Pude parecer increíble, pero en las últimas décadas ha ido imponiéndose poco a poco un mandato social que nos quiere obligar a ser felices por encima de todo. El no querer sufrir se ha convertido en una consigna a la que muchos se adhieren sin reparar en lo que implica.

Tan es así que muchos ahora hablan de "la dictadura de la felicidad". O señalan, como lo hace el analista Ima Sanchís, que "la felicidad se ha convertido en un instrumento de tortura". Paradójicamente, nunca como ahora la depresión se había convertido en una epidemia tan extendida. De uno u otro modo, el no querer sufrir se ha convertido en una enorme fuente de sufrimiento.

máscara felicidad
© Desconocido
Son muchos los que sienten franca aversión hacia lo que llaman "negativo". Que nadie hable de su sufrimiento, que nadie se lamente o muestre rasgos de pesimismo. Como si todos estuviéramos en una gran obra de teatro en la que estuviera prohibido el dolor. Como si de repente hubiéramos dejado de ser humanos. En buena medida, no querer sufrir es no querer vivir.
"Quizás el sufrimiento y el amor tienen una capacidad de redención que los hombres han olvidado o, al menos, descuidado".

-Martin Luther King-
La cárcel de no querer sufrir

En realidad pocos de manera consciente dirían que desean experimentar el dolor. Otra cosa ocurre en el plano inconsciente. El hombre es el único ser que tropieza mil veces con la misma piedra y que una y otra vez camina, ciego, hacia situaciones que le originan sufrimiento. Pero esa es otra historia.

El punto a tratar es que lo dicho no pretende dar a entender que se deba buscar el sufrimiento. Más bien de lo que se trata es de hacer una llamada de atención frente a esa tendencia a negarlo. El dolor en la vida no se elige, ya viene con ella. Y tratar de negarlo, eludirlo o ignorarlo no nos hace más felices. Todo lo contrario: podría ser el comienzo de un dolor más difícil de sortear.

Lo más desconcertante de ese deseo actual de no querer sufrir es que se trata de una especie de llamado a la simulación. Si te preguntan "cómo estás" y estás mal, se te vuelve obligatorio mentir. Tu respuesta debe ser "Muy bien". Dicen, los que promueven esas "tonterías", que tal vez así termines convenciéndote de que estás bien, aunque estés mal. Igual, si respondes: "Mal. Estoy sufriendo", probablemente muchos se van a alejar de ti, como si tuvieras peste.


Comentario: En estos casos, claro, uno debe también tener en consideración que no es necesario compartir nuestro sufrimiento con cada persona que nos pregunta cómo estamos. El problema no está tanto en esa respuesta protocolar sino en negarnos a reconocer y percibir el sufrimiento en nosotros mismos, o más bien, evadirlo mediante diferentes mecanismos que luego terminan haciéndonos sufrir más.


La felicidad postiza

Dice el psicoanalista Luis Hornstein que a su consultorio llegan muchas personas que tienen patrones similares de sufrimiento. Excesiva dependencia de los demás, grave confusión de valores, altibajos de vértigo en su autoestima, dificultad para establecer relaciones significativas de pareja... Ya no estamos en las épocas de Freud, cuando llegaban a consulta personas con exóticas y particulares dolencias. Hasta el sufrimiento se ha estandarizado en el mundo actual.

También se ha estandarizado el deseo de no querer sufrir. Por eso muchos acuden a consulta para dejar de sufrir. No para entender el sentido de su sufrimiento y reelaborarlo, sino para eliminar el dolor. Por eso también, al no conseguir este imposible, terminan renunciando a la psicoterapia y sumergiéndose en un amor ciego, en una obsesión invasiva o en un cinismo evasivo.

Se nos ha olvidado que todos necesitamos del sufrimiento para crecer. El dolor emocional es el que nos permite poner en su lugar las fantasías imposibles y aprender a lidiar con la limitación y las pérdidas. Ambos elementos, limitación y pérdidas, son una constante desde que nacemos hasta que morimos. Aprendemos a sobrellevarlos cuando le damos la cara al sufrimiento, no cuando lo eludimos.

Aprendiendo a ser felices

La felicidad es algo que va más allá de un logro puntual o un instante de euforia. También es mucho más que frasecitas positivas hechas a la medida. Logramos ser felices cuando aprendemos a extraer lo mejor de cada una de las experiencias que vivimos. Cuando aprendemos a confiar en que seremos capaces de afrontar, con altibajos, lo que nos dé la existencia.

La mayor felicidad está en el ser, no en el parecer. Se distingue por la actitud que la acompaña. Es una actitud serena, que habla de paz interior, de equilibrio. No es un hecho constante, sino un trabajo permanente por adoptar la perspectiva más constructiva.

Somos un poco más felices cuando aceptamos que también somos seres vulnerables, expuestos a la incertidumbre y sometidos a la limitación. No querer sufrir es lo contrario a estar en condición de ser felices. Negar el sufrimiento es negarnos. También renunciar al crecimiento que trae consigo cada dolor que llega a nuestra vida para enseñarnos a ser mejores.