Traducido por el equipo de SOTT.net en español

Si eres blanco y gozas de algún nivel de influencia pública (como político, profesor o aficionado a la política) y utilizas dicha influencia para tratar temas sociales, seguramente serás acusado de ver la vida a través del prisma distorsionador del privilegio blanco. Los líderes negros y los fervientes defensores de la justicia social harán la acusación en los términos más austeros (vea un ejemplo de ese momento picante durante un debate reciente sobre la corrección política cuando Michael Eric Dyson etiquetó bruscamente a su adversario conservador, Jordan Peterson, como un "hombre blanco malvado y loco"). Incluso los de la izquierda, como Hillary Clinton y Bernie Sanders, no han gozado de inmunidad frente a esta acusación. El privilegio se enmarca como una condición que, una vez adquirida, nunca se puede curar. Sin embargo, se desafía a la credulidad cuando se propone que Dyson y otras voces destacadas de la justicia social son las únicas que ven la vida como lo que realmente es al estar despojados de todos los subtextos parroquiales. El sentido común sugiere la existencia de una enfermedad complementaria que aflige a los acusadores, la cual podría llamarse: paranoia racial.
black lives matter
Si algunos tienden a pasar por alto la injusticia que les rodea, ¿no es igualmente posible que otros vean injusticia donde no la hay? No hay ningún lugar en la arena pública donde la paranoia y el privilegio choquen más explosivamente que en el tema de la desigualdad de trato ante la ley. Al presentar su argumento, los defensores de los negros citan uniformemente los incidentes grabados en video que ya se han convertido en parte de la conversación nacional sobre la raza: Eric Garner, Walter Scott, Philando Castilla. Todos dieron oxígeno a Black Lives Matter, y más tarde a las protestas de la NFL. Sin duda, los videos pueden ser exhibiciones dramáticas a la hora de montar un argumento en contra de la violencia extrajudicial. Lo que un video no puede hacer, desde luego, es mostrarnos si la fuerza excesiva se aplica de forma desmedida o por motivos raciales. Para ello debemos recurrir a los hechos y a las cifras.

Un estudio publicado la semana pasada sugiere que la idea de que las fuerzas del orden son un semillero de racismo está muy influenciada por la paranoia. La publicación "Is There Evidence of Racial Disparity in Police Use of Deadly Force" (¿Hay evidencia de disparidad racial en el uso de la fuerza mortal por parte de la policía?) examina los datos disponibles sobre los tiroteos policiales en 2015 y 2016. Los autores observan que las determinaciones de disparidad normalmente se hacen por la simple "comparación de las probabilidades de ser disparado fatalmente para los negros y los blancos, y las probabilidades se comparan con la proporción de población de cada grupo". Los autores afirman que esto necesariamente da una imagen incompleta, debido a la sustancial diferencia per cápita en cuanto a la delincuencia entre los negros: "Cuando se ajusta según la criminalidad, no encontramos evidencia sistemática de disparos mortales contra negros, disparos mortales contra ciudadanos desarmados, o disparos mortales que involucren la identificación errónea de objetos inofensivos".

Incluso sin tales ajustes, los números en bruto son reveladores. En 2017, la policía estadounidense mató a 19 negros desarmados. En Estados Unidos viven 30 millones de negros mayores de 18 años. Así pues, los 19 asesinatos representaron una tasa de mortalidad de 0,00000063333; menos de una diezmilésima parte del 1 por ciento. Nada puede deducirse de una muestra tan pequeña. En todo el espectro de EE.UU., los eventos aleatorios repercuten mucho más. En el último año, 84 personas murieron después de haber sido atacadas por "un mamífero que no sea un perro". 340 estadounidenses mueren cada año en sus propias bañeras. Si este año la mitad de ellos fueran negros (lo cual está muy por encima de la distribución esperada, dada la representación de los negros en el censo del 13 por ciento) no investigaríamos si las bañeras han desarrollado tendencias racistas. Sin embargo, podríamos adoptar una perspectiva conductual con sentido común e investigar si algún nuevo comportamiento expone a los negros a un mayor peligro a la hora del baño. Curiosamente, este razonamiento se considera impolítico a la hora de evaluar los contactos entre los negros y las fuerzas del orden. Como sociedad, aparentemente se nos prohíbe atribuir la desgracia negra a la causalidad negra.

En cualquier caso, la policía indudablemente ataca y molesta a los negros mucho más a menudo que a los blancos, ¿verdad? No tan rápido. En la Encuesta de Contacto Público-Policial (PPCS), llevada a cabo semirregularmente por la Oficina de Estadísticas de Justicia (BJS) y basada en una muestra de unos 60.000 residentes de EE.UU. de 16 años o mayores, los encuestados describieron sus recientes encuentros con la policía. Tanto los negros como los blancos aprueban abrumadoramente la conducta de la policía, con una diferencia menor en la percepción de lo apropiado de sus respectivas detenciones: 83 por ciento de aprobación para los negros y 89 por ciento para los blancos. Aunque los blancos también parecen gozar de un modesto desequilibrio en el uso de la fuerza, la misma es sorprendentemente rara en general, ya que sólo ocurre en el 3.5 por ciento de los contactos para los negros y en el 1.4 por ciento para los blancos. Tenga en cuenta dos cosas: En primer lugar, esto incluye un porcentaje de encuentros en los que se requirió la fuerza para detener a un sospechoso o impedir un delito. Dos, para el propósito de este análisis, la "fuerza" abarca prácticas relativamente benignas como "gritar, maldecir, amenazar, empujar o agarrar". Finalmente, a pesar de toda la ansiedad por la supuesta metástasis de las políticas de "detener y registrar" en toda la sociedad, no hubo diferencias estadísticas entre negros y blancos en cuanto a la frecuencia de las detenciones en la calle: menos del 1 por ciento para ambos.

Y sin embargo, cada vez que se produce un nuevo incidente, uno observa esa tendencia irreflexiva de las voces negras (y de sus aliados de los medios de comunicación) a verlo metafóricamente como evidencia de una verdad bien conocida. Por ejemplo: La narrativa condenatoria original de Ferguson, MO, fue rápidamente desacreditada (y luego desmentida en una investigación del Departamento de Justicia). No, un hombre negro pasivo no fue asesinado a tiros mientras trataba de rendirse ante un policía; más bien, trataba de quitarle el arma al oficial. Sin embargo, el caso de Michael Brown puso a Black Lives Matter a tope, mientras que "Hands up, don't shoot" (Manos arriba, no dispare) se convirtió en un eslogan omnipresente, cantado incluso por los presentadores de la CNN mientras se sentaban en sus escritorios (hasta el día de hoy, este mensaje aparece en las camisetas que usan los activistas de la justicia social en todas partes).

¿Cómo es que un joven es erróneamente retratado como el ejemplo de un malestar que no existe? Uno podría argumentar que hay tres factores en juego. El primero, como era de esperar, es el de los medios de comunicación, con su amplia cobertura sensacionalista de los incidentes que ocurren. La segunda es la espectacular relevancia del llamado Twitter Negro, por su efecto multiplicador exponencial. El tercer y más nuevo factor es el ascenso de una falange de autores afroamericanos, que han desarrollado un perverso interés en la mercantilización del dolor racial. Entre ellos están el Sr. Dyson, Charles Blow del New York Times, el columnista Leonard Pitts Jr. y Marc Lamont Hill, y el muy celebrado Ta-Nehisi Coates. Juntos, ellos elaboran para su hambrienta audiencia un guiso desagradable de esclavitud, Jim Crow, linchamientos del KKK, encarcelamiento masivo, el surgimiento de la "derecha alternativa" y, sobre todo, la primacía de la llamada "experiencia vivida". Piense en el daño psíquico que esta interminable inmersión en la mala conducta de los blancos ha hecho a su audiencia.

Y así terminaré con una simple petición al Sr. Dyson y a todos los proveedores de tal crudeza racial incesante: que refrenen su paranoia.

Steve Salerno es un ensayista y profesor de periodismo de gran difusión. Su libro de 2005, SHAM: How the Self-Help Movement Made America Helpless (SHAM: Cómo el movimiento de autoayuda dejó a Estados Unidos indefenso), exploró la impronta cada vez más amplia de la industria de la superación personal en la sociedad. Puede seguirlo en Twitter @iwrotesham