Era una clara y calurosa noche en la capital. El bullicio del comercio y turismo metropolitano llenaba las calles. Pequeñas embarcaciones a vela estaban a la vista de los edificios gubernamentales e inundaban las aguas tranquilas, navegando con la suave brisa del sur. El sol resplandecía sobre el suave oleaje y su estela prestaba un brillo luminoso a las amapolas y tulipanes que oscilaban sobre la costa. Todo estaba en orden.
Pero de pronto, el cielo brilló como si hubiera un segundo Sol, más resplandeciente. Un segundo grupo de sombras aparecieron; largas y tenues en un principio y luego rápidamente acortadas y afiladas. Al mismo tiempo un extraño silbido o zumbido pareció escucharse desde todas las direcciones. Miles se dieron la vuelta y miraron al cielo buscando el nuevo Sol. Sobre ellos apareció una tremenda y cegadora bola de fuego blanca. Durante unos segundos la feroz bola de fuego dominó el cielo, avergonzando al Sol. El cielo se volvió blanco y quemado, pasó lentamente a un amarillo y anaranjado, y luego se volvió rojo cobrizo. El espantoso silbido cesó. Los espectadores, cegados por el flash, quemados por el calor, cubrieron sus ojos y sintieron el terror. Los ocupantes de oficinas y departamentos corrieron a las ventanas, buscando en el cielo la fuente de la bengala brillante que iluminaba sus ambientes. Una gran nube turbulenta cubrió la mitad del cielo. Durante una docena de latidos la ciudad había quedado aturdida y silenciosa.
Luego, sin aviso, una tremenda explosión estremeció la ciudad, arrojando a los peatones contra el suelo. Ventanas y puertas volaron; cercas, paredes y techos gimieron y se quebraron. La onda expansiva corrió por la ciudad y por sus aguas golpeando a las embarcaciones. Un viento caliente y sulfuroso, como una puerta abierta al infierno, el aliento de un horno cósmico, descendió presionando desde el cielo, cargado con la interminable reverberación de invisibles deslizamientos de tierra. Luego el aliento caliente disminuyó y se detuvo; la normal brisa volvió con renovado vigor, y un aire fresco sopló por la ciudad desde el sur. El cielo se volvió gris, y luego en un portentoso negro. Una turbulenta nube negra pareció descender del cielo. Un polvo negro y fino comenzó a caer, lentamente, delicadamente, suspendido y aventado por la brisa. Cayó durante una hora o más, hasta que, disipada y dispersada por la brisa, se despejó la vista.
Muchos pensaron que era el fin del mundo...
OF THE
TIMES
Comentario: Este es el quinto artículo de la serie "Cometas y Catástrofes" por cuya relavancia actual hemos decidido volver a compartir con ustedes, esperamos que les resulte interesante y educativo, y que sirva para abrir la mente a nuevas posibilidades y probabilidades sobre todo en estos momentos en que los datos aportan indicios que revisten de firmeza lo que se trabaja en esta serie de artículos.
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