Ira emoción


Gestionar la ira de manera inadecuada es un hito o costumbre que puede producir consecuencias desastrosas. La ira es una de esas emociones invasivas que muchas veces nos lleva a hacer tonterías. Terminamos diciendo o haciendo algo que nos perjudica y/o perjudica a las personas que queremos.


Desafortunadamente, la ira es vista en ocasiones de forma más o menos positiva. El jefe que grita, o el padre severo pueden creer que sus explosiones de ánimo son una muestra de seriedad o compromiso. Sin embargo, la rabia sin control difícilmente genera algo positivo. Por el contrario, daña, hiere y termina generando más ira y resentimiento en los demás.

De ahí que sea tan importante aprender a gestionar la ira. No se trata de no sentirla, porque la ira, como todas las emociones, es una reacción legítima en muchos casos. Lo importante es no dejar que tome el control, que sea la emoción la que dicte lo que hay que hacer. Aquí os presentamos cuatro formas de gestionarla de manera inadecuada.
"La ira: un ácido que puede hacer más daño al recipiente en la que se almacena que en cualquier cosa sobre la que se vierte".

-Séneca-
1. La contención absoluta, una forma inadecuada de gestionar la ira

La contención absoluta nunca es un camino válido para gestionar la ira, ni otras emociones. Negar lo que se siente, aprisionar, eludir o tratar de pasar por alto lo que sentimos no es adecuado. Ninguna represión es exitosa. Esa energía que pretendemos asfixiar dentro de nosotros mismos siempre retorna en forma de otro síntoma físico o psicológico.

Así que el mejor camino no es mordernos los labios y tratar de seguir adelante como si nada hubiera pasado. Lo que sí podemos hacer es pensar en un primer momento para evitar que se produzca uno de esos estallidos de rabia se vuelvan contra nosotros o contra los que queremos. La serenidad dará paso a un escenario más propicio para expresar la emoción.

2. Volcar la ira sobre uno mismo

Una de las consecuencias de reprimir la energía que acompaña a la ira es que esta termina explotando dentro de nosotros. Las emociones no se diluyen ni desaparecen porque sí. Cuando no las gestionamos, terminan transformándose en algo indeseado. Es frecuente que esa rabia que callamos más adelante se convierta en una agresión hacia nosotros mismos.

La depresión muchas veces encubre una ira reprimida. La rabia está ahí, pero en lugar de dirigirse a quien la generó, se vuelve contra nosotros. Es entonces cuando aparecen los auto-reproches o el resentimiento. También es posible que surjan migrañas, vértigos y otros síntomas físicos. No perdamos de vista la fuente de la ira. ¿Qué hizo surgir la rabia?

3. Adoptar actitudes pasivo-agresivas

Las actitudes pasivo-agresivas son aquellas en las que las palabras, los gestos o los actos denotan rabia, pero esta no se expresa directamente. Más bien se oculta. Se le ponen adornos o velos que matizan la ira, pero no la canalizan ni la solucionan. El ejemplo más típico es el de las indirectas. Se dice y no se dice.

Gestionar la ira de esta manera no es adecuado porque genera confusión. Tanto para ti, como para los otros. Finalmente no se logra manifestar abiertamente la molestia, pero tampoco se calla del todo. El problema es que esto puede dar lugar a una prolongación innecesaria del conflicto o a nuevas fuentes de problemas.

4. Descargar la ira con gente inocente

La ira genera a veces cadenas de agresión que son completamente irracionales. Supongamos que el jefe molesta de alguna manera a su empleada. Esta no le responde, pero cuando habla con su novio se muestra contrariada y le recrimina sin razón. El novio no le responde, pero guarda una cierta molestia dentro de sí. Por eso llega a su casa y se vuelve excesivamente intolerante con su hermano menor, al que termina gritando. El niño no responde, sino que juega bruscamente con su perro para aplacar la ira que siente.

De esta manera se forma todo un círculo de agresiones, sin que en ningún punto se gestione el enfado de la manera adecuada. Alguien totalmente inocente puede terminar pagando las consecuencias de una mala gestión emocional. Como se ve, esto deteriora los vínculos sin ninguna necesidad.

Aprender a gestionar la ira es muy importante para construir entornos sanos y relaciones más constructivas. Lo adecuado es que siempre expresemos nuestras molestias a la persona que las generó. Manifestar abiertamente que rechazamos un trato injusto, desconsiderado o poco respetuoso. Hacer esto después de haber recuperado la serenidad -si es imposible, ponerlo todo en un papel, sin filtros- ayuda mucho.