puede militar en organizaciones proetarras, se puede llamar ladrones al conjunto de los españoles, se puede decir que el Rey es un torturador, se puede organizar un asalto a una capilla, se puede ridiculizar al Papa, se puede robar dinero público a manos llenas... En general, uno puede organizar su vida como le plazca, hacer lo que le dé la gana, saltarse la Ley, interferir con la libertad de los demás o recurrir al insulto e incluso a la violencia.

Pero hay determinadas líneas rojas cuyo cruce lleva aparejada, como en el caso de los perros de Pavlov, la descarga eléctrica de la defenestración, de la inhabilitación o de la crucifixión pública. Una de esas líneas rojas es el nacionalismo. A lo largo de los años, hemos aprendido en las cabezas de los Vidal Cuadras, de las María San Gil, de los Francisco José Alcaraz, de los Nicolás Redondo Terreros, de los Federico Jiménez Losantos o, más recientemente, del periódico El Mundo y de este general defenestrado, que el nacionalismo no se toca. Porque el tocarlo provoca el inicio de la consiguiente campaña de acoso y derribo.

Cualquier otra cosa que usted haga da lo mismo. Puede ser usted el mayor delincuente del mundo, que eso no conllevará su expulsión del sistema. Pero oponerse a la lenta labor de voladura de la Nación y la Constitución implica, como hemos aprendido a lo largo de los años, que antes o después sufrirá usted el consiguiente castigo.

Y el pueblo español ha terminado por interiorizar eso. A base de repetir el castigo, se ha instaurado en la sociedad el reflejo pavloviano correspondiente. De tal manera que muchas personas llegan a asumir no solo como naturales, sino incluso como obligados, esos castigos ejemplares, porque esas personas llegan a sentir malestar - un malestar condicionado - al oír decir determinadas cosas. Así, cuando alguien denuncia con contundencia la corrupción nacionalista, la reacción superficial en muchas personas es pensar: "¡Qué barbaridades dice este hombre!", cuando lo que en realidad están sintiendo a un nivel más profundo es: "¡Verás la que le va a caer encima a éste! Huyamos rápidamente de su lado, no sea que nos llevemos nosotros alguna bofetada". Reflejos condicionados.

Yo lo que me pregunto es: ¿Quién es el Pavlov de toda esta historia? ¿Quién ha decidido, en un determinado momento, cuáles son las líneas rojas que la sociedad española no debe traspasar? ¿Y qué poder tiene ese Pavlov, que hasta un gobierno del PP con mayoría absoluta aplica castigos ejemplares a quienes se atreven a criticar al nacionalismo?

Sea cual sea la respuesta, lo que está claro es que hay que romper de una vez ese condicionamiento social. Y es hora de empezar, entre todos, a aplicar el castigo sistemático a quienes trabajan contra España y a premiar a quienes luchan a su favor, para invertir los reflejos condicionados.

Sería lo natural, ¿no les parece? Porque ningún pueblo puede sobrevivir si se dedica a favorecer sistemáticamente todo lo que le perjudica y a castigar a aquellos que se rebelan contra esa estrategia suicida.