El 19 de junio de 1924, día del Corpus, sobre las nueve de la mañana, los cuatro hermanos Pacheco Cordero trabajaban en la finca 'El Lemus', un par de kilómetros al oeste de Olivenza. Recogían guisantes cuando sucedió algo que les obligó a interrumpir su tarea, levantar la mirada y dirigirla al cielo. María, que entonces tenía diecisiete años, se lo contó al día siguiente a Lucas Fernández Navarro, geólogo a quien la facultad de Ciencias de Madrid ordenó viajar al lugar. «Dice - escribió el experto en el trabajo que escribió en 1925 para el Museo Nacional de Ciencias Naturales - que no percibieron el fenómeno hasta que al oír tres fuertes detonaciones alzaron la cabeza y vieron venir hacia ellos una gran masa que ardía como una estrella, envuelta en humo blanco».

«Afirma - continúa el relato - que venía derecha a caer donde los cuatro hermanos se encontraban, pero que ya muy cerca de ellos hizo un extraño giro, al que atribuyen haber salvado la vida. Durante algún tiempo permanecieron inmóviles, petrificados por el terror».
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© Fernando NegreteFragmento expuesto en el Museo Etnográfico González Santana de Olivenza.
Aquello tan extraño que impactó contra el suelo «a seis u ocho metros» de ellos y que hizo que los cuatro hermanos se olvidaran de los chícharos, fue un meteorito. Y no uno cualquiera. Fue un bólido de entre 100 y 150 kilos de peso, de los más grandes que han caído hasta ahora en la Península Ibérica. Lo que sucedió aquella mañana ha pasado a la historia con un nombre: 'El meteorito de Olivenza'. El jueves se cumplirán noventa años.

«La pieza que tenemos aquí es pequeña, irregular, una lasca que no creo que supere los diez centímetros de alto por seis de ancho, pero que genera muchísimo interés entre la gente, sobre todo entre los visitantes extranjeros», asegura ahora Miguel Ángel Vallecillo, director del Museo Etnográfico Extremeño González Santana de Olivenza. Fue inaugurado en el verano de 1991, y veinte años más tarde - o sea, en 2011 - estrenó un espacio, en la sala baja de la torre del homenaje, al que bautizó como 'Sala del meteorito'. En ella se guarda desde entonces en depósito la colección de la familia Soto Pérez Cortés - a la que pertenece José Javier Soto, notario de Olivenza hasta hace unos años, ahora en Tenerife - , y en la que ha colaborado José Vicente Casado, experto en meteoritos. «No creo que haya un espacio igual en toda Extremadura», intuye Vallecillo, que conoce bien la historia de ese suceso extraordinario del que dieron cuenta periódicos y publicaciones especializadas tanto de España como de otros países.

Casi todo lo que se conoce sobre esa masa de materia cósmica que cayó en suelo extremeño está en las 34 páginas mecanografiadas del informe que elaboró Lucas Fernández Navarro. En él se especifica que al poco de conocerse lo que había ocurrido, el lugar se llenó de gente.

«Es muy difícil calcular el peso total del meteorito - explica el autor - , sobre todo porque ha de haber numerosos, aunque pequeños, fragmentos en poder de aldeanos y menestrales de la comarca». No obstante, aporta una cifra. «Los fragmentos conocidos dan una cifra aproximada a cien kilogramos, la mayor parte procedente de la caída en 'El Lemus'. Este trozo debía tener por lo menos setenta kilogramos, y el total de la caída escasamente llegaría al doble, aún siendo cierto el envío a Portugal de un total de treinta kilogramos».

No solo al país vecino llegaron trozos del meteorito de Olivenza. Ya en 1925, tenían fragmentos en el Observatorio de Juvisy (París) y en British Museum (Londres), donde el alcalde de Badajoz envió una pieza de 125 gramos, según el informe oficial de Fernández Navarro. También fueron a parar componentes del bólido a Badajoz (al Instituto Nacional de Segunda Enseñanza y al Museo Arqueológico, aparte de los particulares) y a Madrid, fundamentalmente al Museo Nacional de Ciencias Naturales, donde a día de hoy, está la mayor parte del material recopilado.

El trozo más grande cayó en 'El Lemus', pero también se recogieron restos del meteorito en el paraje 'Los Manchones' y en las fincas 'La Sancha', 'La Moreriña', 'Doña María' o 'Juana Castaña'. En Olivenza hay quien cuenta que el capitán de la Guardia Civil partió un fragmento del bólido en dos partes, y una de ellas fue enviada a Alemania, y de ahí la mandaron a Estados Unidos.

Sí existen certezas sobre el área geográfica en la que se vio y escuchó al meteorito. Fernández Navarro y sus colaboradores recogieron testimonios en Jerez de los Caballeros - allí lo describieron como «una bola de fuego que corría dejando una estela de humo que duró largo rato» - , Badajoz, Mérida, La Albuera, Lobón, Burguillos del Cerro, Talavera de la Reina (Toledo), Almodóvar del Campo (Ciudad Real) y en las localidades portuguesas de Elvas, Portalegre, Campomayor, Vila Fernando, Cabeçao, Barba, Redondo y Castelo de Vide.

«Tres grandes explosiones»

«El ruido que acompañó al traslado y caída del meteorito - escribió el geólogo - lo comparan muchos al disparo continuo de una ametralladora, algunos al chirriar de un grueso portón de hierro, otros al que produce el motor de un camión automóvil o el de un aeroplano, al tableteo de un trueno en país montañoso, etcétera». «En lo que todos convienen - añade - es en lo fuerte del ruido y en señalar en él dos o tres grandes explosiones inmediatamente antes del momento de la caída».

El examen posterior determinó que se trataba de una piedra meteórica (litito) del grupo Condritas, de estructura normal, muy rica en condros. «Las superficies frescas de fractura - describe Fernández Navarro - son irregulares y gruesamente granudas, ofreciendo un color gris-ceniza con motas oscuras redondeadas y manchas metálicas irregulares. La piedra es poco tenaz, se desmorona fácilmente al golpe del martillo y se hacen en ella grandes grietas por donde fácilmente se rompe al choque».

En el momento del impacto, sin embargo, el meteorito tuvo la suficiente fuerza como para abrir un cráter importante. «El hoyo que yo pude observar - escribió el geólogo que viajó a Olivenza desde Madrid - tendría como medio metro de diámetro en la boca por poco menos de profundidad».