La obesidad y el sobrepeso han crecido a lo largo de América Latina y el Caribe como si se tratara de una epidemia, amenazando la salud, el bienestar y la seguridad alimentaria y nutricional de millones de personas.
Sobrepeso hombre mujer
© Tony Alter/Flickr
Según la nueva publicación de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación (FAO) y la Organización Panamericana de la Salud (OPS), el Panorama de la Seguridad Alimentaria y Nutricional, cerca de 58 por ciento de los habitantes de la región vive con sobrepeso (360 millones de personas) mientras que la obesidad afecta a 140 millones de personas, 23 por ciento de la población regional.

En prácticamente todos los países de la región el sobrepeso afecta a por lo menos la mitad de la población, con las mayores tasas observadas en Bahamas (69 por ciento), México (64 por ciento) y Chile (63 por ciento).

A lo largo de los últimos 20 años ha ocurrido un rápido incremento en la prevalencia del sobrepeso y la obesidad en toda la población, sin importar su condición económica, étnica o lugar de residencia, aunque el riesgo es mayor en zonas y países importadores netos de alimentos donde se consumen más alimentos procesados.

Esta situación es particularmente grave para las mujeres, ya que en más de 20 países de América Latina y el Caribe, la tasa de obesidad femenina es 10 puntos porcentuales mayor que la de los hombres.

El impacto también ha sido considerable en los niños: 3.9 millones de menores de 5 años viven con sobrepeso en nuestra región, 2.5 millones en Sudamérica, 1.1 millones en América Central y 200 mil en el Caribe.

¿Cómo hemos llegado hasta aquí? Según la FAO y la OPS, un factor determinante ha sido el cambio en los patrones de alimentación de la región.

El crecimiento económico de las últimas décadas, el aumento de la urbanización y los ingresos medios de las personas y la integración de la región en los mercados internacionales redujo el consumo de preparaciones tradicionales basadas en cereales, leguminosas, frutas y verduras frescos, y aumentó el consumo de productos ultraprocesados, con alta cantidad de azúcares, sal y grasas.


Comentario: Sin embargo no todas las grasas son iguales ni mucho menos contribuyen a la obesidad:

Para frenar el aumento del sobrepeso y obesidad, los países de la región pueden recurrir a la valiosa experiencia que acumularon en su lucha contra el hambre. Hoy la subalimentación afecta a solo 5.5 por ciento de la población regional, mientras que la desnutrición crónica infantil (baja talla según la edad) también ha presentado una evolución positiva: cayó de 24.5 por ciento en 1990 a 11.3 en 2015, una reducción de 7.8 millones de niños.

Sin embargo, cabe señalar que aunque el hambre ha disminuido, no se ha erradicado: aún existen 34 millones de personas que no pueden acceder a los alimentos que requieren para una vida sana y saludable, lo que significa que la región enfrenta una doble carga de malnutrición.

Según el Panorama de la FAO y la OPS, combatir tanto la subalimentación como la obesidad requiere una alimentación saludable que incluya alimentos frescos, sanos, nutritivos y producidos de manera sostenible. La clave para avanzar es promover sistemas alimentarios sostenibles que liguen agricultura, alimentación y nutrición y salud.

Para erradicar todas las formas de la malnutrición, los Estados deben fomentar la producción sostenible de alimentos frescos, seguros y nutritivos, asegurando su oferta y diversidad y el acceso a ellos, especialmente para los sectores más vulnerables y en las zonas que son importadores netos de alimentos.

Estas medidas deben ser complementadas con políticas para fortalecer la agricultura familiar, implementar circuitos cortos de producción y comercialización de alimentos, y sistemas de compras públicas ligados a programas de alimentación escolar saludable y educación alimentaria.

También se deben implementar medidas fiscales para desincentivar el consumo de comida chatarra, mejorar las advertencias nutricionales en la etiquetas y regular la publicidad de alimentos poco saludables para disminuir su consumo.

Estas políticas son más urgentes que nunca a la luz de las señales actuales de ralentización del crecimiento económico regional, las cuales suponen un riesgo significativo para la seguridad alimentaria y nutricional, por lo que los gobiernos deben mantener e incrementar su apoyo a los más vulnerables para no deshacer sus avances en la lucha contra el hambre y revertir la tendencia al aumento de la malnutrición en todas sus formas, trabajando juntos a través de iniciativas como el Plan de Seguridad Alimentaria, Nutrición y Erradicación del Hambre de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC).

Si bien hay variaciones importantes según subregiones y países, América Latina y el Caribe considerada como un todo cuenta con una disponibilidad de alimentos que supera con creces los requerimientos de toda su población, gracias a su gran desempeño agrícola.

Sin embargo, en varios países, este proceso de desarrollo agrícola es actualmente insostenible, debido a las consecuencias que está teniendo en los ecosistemas de la región. La sostenibilidad de la oferta alimentaria y su diversidad futura se encuentran bajo amenaza a menos que cambiemos la forma en que hacemos las cosas.

La región debe hacer un uso más eficiente y sostenible de la tierra y de sus recursos naturales. Los países deben mejorar sus técnicas de producción, almacenamiento, transformación y procesamiento de los alimentos, y poner un freno a las pérdidas y desperdicios, ya que 127 millones de toneladas de alimentos acaban en la basura cada año en América Latina y el Caribe.

Para cumplir los Objetivos de Desarrollo Sostenible, y en especial el Objetivo 2/Hambre Cero, cuya meta es erradicar la subalimentación al año 2030, la región requiere actuar sobre las complejas interacciones entre seguridad alimentaria, sostenibilidad, agricultura, nutrición y salud, para construir una América Latina y el Caribe libre de hambre y malnutrición.

La erradicación del hambre y la malnutrición no es una tarea que se pueda dejar a la mano indiferente del mercado.

Al contrario, los gobiernos deben ejercer su voluntad y soberanía para elaborar políticas públicas específicas que ataquen tantos las condiciones que perpetúan el hambre, el sobrepeso y la obesidad, como sus consecuencias sobre la salud de adultos y niños.

Sólo convirtiendo la lucha contra la malnutrición en una verdadera política de Estado se podrá poner un freno a la preocupante tendencia actual.