hambre africa
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Cuando en los noventa trabajé durante tres años en la FAO (Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación) tenía que sudar la camiseta para tratar de "vender" uno de nuestros comunicados de prensa sobre el hambre o la seguridad alimentaria a los corresponsales extranjeros destinados en Roma. Ellos te agradecían la delicadeza de llamarlos, pero de sus palabras inferías que la nota iría a la papelera.

Estos últimos días seguimos con interés los efectos perniciosos de la crisis griega en nuestra deuda soberana, la supuesta hidalguía y sacrificio de Francisco Camps, las gestas de Contador en el Tour, los problemas de Obama para alcanzar un acuerdo con los republicanos sobre el techo de la deuda, así como los análisis y contraanálisis sobre los motivos que llevaron al psicópata noruego a la matanza en la isla.

Apenas los medios se hacen eco esta mañana del vergonzoso encuentro de ayer en Roma en la sede de la FAO para abordar la hambruna que se ha declarado en el Cuerno de África, y en particular en Somalia y Etiopía. Todo fueron palabras y palabras, pero no se logró cerrar un acuerdo concreto con respecto al monto de ayuda a la espera de otra reunión mañana. ¡Cuánto gasto de estancia en la capital italiana para nada!

El Banco Mundial, al menos, se ha comprometido a donar 500 millones de dólares, pero se estima sean necesarios otros mil millones más, según el secretario general de la ONU, Ban Ki Moon, para contrarrestar la hambruna que se ha declarado en Somalia, Etiopía, Eritrea y en algunas zonas de Yibuti, Uganda y Kenia. España ha anunciado una ayuda de 25 millones de dólares.

La política de ayuda al desarrollo es de las pocas cosas salvables del gobierno de Zapatero. Tuve oportunidad de comprobarlo en primera instancia cuando trabajé hace tres años en la Secretaría de Estado de Cooperación y Desarrollo. Disponíamos de un gran presupuesto, pero muchas veces el dinero no era bien invertido o se perdía en gestiones burocráticas. Sentí vergüenza como ser humano cuando acompañé a la secretaria de Estado, Soraya Rodríguez, en un viaje a un campo de refugiados en Goma (Congo). Salí asqueado de nuestra conducta cínica de Primer Mundo, que concede unas migajas a esas pobres gentes para que malvivan mientras seguimos esquilmando sus naciones a través de multinacionales, apoyo a gobiernos corruptos o venta de armas. ¿Cómo nos puede sorprender que estos miserables traten de escapar del horror en busca de una vida mejor?

Ahora, la hambruna que la ONU ha declarado en el Cuerno de África por vez primera desde los ochenta afecta a una población de unas diez millones de personas, de las cuales casi la mitad son somalíes. Sí, ciudadanos de ese país del que hablamos durante los meses atrás como el país de los piratas que asaltan a nuestros pesqueros. Somalia tiene todas y cada una de las calamidades de un Estado fallido, donde por no funcionar no funcionan sus instituciones administrativas y tiene el sur controlado por las milicias islamistas que se niegan a que el Programa Mundial de Alimentos (PMA) y las demás agencias de ayuda humanitaria internacionales puedan hacer llegar la ayuda.

Después de tres buenas cosechas estos países están sufriendo los efectos devastadores de la sequía, la más aguda desde hace más de medio siglo, que ha dejado los campos convertido en páramos y ha causado grandes pérdidas a la ganadería. A todo ello hay que sumar el incremento notable de los precios de los productos básicos. Para que nos hagamos una idea de ello, un saco de cereales costaba apenas 4 euros en 2010 frente a 44 euros el año pasado. Las estadísticas son dramáticas: niveles de desnutrición por encima del 30% y desplazamientos masivos de refugiados que huyen de las calamidades a Kenia.

Esa es la triste realidad de un continente al que la crisis económica mundial también ha golpeado duramente. Las previsiones sobre la seguridad alimentaria en zonas tan deprimidas como el Cuerno de África han fracasado como ha fracasado también la solidaridad internacional.

Cuando yo trabajaba en la FAO, recuerdo que los funcionarios expertos en analizar la situación alimentaria en el mundo sostenían que el hambre no es un mal irremediable y que su solución es un problema de voluntad política por parte del Primer Mundo. Los países pobres necesitan no sólo ayuda inmediata en el caso de urgencias como la actual, sino instrumentos de desarrollo económicos y políticos necesarios para invertir más en la agricultura, estimular su producción agrícola y su competitividad.

Pero por desgracia, la realidad a día de hoy nos habla de que más de mil millones de personas sufren hambre en el mundo, es decir, una sexta parte de la humanidad. Esa cifra sí que nos debería avergonzar. Un día tal vez no sentiremos más esa vergüenza, porque seremos víctimas violentas de esa situación a todas luces injusta. Una situación, que la veamos o no, es una amenaza muy grave para la paz y la estabilidad del planeta. Bastante más que las estupideces, sangrientas estupideces, del descerebrado de Noruega o de nuestras serias y muy legítimas preocupaciones por el desempleo nacional.