Mientras Donald Trump ratifica la ley aprobada por el Congreso de EEUU que establece nuevas sanciones contra Rusia, los ciudadanos del país eslavo parecen más preocupados por aprovechar el breve verano ruso que por lo que dichas medidas puedan acarrear.

Los motivos para que no cunda el pánico entre los rusos (tanto simples ciudadanos como políticos), los analiza Kiley McCormick-McGeady en su artículo para The Huffington Post.
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© Sputnik/ Evgeny Biyatov

La presión económica no es un arma eficaz para lograr la sumisión", admite el autor, mientras recuerda hechos históricos como el asedio de tres años a Leningrado, el estalinismo, la Guerra Fría y la privatización traumática todavía en la memoria de los rusos, quienes "han visto y sobrevivido cosas mucho peores".

A pesar de que desde marzo de 2014 (poco después de la reunificación de Crimea con Rusia) EEUU y la Unión Europea han ido induciendo cada vez más y más sanciones económicas en contra de Rusia, el país eslavo se ha mantenido de pie, considera el periodista.
"Si el objetivo de estas sanciones era dañar la economía rusa, muchos podrían decir que tuvieron éxito, ya que sí contribuyeron en gran medida a la crisis financiera rusa de 2014. Si el objetivo de estas sanciones era obligar al presidente Vladimir Putin o a la población rusa a capitular, fracasaron", afirma.
Con esta nueva vuelta de tuerca de EEUU, los rusos demuestran una vez más que tales métodos de coerción simplemente no funcionan con ellos.

"En lugar de ceder a los deseos occidentales, el Presidente Putin ha prometido expulsar a 755 diplomáticos estadounidenses. Más que nada, los rusos ven esta actual ronda de sanciones como un intento equivocado y poco informado de intimidación y dominación occidental", razona el articulista.

"Washington nunca ha entendido que los métodos de presión sobre Rusia no funcionan y las sanciones no pueden ayudar a mejorar las relaciones", aseguraron funcionarios de la embajada rusa en Washington, citados por el periodista, quien coincide en que estas sanciones probablemente no lograrán la reacción deseada.

Para comprender la política exterior rusa, primero hay que entender a los rusos, asegura el autor. Son un pueblo particularmente consciente de la historia: la disolución de la Unión Soviética redujo a Rusia de una potencia global y una hegemonía regional a un estado capitalista en quiebra en los años 90.

La ascensión del presidente Putin al poder en el 2000 "trajo consigo la estabilización, el crecimiento y el progreso, al mismo tiempo que recortó oligarcas y mafiosos por igual", recuerda.

"Más importante aún, durante su presidencia, ha aliviado el gran sentimiento de pérdida que los rusos sienten en torno a la caída de la Unión Soviética. Esto no quiere decir que todos los rusos recuerden con cariño los años de la Guerra Fría, pero muchos echan de menos la seguridad de la cuna a la tumba del comunismo y la sensación de que fueron los bastiones de una ideología global, eje en el que giró el mundo", teoriza McCormick-McGeady.

El artículo admite que la adhesión de Crimea realmente causó un aumento en las calificaciones de aprobación del presidente Putin, ya que se trata de un territorio históricamente ruso. "Frente a la historia, las sanciones significan poco. Los rusos han sobrevivido a condiciones económicas mucho peores y saben cómo superar una tormenta", afirma.

Lo cierto es que los rusos toman las sanciones como un desafío, asegura el artículo. En lugar de lo que ocurriría en alguna población occidental, que se quejaría ante una inflación rápida y la desaparición de bienes de consumo, los rusos se enorgullecen de mantener su terreno.

"Esta actual ronda de sanciones del Congreso no puede parecer más que un bache en el camino [para Rusia]. Una pregunta mejor es, ¿podrá Occidente manejar la respuesta?", concluye el periodista.