Imagen
© Desconocido
Es tal la magnitud del descalabro, que lo que ahora se debe decidir es sobre qué espaldas caerán los escombros de las más sólidas economías capitalistas.

A medida que la incapacidad de las élites políticas y económicas para afrontar la crisis del sistema financiero mundial se pone en evidencia, el miedo se va transformando en pánico y la única idea en la que todos parecen estar de acuerdo es que Europa y Estados Unidos están asomándose al borde de un abismo cuya profundidad nadie se atreve a describir.

En el caso europeo, la tan temida imagen de una fila de fichas de dominó que se desmorona parece a punto de hacerse realidad.

Por lo menos así lo creen las más importantes agencias calificadoras de riesgo como Fitch, Standard & Poor's o Moody's - ahora cuestionadas por los gobiernos-- , que han coincidido al rebajar a la categoría de "basura" los bonos de la deuda ya no sólo de Grecia sino también de Portugal, España, Italia e Irlanda. Tan drástica evaluación ha hecho estragos en el plano psicológico, el que en circunstancias como las actuales puede ser tan o más importante que los factores estrictamente financieros.

Casi simultáneamente, en EEUU ha comenzado a perfilarse como una posibilidad la quiebra de la economía más grande del planeta a medida que se acerca la fatídica fecha del 2 de agosto --cuando vence el plazo para que el Congreso autorice una ampliación del actual límite fijado para el endeudamiento público-- sin que demócratas y republicanos logren ponerse de acuerdo.

Que los bonos del Tesoro estadounidense, hasta ahora considerada la inversión más segura del planeta, dentro de dos semanas no merezcan mejor trato que los bonos griegos tiene los rasgos de una pesadilla cuyas consecuencias para la economía global nadie se atreve siquiera a imaginar.

Ante tan complejo panorama, quienes conducen los sistemas políticos y financieros no atinan a responder oportunamente. No parece razonable, por ejemplo, que día a día se postergue la tan anunciada reunión de emergencia del Eurogrupo, los 17 países cuya suerte está atada a la del euro. Y lo mismo puede decirse de congresistas estadounidenses que dejan pasar el tiempo sin ponerse de acuerdo sobre la mejor manera de evitar el colapso del dólar.

No debe ser por falta de conciencia sobre la magnitud del problema que los gobernantes de los países más ricos del mundo están paralizados. Es que, como lo confirman todas las cifras ya no estaría en discusión si el tan temido derrumbe se produce o no, sino cuándo y cómo se producirá. Y lo más importante: sobre qué espaldas caerán los escombros de las que hasta hace poco eran las dos más sólidas economías del mundo capitalista.

Por ahora, son dos las posibilidades que más al alcance se presentan. Distribuir las facturas de la crisis entre toda la sociedad mediante muy drásticos recortes de los gastos sociales, principalmente educación, salud y pensiones, o dejar que sea el sector privado del sistema financiero el que asuma las consecuencias de la manera irresponsable, cuando no delictiva, como administró los recursos económicos, como exigen cada vez más numerosos sectores sociales del primer mundo.

Y es al llegar a ese punto que el asunto deja de pertenecer sólo al campo de lo económico para ingresar al de lo político y social. Lo que le da a la actual crisis una dimensión y trascendencia muy especial.