Traducido por el equipo de SOTT.netLa publicación científica ha sido manipulada para hacer avanzar las carreras de los científicos, no el conocimiento, mientras que la comunicación científica se ha convertido en un medio de adoctrinamiento público. En este ensayo, Àlex Gómez-Marín argumenta que los verdaderos expertos no conocen «la verdad», y que deberíamos convertirnos en peregrinos hacia lo desconocido en lugar de ocupantes de los discos rayados de los mantras ideológicos.
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La ciencia está en apuros. El problema viene de dentro y de fuera.
No sólo se ha manipulado la publicación científica para hacer progresar la carrera profesional y no el conocimiento de todos, sino que la comunicación científica se ha convertido en un mecanismo de adoctrinamiento público. Parece que ya no vivimos en un mundo en el que la gente pueda «confiar en los expertos». Resulta preocupante que el mantra «la ciencia dice» signifique casi todo o prácticamente nada para la mayoría de nosotros hoy en día. Por ejemplo, ya en el año 4 AC (Antes del COVID), algunos ciudadanos no volverían jamás a aceptar encierros inconstitucionales o inoculaciones experimentales, mientras que otros siguen conduciendo solos en sus coches con las ventanillas subidas y las mascarillas puestas. Algo está matando a la ciencia en voz baja. ¿Qué es, cómo está ocurriendo y por qué?
A pesar de la incesante innovación tecnológica, el progreso científico se está estancando en comparación con las prodigiosas revoluciones en la comprensión que nos proporcionaron nuestros antepasados hace un siglo. Parece que hemos caído en la costumbre de vivir de tales puntales científicos, quemando rápido y sin tino tal legado y credibilidad. Necesitamos transferir nuevos fondos al libro mayor de la ciencia, o de lo contrario nuestras credenciales científicas pronto se convertirán en poco más que un credo pseudoreligioso.
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La publicación científica se ha convertido en un multimillonario esquema Ponzi a costa de los contribuyentes y de los propios científicos.___
Creo que la clave está en cómo hacemos pública la ciencia. Esto implica un camino de doble vía: la vía interior de publicar los resultados científicos y la vía exterior de darlos a conocer. Como en
Las Manos que Dibujan de M.C. Escher, el pensamiento y la comunicación son «un bucle extraño» (tomando prestada la frase de Douglas Hofstadter), es decir, un sistema paradójico autorreferencial. El conocimiento circula a través de publicaciones revisadas por pares dentro de los muros del mundo académico. Luego, fuera de la ciudadela, hacemos divulgación científica que, a su vez, dirige la atención pública y la financiación de ciertos temas y formas de hacer ciencia de vuelta al mundo académico. Ambas vías están gravemente comprometidas:
En primer lugar,
la publicación científica se ha convertido en un multimillonario esquema Ponzi a costa de los contribuyentes y de los propios científicos. Las mejores revistas cobran tarifas obscenas por publicar resultados ya pagados por esos contribuyentes en forma de subvenciones, mientras que nosotros revisamos allí «gratis». Además, esas «revisiones» no suelen ser la evaluación crítica, objetiva y desapasionada del trabajo que uno podría pensar que son, sobre todo cuando los resultados amenazan la cosmovisión dominante o simplemente el minúsculo condominio conceptual o nicho de negocio científico propio. La línea que separa el comisariado editorial de la censura es delgada, incluso difusa.