El nacionalismo y el desarrollo industrial fueron las señas de identidad de las Fuerzas Armadas de Brasil desde la dictadura militar hasta los Gobiernos de Luiz Inacio Lula. Pero el sueño de convertirse en potencia global relativamente independiente se fue evaporando luego de la crisis de 2008 y terminó sepultado bajo el Gobierno de Jair Bolsonaro.
Bolsonaro
© AFP 2020 / Sergio Lima
Aunque el presidente es un obstáculo para garantizar la gobernabilidad del país, no todos los problemas se reducen a su polémica figura. El viraje de Brasil hacia su subordinación a Washington y al Pentágono hay que buscarlo en la deriva pragmática de las Fuerzas Armadas y en su falta de proyección estratégica.

Mucho se ha hablado sobre un supuesto malestar entre los militares con las declaraciones y actitudes abiertamente golpistas de Bolsonaro. El 19 de abril, el presidente convocó a sus partidarios a manifestarse frente al Cuartel General del Ejército, en contra del Congreso y del Supremo Tribunal Federal, llamando a una intervención para clausurarlos.

Sin embargo, nada indica que la cúpula de las Fuerzas Armadas haya cambiado su fidelidad por el presidente, al que contribuyeron a elegir y en cuyo Gobierno hay nada menos que 2.897 uniformados, un número superior al que hubo durante toda la dictadura militar.

Una prueba de que los militares son profundamente bolsonaristas es lo sucedido entre el ahora exministro de Salud, Luiz Henrique Mandetta, y el presidente por la posición de Bolsonaro contra la cuarentena para no perjudicar la economía. Aunque la sociedad, los medios, los médicos, gobernadores y políticos apoyaban masivamente al entonces ministro, los militares se inclinaron por el presidente.

El vicepresidente, general Hamilton Mourao, se pronunció en contra de Mandetta, afirmando que "cruzó la línea roja", que quien toma las decisiones es Bolsonaro, que "no está tutelado por los militares" y, por el contrario, "tiene extrema preocupación con la población más desasistida".

La pregunta es cómo se llegó a esta situación, en la cual las Fuerzas Armadas subordinan su prestigio y su integridad a un presidente errático, aislado y enfrentado a todas las instituciones del país, desde la Justicia hasta la Orden de Abogados.

​Los problemas no comenzaron ahora. En 2018 ya se podía constatar el retroceso brasileño, de la mano de la venta de la empresa de aviación Embraer, creada por los propios militares, a la estadounidense Boeing. En marzo de 2019, tras la primera visita de Bolsonaro a la Casa Blanca, Brasil recibió el estatus de "aliado privilegiado" fuera de la OTAN.

Este año, Trump y Bolsonaro firmaron el acuerdo RDT&E — la sigla en inglés de investigación, desarrollo, tests y evaluación — que ayudará a abrir la industria brasileña al mayor mercado de defensa del mundo.

Entre tanto, el Parlamento dio luz verde a la utilización de EEUU de la base de cohetes espaciales de Alcántara, en el estado de Maranhao, cerca de la línea ecuatorial. En octubre de 2019 se aprobó el Acuerdo de Salvaguardas Tecnológicas, la base legal que permite el lanzamiento de cohetes y satélites con tecnología estadounidense, pese a que la oposición considera que viola la soberanía nacional.

Según José Luis Fiori y William Nozaki, investigador y director del Instituto de Estudios Estratégicos de Petróleo, Gas y Biocombustibles, respectivamente, el viraje más importante fue la definición de Francia como enemigo estratégico de Brasil en el escenario de la defensa hacia 2040.

Según Nozaki y Fiori, la elección de Francia es "coherente con el objetivo central e inmediato de las Fuerzas Armadas brasileñas, que es Venezuela y ahora también Guyana, debido al descubrimiento reciente de inmensas reservas de petróleo 'offshore'".

Según los analistas, Francia como enemigo estratégico podría cumplir tres objetivos. En primer lugar, permitiría "la denuncia del acuerdo de cooperación militar de Brasil con Francia en torno a la construcción del primer submarino nuclear brasileño, que probablemente sea sustituido por un nuevo proyecto con EEUU".

El segundo aspecto es la conversión de Brasil en un "protectorado militar de EEUU", como lo anticipa la venta de Embraer a Boeing, la liberación del uso de la base de Alcántara y la conversión del gigante sudamericano en aliado preferencial de Washington.

La tercera cuestión es la "ofensiva final" contra Venezuela, apoyada por Brasil. En este sentido debe entenderse "el nombramiento del general Mourao para el Comando Unificado de la Amazonía, del cual fueron excluidos todos los gobernadores de la región, apartándolos de informaciones y decisiones, incluso en el caso de que Brasil sea convocado para formar un cerco fronterizo" contra Venezuela.

Aún resta responder cómo fue posible que Brasil pasara de contar con una Estrategia Nacional de Defensa, delineada en 2008 — que establece la prioridad de proteger las reservas de petróleo offshore y de la Amazonía de cualquier potencia extracontinental, de promover un complejo militar-industrial independiente y una alianza con países como Suecia y Francia para el desarrollo de naves y submarinos — , a convertirse en un protectorado militar de EEUU.

A mi modo de ver, hay tres razones básicas:
  1. Las elites brasileñas (el empresariado, las cúpulas militares y los altos cuadros administrativos del Estado) tienen mucho más temor, y rechazo, a la izquierda, a Venezuela y a los sectores populares que a cualquier otra eventualidad. Este rechazo se debe a una profunda integración con el mundo de las empresas multinacionales, de la gran banca y de los lobbies empresariales y militares afines al Pentágono.
  2. Dejaron de creer en Brasil como país llamado a jugar un papel destacado en el mundo, de la mano de los BRICS y de los demás países emergentes. No tienen, por lo tanto, un proyecto de país capaz de integrar a los 210 millones de brasileños en un impulso nacional que, tarde o temprano los llevaría a chocar con EEUU. También dejaron de interesarse en la integración regional.
  3. La sociedad brasileña está desorientada ya que durante los 13 años de Gobiernos del Partido de los Trabajadores le dijeron, una y otra vez, que "Brasil no tiene enemigos". Era la frase predilecta de Lula y mostró que en un mundo como el actual, el ascenso de cualquier país al rango, incluso de potencia regional, choca inevitablemente con los defensores de la estrategia del "patio trasero" de los EEUU.