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© Virgilio PonceManuel E. Yepe
Al Congreso Nacional de Honduras ha llegado una iniciativa legislativa que, de ser aprobada como ley, autorizaría la creación de "Ciudades Modelo" o "Regiones Administrativas Especiales", lo que confirmaría, una vez más, la doctrina del choque y la teoría del capitalismo de desastre estudiadas y descritas por la escritora y periodista canadiense Naomí Klein en su libro The Shock Doctrine: The Rise of Disaster Capitalism, publicado en 2007.

Tales "ciudades modelo" serían micro estados localizados en territorio hondureño respecto a los cuales el Estado de Honduras haría renuncia formal de su papel de velador por el cumplimiento de sus propias leyes, así como de las decisiones de las instituciones nacionales. Esas ciudades tendrían su propia moneda, su gobierno, su policía, su aduana y sus tribunales.

El proyecto prevé conceder, inicialmente, unos mil kilómetros cuadrados del territorio hondureño para que contratistas extranjeros instalen fábricas ensambladoras de computadoras, barcos, turbinas, vehículos y otras producciones de alto componente laboral.

Serán colonias en las que trabajarán y vivirán indefinidamente muchos miles de pobladores. Allí estarán sujetos a las leyes especiales que establecerán las corporaciones transnacionales y serán tratados como extranjeros en su propio país.

Se trata, quien lo duda, de un proyecto de colonización imperial que representaría un primer paso para la entrega de la soberanía nacional al capital extranjero y el comienzo de la liquidación del Estado de Honduras. La iniciativa legislativa fue promovida por la Embajada de los Estados Unidos que invitó al país al empresario Paul Romer quien, según se dijo, ha fomentado proyectos similares en otras partes del mundo. El empresario ofreció en días recientes declaraciones acerca de este proyecto, que se supone auspiciado por el gobierno de facto.

El fatídico golpe de Estado que padeció Honduras en 2010, al igual que los terribles desastres naturales sufridos en el propio año por Chile y Haití, unidos a la calamitosa epidemia de cólera en esta última nación, más la reacción oportunista de Estados Unidos en todos estos casos, han despertado justificados temores de que Latinoamérica, en su conjunto, esté destinada a ser pasiva de la aplicación de la doctrina del capitalismo de desastre con sus globalizantes propósitos neoliberales ante nuevas situaciones de choque, casuales o previsibles.

Téngase en cuenta que la coyuntura por que atraviesa Estados Unidos no le es propicia para recurrir a nuevas guerras como solución de corto plazo para su actual crisis multifactorial, lastrada como está la superpotencia por sus aún abiertas cruzadas contra Irak y Afganistán. Después de todo, nada nuevo habría en que la administración actual de Estados Unidos se apropie de una doctrina político-militar que se basa en el aprovechamiento de desastres, espontáneos o inducidos, valiéndose de ellos para introducir soluciones que actúen a favor de sus designios hegemónicos imperialistas.

Históricamente, calificarían dentro de esta doctrina muchos desastres secretamente provocados por la superpotencia para beneficiarse con su solución. Recuérdense, desde la explosión auto suscitada del acorazado Maine en la bahía de La Habana en 1898 para entrar en guerra contra España y hacerse de sus colonias, hasta la declaración en 1960 del bloqueo a Cuba para provocar una situación de hambre y miseria de la que se culparía al gobierno de la isla y mantener el acoso hasta nuestros días cual espada de Damocles sobre la estabilidad de la nación cubana.

Con el desastre provocado por el golpe de Estado en Honduras que instrumentó Washington usando a la oligarquía hondureña como chivo expiatorio, se intentaba un beneficio inmediato para la política exterior de Estados Unidos hacia Latinoamérica frenando la corriente hacia la independencia y la izquierda que aun subsiste y, eventualmente, invertirla. Pero, sin dudas, el desastre presente era previsible.

El régimen de facto, primeramente con Roberto Micheletti al frente y encabezado ahora por Porfirio Lobo, instrumentos ambos de la oligarquía plegada al imperio, no ha podido imponerse, ni en lo interno, ni a nivel regional e internacional, con un costo político que está siendo asumido por la diplomacia estadounidense en tiempos en los que carece de la solvencia necesaria y suficiente para ello.

Pero Washington pudo haber previsto para el caso aprovechar el desastre ganando tiempo con proyectos como el de las "ciudades modelo" neoliberales, antes que pretender un imposible regreso al orden anterior al golpe o apresurar la vuelta a una normalidad que le enfrentaría a un pueblo que ya no es aquel mismo instrumento dócil que controlaba la oligarquía.

A apenas un año de haber sido obligado al exilio el presidente constitucional Manuel Zelaya, hoy Coordinador General de la Resistencia, Honduras parece inexorablemente abocada a la revolución llamada a aportar a su pueblo toda la independencia y la justicia social a que, ahora lo sabe, tiene derecho.