El sufrimiento se arraiga en lo más profundo de nuestro interior. Es como un extraño que se cobija sin permiso dentro de nosotros para hacerse con el control y desgastarnos a todos los niveles, pero que podemos llegar a vencer si nos lo proponemos.

lago mujer
© Desconocido
Ahora bien, aunque muchas personas piensan que dolor y sufrimiento son lo mismo, lo cierto es que son dos fenómenos muy diferentes. El dolor es parte de la existencia, es natural y se origina cuando perdemos aquello que amamos o cuando nuestro cuerpo nos avisa de que hemos sufrido un daño, es decir, es una reacción natural que se produce ante un evento negativo. Por ejemplo, si nos golpeamos la rodilla, sentiremos un dolor agudo en ella y si nuestra pareja rompe con nosotros, también aparecerá esta sensación en forma emocional. Esto ocurre de manera automática, sin que nuestra mente tenga que intervenir.

Por su parte, el sufrimiento se origina por no aceptar lo que sucede, es una elección que nos lleva a desear que las cosas fueran de otra forma, es decir proviene de los juicios que realizamos y por lo tanto es fruto de nuestra mente. Así, para que exista sufrimiento tenemos que hacer una interpretación negativa de la situación.

El doble juego del sufrimiento

El sufrimiento se instala en nuestro interior cuando nos encontramos ante situaciones que nos generan ansiedad, frustración, tristeza o impotencia. Aparece cuando sentimos que no podemos hacer nada, cuando no existen opciones o no vemos salidas, lo que no quiere decir que sea así. Simplemente en nuestra mente no lo contemplamos y elegimos permanecer así, sin hacer nada.

Así, a pesar de que nadie sea inmune al sufrimiento, es esencial saber gestionarlo y afrontarlo porque puede volverse crónico y atraparnos en su jaula. De hecho, el sufrimiento puede llegar a ser adictivo para muchas personas, ya que a veces es más cómodo mantenerse en él que salir del mismo porque esto último implica un cambio y este es visto como una amenaza.

Algunas personas piensan que la vida es sumamente dura y que el sufrimiento es inherente a estar vivos. Otros lo perciben como una señal de esfuerzo por alcanzar las metas personales y otros, simplemente consideran que es cuestión de suerte sufrir o no en la vida. Independientemente de las creencias, el sufrimiento es una sensación que todos conocemos y que no nos resulta agradable.

Cuando sufrimos, de algún modo nos encontramos atrapados en un estado de ensimismamiento hacia todos los aspectos negativos que nos rodean. Es como si no pudiéramos ver más allá. Sin embargo, siempre podemos actuar para mejorar cómo nos encontramos.

El secreto está en redirigir nuestro foco de atención, en abrirnos al presente, barajar todas las posibilidades, y sobre todo, en dejar de juzgar y renegar lo sucedido. La autorreflexión no culpabilizadora pero sí responsabilizante nos facilitará el mapa para salir de esa situación. De esta forma, pondremos mayor atención en los aspectos de los que sí podemos hacernos cargo.

El sufrimiento puede ser opcional

Ante situaciones de cambio que nos resulten amenazantes es my probable que surja el sufrimiento como un obstáculo que nos impida enfrentarnos al miedo y modificar aquellos elementos de nuestra vida que no nos gustan. Pero elegir mantenernos ahí, en desacuerdo y con frustración, es el verdadero obstáculo.

Todo cambio asusta, es normal, porque nos enfrenta a la incertidumbre y a la sensación de descontrol. No obstante, no podemos renunciar a ello simplemente por el miedo a lo desconocido. En estos casos, nuestro foco ha de estar en lo que sí podemos controlar. Por ejemplo, en nuestras emociones y pensamientos sobre cómo interpretamos lo que sucede y cómo nos afecta.

Solo nosotros podemos decidir cómo enfrentamos las circunstancias y qué podemos hacer en cada una de ellas. Al adoptar este punto de vista, convertimos al sufrimiento en algo opcional. De esta forma, podemos decidir si quedarnos atados a esa sensación o bien, tomar la decisión de enfrentar las situaciones de otras maneras posibles.

¿Qué hacemos con el sufrimiento?

Como hemos visto, cuando estamos en situaciones difíciles no solemos permitirnos centrarnos en otros asuntos o circunstancias, ni percibir otros aspectos valiosos de nuestras vidas. Incluso, a veces preferimos mantenernos en ese estado de sufrimiento que nos afecta a nivel físico y mental y que además, repercute negativamente en nuestro entorno.

El hecho de que las cosas no salgan según nuestros deseos y creencias nos genera sentimientos de vulnerabilidad y frustración, antesala del sufrimiento. Lo bueno es que solo nosotros decidimos colocarnos las cadenas de ese sufrimiento fruto de luchar contra lo que no podemos cambiar. Ahora bien, ante este tipo de situaciones, podemos decidir aprender y extraer una lección para crecer soltando lo que haya que soltar y cambiando nuestra perspectiva.

Si asumimos el sufrimiento como una posible fuente de aprendizaje y no como un lastre con el que estamos destinados a vivir, entonces podremos tener una experiencia realmente enriquecedora. Esto, que puede ser muy difícil al principio, ayudará a que el dolor no se extienda más de lo estrictamente necesario.

A fin de cuentas, todos sabemos que no podemos controlar las circunstancias, pero sí podemos elegir la actitud con la que nos enfrentamos a las mismas. No siempre es necesario comprenderlo todo para poder aceptarlo o al menos sobrellevarlo. Adoptando esta forma de pensar, conseguiremos hacernos un poco más fácil la vida.