Comentario: Parece que James Lindsay, coautor de Cynical Theories (Teorías Cínicas, con Helen Pluckrose), ha leído Ponerología Política de Andrew Lobaczewski. Estimamos que es uno de los primeros académicos prominentes en hacerlo y en escribir algo sustancial sobre ello (aunque sin citarlo, desafortunadamente). Dados sus antecedentes en su enfoque de la Teoría Crítica, es la persona indicada para el trabajo, y su tratamiento a continuación bien vale la pena leerlo. Hemos añadido algunos comentarios que correlacionan algunas de sus ideas con la terminología de la obra de Lobaczewski.



Traducido por el equipo de Sott.net en español


Muchos de los más grandes horrores de la historia de la humanidad se deben únicamente al establecimiento y la aplicación social de una realidad falsa. Gracias al filósofo católico Josef Pieper y su importante ensayo de 1970 "Abuso del lenguaje, abuso de poder" por el término y la idea, podemos referirnos a estas realidades alternativas como seudo-realidades ideológicas.
blurry people crowd

Las seudorrealidades, al ser falsas e irreales, siempre generan tragedia y maldad a una escala que es por lo menos proporcional al alcance de su control del poder
(que es su principal interés), ya sea social, cultural, económico, político, o (particularmente) una combinación de varios o todos estos. Tan importantes para el desarrollo y las tragedias de las sociedades son estas seudorrealidades cuando surgen y se arraigan que vale la pena esbozar sus propiedades y estructura básicas, para poder identificarlas y resistirlas adecuadamente antes de que den lugar a calamidades sociopolíticas, como la guerra, el genocidio e incluso el colapso de la civilización, todo lo cual puede llevarse a muchos millones de vidas y puede arruinar a muchos millones más en la vana búsqueda de una ficción cuyos creyentes son, o se hacen, suficientemente intolerantes.

La naturaleza de las seudorrealidades

Las seudorrealidades son, en pocas palabras, falsas construcciones de la realidad. Es de esperar que entre las características de las seudorrealidades esté el hecho de que deben presentar una comprensión plausible pero deliberadamente errónea de la realidad. Son "realidades" de culto en el sentido de que son la forma en que los miembros de los cultos experimentan e interpretan el mundo (tanto social como material) que les rodea. Debemos reconocer inmediatamente que estas interpretaciones deliberadamente incorrectas de la realidad cumplen dos funciones relacionadas. En primer lugar, están destinadas a moldear el mundo para dar cabida a pequeñas proporciones de personas que sufren limitaciones patológicas en su capacidad para hacer frente a la realidad tal como es. En segundo lugar, están concebidas para sustituir todos los demás análisis y motivaciones por el poder, que estos individuos esencial o funcionalmente psicópatas retorcerán y deformarán para su ventaja permanente mientras su régimen seudorreal pueda durar.

Las seudorrealidades son siempre ficciones sociales, lo que, a la luz de lo anterior, significa ficciones políticas. Es decir, se mantienen no porque sean verdaderas, en el sentido de que corresponden a la realidad, ya sea material o humana, sino porque una cantidad suficiente de personas de la sociedad a la que atacan las creen o se niegan a desafiarlas. Esto implica que las seudorrealidades son fenómenos lingüísticos por encima de todo, y cuando existen distorsiones lingüísticas que otorgan poder, es probable que estén ahí para crear y apuntalar alguna seudorrealidad. Esto también significa que requieren poder, coerción, manipulación, y eventualmente fuerza para mantenerlas en su lugar. Por lo tanto, son el patio de recreo natural de los psicópatas, y son habilitadas por cobardes y racionalizadores. Lo más importante es que las seudorrealidades no intentan describir la realidad tal como es, sino más bien como "debería ser", según lo determina la fracción relativamente pequeña de la población que no puede soportar vivir en la realidad a menos que se incline a habilitar sus propias sicopatologías, que se proyectarán sobre sus enemigos, es decir, sobre toda la gente normal.

La gente normal no acepta la seudorrealidad e interpreta la realidad con mayor o menor precisión, concediendo los habituales sesgos y limitaciones de la perspectiva humana. Su heurística común se llama sentido común, aunque existen formas mucho más refinadas en las ciencias incorruptas. En realidad, ambas son siervas del poder, pero en las seudorrealidades, esto se invierte. En la seudorrealidad, el sentido común es denigrado como sesgo o algún tipo de falsa conciencia, y la ciencia es reemplazada por un cientifismo que es una herramienta de poder en sí misma. A pesar de todos sus defectos y los de su filosofía (que permiten mucha seudorrealidad ideológica), Michel Foucault nos advirtió sobre este abuso de manera bastante convincente, especialmente bajo las etiquetas de "biopoder" y "biopolítica". Estas acusaciones de parcialidad y falsa conciencia son, por supuesto, proyecciones del seudorrealista ideológico, que, por pura fuerza de la retórica, transforma las limitaciones del poder en aplicaciones del poder y, por lo tanto, sus propias aplicaciones del poder en liberación de él. Foucault, por cualquier perspicacia que haya aportado, también es culpable de esta acusación.


Comentario: Lobaczewski llama al sentido común la "visión del mundo natural". Y aunque la ciencia puede refinarlo, eso tampoco es de mucha ayuda sin una ciencia de lo que está en discusión: el mal político en todas sus manifestaciones. Es por eso que la Ponerología Política es tan importante. Y esta pieza de Lindsay también. No se puede curar ni prevenir lo que no se entiende.


Debe observarse que la gente que acepta las seudorrealidades como si fueran "reales" ya no son gente normal. Perciben la seudorrealidad en lugar de la realidad, y cuanto más profundamente asumen esta posición delirante, más psicopatía funcional exhiben necesariamente y por lo tanto menos normales se vuelven. De manera importante, las personas normales consistentemente y consecuentemente no se dan cuenta de esto acerca de sus vecinos reprogramados. Percibiéndolos como personas normales cuando no lo son, las personas normales confiablemente malinterpretarán las motivaciones de los seudorrealistas ideológicos (el poder y la instalación universal de su propia ideología para que todos vivan en una seudorrealidad que posibilite sus patologías) generalmente hasta que es demasiado tarde.


Comentario: Lobaczewski argumenta que sólo un porcentaje limitado de la población pasa por esta aparente transformación de la personalidad hasta el punto de poder ser considerado "funcionalmente psicópata". En Polonia, durante la vida de Lobaczewski, era el 6%, y los más vulnerables eran los que tenían deformaciones de la personalidad existentes; lo que llamaríamos trastornos de la personalidad del eje II y manifestaciones subclínicas relacionadas con los mismos (así como ciertos tipos de daños cerebrales con los consiguientes cambios de personalidad).


Como resultado de esta falta de perspectiva, muchas personas normales particularmente abiertas epistémica y moralmente reinterpretarán las afirmaciones de la seudorrealidad como algo que sea plausible en la realidad bajo la lógica y la moral habituales que guían nuestro pensamiento, y esta reinterpretación funcionará en beneficio de los seudorrealistas que los han atrapado. Este tipo de personas, que se interponen entre el mundo real y la seudorrealidad, son idiotas útiles para la ideología, y su papel es generar una abundante cantidad de camuflaje epistémico y ético para los seudorrealistas. Este fenómeno es clave para el éxito, la difusión y la aceptación de las seudorrealidades, porque sin esto muy poca gente fuera de los pequeños enfermos psicológicos, emocionales o espirituales, aceptaría una seudorrealidad como si se tratara de una caracterización superior del artículo genuino. Claramente, cuanto más plausible sea el relato de la seudorrealidad que se ofrece, más fuerte será este efecto, y más poder podrán acumular los ideólogos que creen en ella.


Comentario: Lobaczewski llama a esta reinterpretación "corrección crítica". La gente normal no piensa como los psicópatas o esquizoides, así que cuando se enfrentan a sus ideas, las interpretan naturalmente en términos de categorías normales; lo que funciona hasta cierto punto, pero deja la patología sin identificar y por lo tanto libre para hacer lo suyo.


Las seudorrealidades pueden tener cualquier grado de plausibilidad en sus descripciones distorsionadas de la realidad, y por lo tanto pueden reclutar un número diferente de adeptos. A menudo se dice que sólo son accesibles mediante la aplicación de una "lente teórica", el despertar de una "conciencia" especializada o mediante alguna forma patológica de fe. Ya sea por "lente", "conciencia" o "fe", estas construcciones intelectuales existen para hacer que la seudorrealidad parezca más plausible, para arrastrar a la gente a participar en ella en contra de su voluntad, y para distinguir a los que "pueden ver", "están despiertos" o "creen" de los que no pueden o, como siempre ocurre, no quieren hacerlo. Es decir, son el pretexto para decirle a la gente que habita la realidad en lugar de la seudorrealidad, que no están viendo la "realidad" correctamente, o sea, no la están viendo como seudorrealidad. Esto se caracterizará típicamente como una especie de ignorancia voluntaria de la seudorrealidad, que posteriormente será descrita paradójicamente como mantenida inconscientemente. Obsérvese que esto pone la carga de la responsabilidad epistémica y moral en la persona que habita la realidad, no en la persona que plantea su sustitución por una absurda seudorrealidad. Esta es una manipulación funcional clave de los seudorrealistas que debe ser entendida. La capacidad de reconocer este fenómeno cuando se produce y de resistirlo es, a gran escala, la vida y la muerte de las civilizaciones.

La adopción de una seudorrealidad tiende a depender de la falta de capacidad o voluntad para cuestionar, dudar y rechazarla, así como sus supuestos y premisas fundamentales de la seudorrealidad. Por lo tanto, los sistemas "lógicos" y "morales" que operan dentro de la seudorrealidad siempre tratarán de fabricar este fracaso dondequiera que puedan, y los ataques seudorrealistas exitosos harán evolucionar estas características como un virus social hasta que su eficacia sea muy alta. Sin embargo, esta deficiencia es a menudo el resultado directo de una enfermedad mental, generalmente paranoia, esquizoidia, ansiedad o psicopatía, por lo que el mantenimiento y la fabricación de estos estados en sí mismos y en las personas normales se ve fuertemente incentivado por la falsa "lógica" y la falsa "moral" de la seudorrealidad ideológica. Es decir, los métodos y medios aplicados al servicio de una seudorrealidad crearán y manipularán las debilidades psicológicas de las personas para conseguir que colaboren con una mentira destructiva. Cuanto más amable, tolerante y caritativa sea una comunidad, suponiendo que carezca de la capacidad de detectar estas falsificaciones en una fase temprana, más susceptibles tenderán a ser sus miembros a estas manipulaciones.

Las seudorrealidades y el poder

El propósito final de crear una seudorrealidad es el poder, que la seudorrealidad construida otorga de muchas maneras. Aunque estos medios son muchos, deberíamos nombrar unos pocos. En primer lugar, la seudorrealidad siempre se construye de tal manera que estructuralmente beneficia a aquellos que la aceptan sobre aquellos que no la aceptan, a menudo por medio de una doble moral y a través de trampas morales y lingüísticas. La doble moral en este sentido siempre favorecerá a los que aceptan la seudorrealidad como realidad y siempre desfavorecerá a los que buscan la verdad. Una seudorrealidad ideológica debe desplazar la realidad en una población suficiente para otorgarse el poder de tener éxito en sus objetivos. Las trampas lingüísticas emplearán a menudo dobles significados estratégicos de las palabras, a menudo mediante una redefinición estratégica (creando un montículo y muralla), plantearán la cuestión de manera que obligue a la gente a participar en la seudorrealidad para responder (a menudo por el estilo Aufhebung, es decir, Hegeliano, trampas dialécticas), o comenzará con una suposición de culpabilidad y exigirá una prueba de inocencia, de modo tal que la negación o la resistencia se tomen como pruebas de culpabilidad de algún crimen moral contra el sistema moral que sirve a la seudorrealidad (una trampa kafkiana). Las exigencias se harán con suficiente vaguedad de manera que nunca pueda decirse que se han cumplido y de tal manera que la responsabilidad del fracaso sea siempre culpa de los enemigos de la ideología que las "malinterpretaron" y por lo tanto las aplicaron incorrectamente.

En segundo lugar, la propia afirmación de la seudorrealidad desmoraliza a todos los que se ven presionados a comprometerse con ella por el mero hecho de ser algo falso que debe ser tratado como verdadero. Nunca debemos subestimar lo psicológicamente debilitante y perjudicial que es ser forzado a tratar como verdadero algo que no es verdadero, con el efecto de fortalecer lo más obviamente falso que es. A pesar de que la obviedad de la distorsión seudorreal concentra su poder desmoralizador, la seudorrealidad sólo es seudorreal cuando la distorsión no es inmediata y totalmente transparente y también cuando es lo suficientemente aceptada socialmente como para convertirse en una seudoverdad construida socialmente. Sin embargo, independientemente de que la distorsión sea aparente o no, la situación que crea es muy desmoralizante para quienes la ven, porque hacer que las distorsiones de una seudorealidad sean aparentes para quienes no las ven es siempre excepcionalmente tedioso y será vigorosamente resistido no sólo por los partidarios sino también por los idiotas útiles.

Así pues, en tercer lugar, al cambiar las suposiciones de la gente normal de que a la gente aparentemente seria le importa la verdad, consiguen obligar a la gente normal a verificar aspectos de la seudorrealidad incluso en el acto de negarla, haciendo que la persona normal se encuentre con el ideólogo en parte. Esta es la relevancia de que la seudoealidad sea seudoreal, con una mayor plausibilidad que refuerza el efecto. Es decir, muchas personas normales no se darán cuenta de que la seudorrealidad es falsa porque no pueden ver fuera del marco de la normalidad que caritativamente extienden a todas las personas, sean normales o no.

Esta dinámica requiere una breve explicación. La gente normal no tiende a reconocer que se está utilizando una lógica rota y una moralidad retorcida para apuntalar una visión ideológica (una seudorrealidad) y que los estados mentales de las personas que la integran (o que son rehenes de ella) no son normales. Algunos de ellos, en particular los muy pero no excepcionalmente inteligentes, reinterpretan así hábilmente las absurdas y peligrosas afirmaciones de los ideólogos seudorrealistas como algo razonable y sensato cuando, de hecho, no son razonables ni sensatas. Esto, a su vez, hace que la seudorrealidad sea más aceptable de lo que realmente es y disfraza aún más las distorsiones y la voluntad de poder subyacente presentada por los seudorrealistas ideológicos. Todos estos rasgos, y otros, favorecen al ideólogo que, como un Zaratustra de hoy en día, hace existir una seudorrealidad; y todos ellos confieren poder a ese ideólogo al tiempo que se lo roban a todos los participantes en su ficción social, quieran o no.

Una nota sobre la ideología

Como estamos hablando ahora en términos de ideólogos, necesitamos aclarar, antes de continuar, que por "ideología" se entiende aquí algo más cercano a "ideología de culto" que un significado más general del término. Es fundamental distinguir entre ellas para no confundir esos enfoques amplios de contextualización y comprensión de la realidad, que son generadores de comprensión de lo real, con los que existen en relación con lo pseudorreal.

El liberalismo puede, por ejemplo, ser interpretado como una ideología, pero no calificaría como una ideología de culto porque, por cualquier defecto que pueda tener, se subordina a la verdad. (De hecho, esto junto con su incorrecta suposición general de la normalidad de todas las personas es la razón por la que los sistemas liberales son tan susceptibles a la seudorrealidad ideológica y por lo tanto necesitan tan desesperadamente una vacuna contra ellos). Que el liberalismo se subordina a una verdad externa u objetiva es evidente desde los primeros principios del liberalismo, que surge en el contexto de favorecer el racionalismo y aplazar al máximo grado de objetividad cualquier circunstancia que busque comprender o disputa que se proponga resolver. También se pone explícitamente de lado con los debidos procesos al servicio de estos objetivos y niega explícitamente cualquier razonamiento del tipo "el fin justifica los medios". Por consiguiente, no muestra ninguna de las tendencias psicopáticas que surgen con bastante regularidad en el contexto de las ideologías que dependen de la producción y el mantenimiento de alguna seudorrealidad útil pero falsa.

Seudorrealismo y utopía de culto

Aunque nos interesan principalmente las seudorrealidades ideológicas, quizás el ejemplo más emblemático de una seudorrealidad no sea de naturaleza ideológica. Es el trágico mundo de la persona clínicamente engañada, que sólo él lo acepta como el "verdadero" estado de las cosas. "Su realidad", "su verdad", no es de nadie más porque no es una persona normal, y nadie se confunde por esto. La psicopatología involucrada es fácilmente aparente para toda la gente normal, y, si todo va bien, él recibe tratamiento, no habilitación. Extendiendo este ejemplo por un peldaño de la escala social, podemos imaginar que nuestra persona delirante es lo suficientemente carismática y lingüísticamente inteligente como para establecer un culto de seguidores de sus compañeros creyentes en su seudorrealidad. Aunque un culto puede no ser en sí mismo ideológico, no requiere ningún esfuerzo para subir la escalera desde un culto (digamos de la personalidad, incluso) hasta los movimientos sociopolíticos seudorreales globales que perduran durante décadas o incluso siglos (Hegel, por ejemplo, escribió La fenomenología del espíritu en 1807).

Sólo se necesitan dos proposiciones para entender que esta escalera existe desde una sola persona engañada con un pequeño culto a su alrededor hasta un movimiento político masivo y devastador. La primera es más simple: se trata de que personas sanas, psíquica, emocional e intelectualmente, pueden ser manipuladas para que sufran patologías en estos ámbitos. Es decir, tal escalera existe porque los seudorrealistas son a veces capaces de persuadir a la gente de que las presunciones que subyacen a su construcción seudorreal proporcionan una mejor lectura de la realidad que otras, lo que obviamente ocurre todo el tiempo. Los cultos surgen y pueden crecer bastante.

La segunda es que los cultos pueden volverse ideológicos, y más específicamente, utópicos. Esto también ocurre con cierta frecuencia documentada, especialmente en situaciones en las que alguna simplificación excesiva de cómo organizar todo el orden social en el que todos vivimos adquiere una gloriosa visión con un punto final utópico; literalmente, en ninguna parte, en el griego original (no hay Utopías, sólo distopías). Un síntoma fiable de que esto está ocurriendo es una visión durante un período muy largo (a menudo un milenio), tras el cual se curarán todos los males sociales, que sin embargo requiere una revolución en el aquí y ahora para comenzar. Estos cultos de la seudorrealidad son muy peligrosos y nos amenazan a nosotros y a nuestras civilizaciones incluso hoy en día.

La visión utópica que se esconde en el corazón de todas las ideologías (de culto) proporciona la razón de ser y los medios por los que se crea una seudorrealidad ideológica. La seudorrealidad es una construcción que malinterpreta la realidad real comparada con la Utopía imaginaria que reside al final del arco iris ideológico. Se construye para obligar al mayor número posible de personas a vivir dentro del sueño utópico de la gente que encuentra la realidad menos tolerable que una alternativa ficticia, que no puede ser creída sin una conformidad casi universal. Es decir, la seudorrealidad que se construye al servicio de una ideología es una visión fantástica de la sociedad hecha perfecta para ciertos inadaptados intolerantes que luego se vuelve hacia atrás sobre sí misma. En otras palabras, como veremos, las ideologías utópicas son psicopáticas y surgen de la incapacidad de habitar la realidad (al menos sin tratamiento).

Así que la construcción de una seudorrealidad ideológica tiende a hacerse a la inversa, comenzando con una sociedad imposiblemente perfecta (desde el punto de vista de personas psicopatológicas particulares) y luego inventando una visión alternativa del mundo que realmente habitamos como una especie de mitología que contiene una explicación seudo-real de por qué no hemos llegado aún a la utopía y cómo podríamos llegar allí. Los detalles son escasos (específicamente porque ningún plan puede reemplazar la realidad con la seudorrealidad) y los ideólogos insinúan que serán proporcionados sobre la marcha. La utopía seudorreal se produce por lo tanto a partir de la realidad a través de un proceso que se describe correctamente como de naturaleza alquímica (buscando hacer algo a partir de lo que no puede producirlo) que casi siempre implica la creación de cambios fundamentales para la sociedad y las personas que la habitan. Aquí cabe mencionar que cualquier injusticia en el presente y el futuro cercano puede justificarse frente a una visión de perfección para personas ficticias dentro de mil años.

Las seudorrealidades como juegos del lenguaje

Como da a entender Pieper, y puede verse incluso en el título de su ensayo del que tomamos el término "seudo-realidad" ("Abuso del Lenguaje, Abuso del Poder") estas construcciones tienden a surgir de los abusos del lenguaje que permiten los abusos del poder. Por lo tanto, estas manipulaciones resultan atractivas para las personas con fuertes inclinaciones a controlar a otras personas o a tomar el poder, en particular cuando son de una inteligencia moderadamente alta, relativamente acomodadas y lingüísticamente inteligentes (mientras que, tal vez, carecen de otras habilidades más concretamente valiosas). Es decir, las seudorrealidades son construidas por manipuladores lingüísticamente capaces que desean controlar a otras personas, y es razonable suponer que una seudorrealidad suficientemente convincente (y condenante) atraerá entonces a más personas de este tipo que sean capaces de desarrollar un seudomundo y sus ficciones y luego convencer a la gente de que se asemeja a la realidad de una manera que no lo hace. El proceso por el cual hacen esto podría llamarse con mayor precisión ingeniería del discurso, con la misma connotación que solemos atribuir al proyecto más grande que facilita, la ingeniería social. Algunos tipos específicos de estos juegos del lenguaje, para tomar prestada una frase de Wittgenstein, se mencionaron brevemente antes.

Estos comportamientos, incluso cuando son realizados por la persona sincera que ha confundido la realidad con una seudorrealidad, deben ser vistos como manipulaciones y abusos, aunque siempre es importante reconocer que la intención de cada individuo participante importa en las ramificaciones morales que se derivan de este hecho. Los constructores de mundos pseudorreales tienden a manipular a las personas en función de sus vulnerabilidades, lo cual es un hecho bien conocido del reclutamiento de cultos. Por lo tanto, son más eficaces en personas que tienen una base subyacente de enfermedad psicológica, emocional o espiritual, en particular del tipo que se relaciona mal con el mundo real y las duras realidades sociales que hay en él. Como se ha señalado, también se fabrican a menudo con un propósito y se dirigen a las personas psicológica, emocional y espiritualmente susceptibles, junto con los ingenuos, los enojados y los agraviados. Es en esas mentes donde las manipulaciones seudorrealistas son más eficaces y pueden generar una base considerable de simpatizantes entre personas por lo demás normales, algunas de las cuales son inducidas a las psicopatologías que subyacen a todo el proyecto. Esta es la verdadera alquimia del proyecto ideológico seudorrealista: convertir a las personas normales, en su mayoría sanas, en portadores de agua quebrados psicológica, emocional y espiritualmente, que ya no pueden hacer frente adecuadamente a las características de la realidad y por lo tanto deben preferir la seudorrealidad que se construyó para recibirlas y, lo que es más importante, hacer un uso estratégico de estas personas.

Seudorrealidades académicas

Dado que son el instrumento de personas manipuladoras que muestran una gran sed de poder y conocimiento lingüístico, los seudorrealistas tienden a dirigirse a la clase media alta (burguesa) cuyos medios de vida dependen en gran medida de su acreditación y aceptación por un grupo de pares, en particular los más educados, aunque no los más brillantes. Una proporción anormalmente alta de esos individuos están empleados en la educación, los medios de comunicación, la política y especialmente en el mundo académico. (Las seudorrealidades ideológicas más potentes y peligrosas son el tipo de absurdos que sólo los académicos podrían creer realmente). Entre sus características, la seudorrealidad, al ser una construcción lingüística y social, permite un camino hacia el profesionalismo y la acreditación en este tipo de profesiones mucho más que en la mayoría de las demás, lo que genera una estructura de incentivos que favorece las ambiciones de los seudorrealistas.

Además del profesionalismo de base entre los que de otro modo no tendrían éxito, estas personas también son particularmente susceptibles a los dispositivos retóricos que despiertan la posibilidad de que no sean lo suficientemente inteligentes, sensibles o enriquecidos espiritualmente, y la seudorrealidad se presenta entonces como el "marco interpretativo" adecuado que resuelve estos defectos. Tal vez se sugiera, por ejemplo, que el seudorrealista tiene una comprensión más completa o sofisticada de la realidad que el objetivo previsto no entiende o no puede entender (a menudo apelando a la "naturaleza sistémica" infinitamente complicada de los problemas que, por lo demás, son bastante sencillos). Tal vez se haga un ataque moral o espiritual que los haga sentir intolerables para los demás o para uno mismo (a menudo mediante acusaciones de complicidad moral y pensamiento criminal). El hecho de que la seudorrealidad no se ajuste correctamente a la realidad real generará una disonancia cognitiva que, en las circunstancias, será útil para generar más adoctrinamiento en las premisas básicas de la seudorrealidad. Esto es, por supuesto, una manifestación específica del proceso de adoctrinamiento y reprogramación del culto.

Este rasgo del cultismo seudorrealista se refuerza a medida que la presa acepta más de las premisas de la seudorrealidad y así se divorcia cada vez más de la realidad y de las personas normales que viven dentro de ella. Esto lentamente atrapa a los adherentes, que casi no tienen mecanismo de escape, incluso cuando las salidas ideológicas están claramente disponibles. Sin mencionar siquiera que saben cómo se unta su pan de cada día (y por y en relación con quién) porque los que aceptaron la seudorrealidad han distorsionado su comprensión del mundo (su epistemología) a la "lógica" interna (falsa) de la seudorrealidad y han subvertido su ética (su moralidad) al (malvado) sistema "moral" empleado por ella, están bien y verdaderamente atrapados por la ideología a la que sirve la seudorrealidad. Con una lógica distorsionada que ya no puede percibir la realidad salvo como una falsificación, carecen de los recursos epistémicos necesarios para desafiar la ideología, incluso dentro de ellos mismos. Con una moral subvertida que percibe el mal como bueno y el bien como malo de acuerdo con la moral esclava de la seudorrealidad, todo su entorno social está condicionado a mantenerlos en un Infierno cuyas puertas están cerradas por dentro. Así, para entender las seudorrealidades ideológicas y tratar de descubrir algo que podamos hacer sobre ellas, es necesario examinar su lógica interna y sus sistemas morales con más detalle.

Paralógica ideológica

Debido a que la seudorrealidad no es real y no corresponde de ninguna manera fiel a la realidad objetiva, no puede ser descrita en términos que sean lógicos. En el ámbito de cómo piensa el mundo, una seudorrealidad empleará una lógica alternativa: una paralógica, una lógica ilógica falsa que opera al lado de la lógica; que tiene reglas y una estructura internamente comprensibles pero que no produce resultados lógicos. En efecto, debe corresponder necesariamente no a la realidad sino a la seudorrealidad y, por lo tanto, también debe violar la ley de la no contradicción. Es decir, una paralógica seudorreal siempre será internamente (y a menudo sin arrepentirse) inconsistente y autocontradictoria. Esto puede considerarse como un síntoma de que una paralógica se presenta en apoyo de una seudorrealidad, al igual que cualquier ataque sostenido a los principios de objetividad y razón.

En las seudorrealidades ideológicas exitosas, la paralógica en juego necesariamente manipula a las personas normales fuera de su ámbito para que confíen en su propia suposición (incorrecta) de que la paralógica debe ser de alguna manera lógica (¿por qué no lo sería?). Así, la gente normal asumirá (erróneamente) que las descripciones dadas de la seudorrealidad deben tener alguna interpretación razonable (real) que sea inteligible aplicando la lógica real (incorrectamente) a las afirmaciones del seudorrealista. La gente (muy) inteligente buscará esta reinterpretación "lógica" de las tonterías por reflejo y así se convertirán en idiotas (muy inteligentes) útiles.

Es crucial comprender el papel que juega la paralógica siendo paralela a la lógica pero para una falsa realidad. Lleva de manera fiable a personas (muy) inteligentes y reflexivas que rechazan totalmente la seudorrealidad, y que sin embargo permanecen en su mayoría ignorantes de su estructura paralógica, a trabajar para los ideólogos que la habitan normalizándola, mientras retratan a los críticos precisos como chiflados y malos actores. De hecho, estas personas (muy inteligentes) están generando la cortina de humo para el público normal más amplio que hace que la seudorrealidad parezca mucho más razonable y atada a la realidad de lo que realmente es. Esta manipulación intelectual de la gente (muy inteligente) es un factor crucial en el establecimiento de cualquier seudorrealidad exitosa a gran escala, que sólo podría mantener una proporción relativamente pequeña de verdaderos creyentes. Cabe destacar que nadie es mejor en esto que un liberal educado o con credenciales que puede perder mucho al ser tildado de chiflado o mal actor por otros idiotas útiles.

Hay que reconocer que la estructura paralógica que sirve a la seudorrealidad ideológica es en última instancia de naturaleza alquímica; no química, no científica, es decir, no lógica. Es decir, quiere hacer algo de la nada (y por lo tanto no hace nada de nada). Más concretamente, trata de transformar efectivamente la sustancia de una "realidad" en otra, mediante una magia que no existe. De hecho, su objetivo es transmutar la sustancia de la realidad tal como es en lo que se prevé en la seudorrealidad y la utopía en la que se basa en última instancia. Esto significa que no puede haber ninguna forma legítima de desacuerdo con una paralógica seudorreal, y no puede haber ninguna refutación de la seudorrealidad a la que pretende dar sentido. La paralógica, falsamente lógica, descarta todas esas contradicciones. El comunismo real, como hemos oído, por ejemplo, aparentemente nunca ha sido probado, y el problema fue que la gente que lo implementó, digamos a través del modelo soviético leninista en un diseño u otro, no lo entendió adecuadamente, ni sus elementos cruciales. Así, la paralógica de la ideología no puede producir filosofía sino sólo sofisticación. No puede producir oro a partir de plomo, pero puede hacer que sus hechiceros beban mercurio y se vuelvan locos.

Paramoralidad ideológica

Junto con la estructura paralógica utilizada para engañar a los idiotas útiles para que defiendan el proyecto de seudorrealidad ideológica se encuentra una poderosa herramienta de imposición social que utiliza una dimensión aparentemente moral. Un relativista podría referirse a esto como un "marco moral" que es ético "dentro de la ideología", pero como es una moralidad contingente no a los hechos de la existencia humana como los que existen en la realidad, sino a como están distorsionados en la seudo-realidad construida, sería más apropiado referirse a ella como una paramoralidad, una falsa moral inmoral que está al lado (y aparte) de todo lo que merece ser llamado "moral". El objetivo de la paramoralidad es hacer cumplir socialmente la creencia de que la gente buena acepta la paramoralidad y la seudorrealidad concomitante mientras que todos los demás son moralmente deficientes y malvados. Es decir, es una inversión de la moralidad, la moralidad del esclavo como la describe Nietzsche en su Genealogía de la Moral.

Debido a que la paramoralidad es, de hecho, inmoral, los participantes en la seudorrealidad experimentarán una vigorosa, generalmente totalitaria, imposición de la paramoralidad ideológica. De esta manera se crea la presión social necesaria para mantener la mentira y su sistema inmoral. A su vez, siguiendo el ciclo del abuso, utilizarán entonces los mismos principios y tácticas para (para)moralizar a las personas normales, finalmente de manera mucho más vigorosa. La tendencia hacia el estilo puritano del pietismo, el autoritarismo y, a la larga, el totalitarismo en aplicación de esta paramoralidad es una certeza virtual de la aceptación de una seudorrealidad ideológica, y estos abusos serán visitados no sólo por todos los participantes en la realidad ficticia construida, sino también por todos los que puedan ser encontrados o colocados bajo su sombra (que puede llegar a incluir naciones o pueblos enteros o, de hecho, todos, incluso los que la rechazan). De nuevo, esta es la verdadera alquimia del programa seudorrealista; transforma a las personas normales y morales en agentes inmorales que deben perpetrar el mal para sentirse bien y percibir como mal a los que hacen el bien.

Una paramoralidad ideológica es aún menos accesible al desacuerdo que la paralógica de una seudorrealidad ideológica porque apuesta todo -incluyendo la realidad misma y el bienestar de cada individuo que la habita- contra la Utopía, un sueño de perfección absoluta. Así pues, la paramoralidad sólo ve dos tipos de personas: los que aceptan la seudorrealidad y sustituyen la moralidad real por su paramoralidad y se posicionan como campeones, contra los que seguramente no quieren la Utopía (y que por lo tanto deben querer un mundo de sufrimiento del tipo que sus arquitectos son menos capaces de soportar). En este sentido, no hay neutralidad en un sistema paramoral, y todos los tonos de gris se transforman alquímicamente en negro real y blanco seudorreal. Así, en la paramoralidad de un seudorrealista, hay o bien un apoyo plenamente convencido o bien un deseo incomprensible (en el sistema paralógico) y depravado (en la paramoralidad) de ver la continuación indefinida de los males que ya no existirán cuando la Utopía se materialice (técnicamente nunca). La moral despiadada que eventualmente justificará la violencia, incluso a gran escala, es una garantía futura de tales demandas, si se les permite suficientemente trasladar ese poder a los ideólogos.

Esto garantiza que la paramoralidad de una seudorrealidad ideológica será siempre represiva y totalitaria. La disensión y la duda no pueden ser toleradas, y el desacuerdo debe ser acordonado en un foso moral al que los adherentes no se atreven a acercarse. Además, la paramoralidad impondrá conceptos engañosamente bifurcados de conceptos como la tolerancia (que debe ser represiva), la aceptación, la compasión, la empatía, la justicia (que debe ser condicional y selectiva), el mérito (al regurgitar las doctrinas de la seudorrealidad) y el compromiso (para favorecer siempre las reivindicaciones seudorreales) que apoyan absurdamente la seudorrealidad, todo ello apuntalado por los juegos lingüísticos en el corazón del proyecto ideológico seudorreal. Es decir, específicamente, la bifurcación hace que estos conceptos sean completamente relevantes de manera que predispongan sus ideas, pero estrictamente prohibidos para cualquier otra. Estas construcciones falsas están destinadas a transferir unilateralmente el poder a los ideólogos para que su seudorrealidad pueda permanecer apuntalada.

Debe destacarse que la paramoralidad en juego es siempre una inversión de la moralidad prevaleciente que también es parasitaria sobre ella; a saber, la moralidad de esclavo de Nietzsche. En otras palabras, es un tipo particular de perversión de la moralidad que puede parecer más moral que moral pero que, de hecho, es malvada. Esto se debe a que la paramoralidad actúa al servicio de una seudorrealidad, no de la realidad, y por lo tanto es el dominio de la psicopatía, que, cuando se inflige a las masas normales, es malvada. El objetivo de la paramoralidad siempre surgirá y existirá para favorecer a las personas con psicopatologías particulares que no pueden hacer frente de otra manera a las molestias de la realidad. Esto implica que el medio más exitoso de una pseudorrealidad ideológica para ganar fuerza es apelar a la victimización percibida de esas personas y azuzar los agravios de aquellos que han sufrido injusticias similares con más dignidad. Cuando se le da un amplio poder, esto debe tratarse como otro síntoma de la inminente calamidad civilizatoria y de la necesidad de identificar y rechazar la seudorrealidad que manipula estos sentimientos.

Los hilos que sostienen las seudorrealidades

No puede exagerarse el hecho de que la seudorrealidad no puede mantenerse sin una aplicación y un cumplimiento enérgicos de la paralógica y la paramoralidad pertinentes que acaban de describirse. En términos clásicos, la paralógica es el pathos que subvierte al logos, y la paramoralidad es el pathos que domina al ethos. Ninguna sociedad puede ser saludable o sobrevivir mucho tiempo en tal estado. Los hilos de la paralógica y la paramoralidad tienen que ser identificados y cortados si queremos escapar de las calamidades de las seudorrealidades ideológicas. La no contradicción y la genuina autoridad moral son por lo tanto fatales para las seudorrealidades ideológicas.

Estos dos elementos (una falsa paralógica y una paramoralidad malvada) son cruciales para la creación, mantenimiento y difusión de todas las seudorrealidades que van más allá de un desafortunado individuo delirante. Son los hilos que sostienen toda la distorsión y su empresa cada vez más criminal. Si estos se cortan de alguna manera significativa, así cae toda la seudorrealidad, que no puede sostenerse a sí misma (siendo irreal) y necesariamente se derrumbará por su propio peso. Esta maniobra tendrá consecuencias, por supuesto. Se llevará consigo a gran parte de la sociedad que ha infectado, pero también liberará a las personas que ha atrapado o tiene como rehenes, tanto paralógica como paramoralmente. Aprender y enseñar a otros a identificar estos dos hilos, la paralógica y la paramoralidad que sostienen la seudorrealidad, y así verlos como fundamentalmente ilógicos e inmorales, es la clave y la única forma posible de resistir y eventualmente destruir un movimiento basado en la construcción social y la aplicación de una seudorrealidad ideológica.

El capricho del Partido

Dado que la seudorrealidad no es real, no es posible que las personas a las que ha atrapado comprueben por sí mismas cualquier pretensión dentro de ella, aunque tengan el valor de sentirse inclinadas a hacerlo (ya que ello inducirá una paliza paramoralizadora acorde con la cantidad de poder que los seudorrealistas hayan logrado obtener). Para ello es necesario elevar y nombrar especialistas en uno o ambos aspectos de la paralógica y la paramoralidad de la seudorrealidad ideológica para hacer estas determinaciones para todo el mundo (de la manera bifurcada antes mencionada). El nombre tradicional moderno dado a esta cábala de "expertos" corruptos es "el Partido" ("fariseos" es, probablemente, un nombre histórico más). Estas son las personas para quienes la seudorrealidad está diseñada para beneficiarse a través de la estafa y la extorsión, y así la paralógica se tuerce para apoyar sus puntos de vista, incluso cuando estos cambian, y la paramoralidad se dobla para asegurar que siempre sean justos. La aceptación profesada de la seudorrealidad, la habilidad en su paralógica y la aplicación de su paramoralidad a sí mismo y a otros se convierte en la prueba política del compromiso del Partido y el acceso al botín del Partido, y en todos los niveles de la actividad del Partido, excepto en los más altos, todo esto será rutinaria y despiadadamente probado.

Una vez más, no puede perderse en este análisis cuán crucial es el hecho básico de que las seudorrealidades no describen la realidad. Esto conlleva una serie de consecuencias. Por un lado, compromete al Partido a ser ilógico e inmoral, ya que se compromete a confiar en la paralógica y la paramoralidad en lugar de la lógica y la moralidad. Como debe quedar claro, es una gran ventaja para los seudorrealistas (el Partido) que su paralógica sea lo más ilógica que pueda, mientras que aún pasa la prueba superficial de un simpatizante genérico como "lógica", y es igualmente muy ventajoso para su paramoralidad ser máximamente inmoral de la misma manera.

Este estado de cosas es una potente arma de desmoralización en sí misma, y se presta a un capricho particular de forma bastante natural, incluso necesariamente. La Utopía no se realizará (esto es otra cosa), ya que es un objeto de seudorrealidad y por lo tanto no real, y en su lugar, sólo habrá un férreo control del poder por parte del Partido, mantenido a cualquier costo y por cualquier medio (y el más desesperado y brutal en el fracaso). Al carecer de una norma de referencia objetiva y al carecer de una apelación universalmente accesible (en principio) a la razón, el discurso de los poderosos (y del propio poder) se vuelve cada vez más determinante. Una paralógica caprichosa que define como correcto hoy, pero no necesariamente mañana, lo que el Partido dice que es correcto hoy, pero no necesariamente mañana, y una paramoralidad paralela que hace el mismo truco sobre lo que es correcto, son superiores como paralógica y paramoralidad, y así serán favorecidas por el Partido. El resultado indefectible es el capricho del Partido, siempre el instrumento favorito de la dominación y el totalitarismo.

Cabe destacar que, si bien el Partido siempre identificará y castigará a los chivos expiatorios para posibilitar sus abusos y encubrir sus crecientes fracasos (que están asegurados debido a la ruptura con la realidad en el corazón de su proyecto) el propio Partido es el último chivo expiatorio del proyecto seudorrealista. Este hecho aparentemente improbable es comprensible en la paralógica (fíjese cómo parece ilógico) y exigido por el corazón alquímico de la paramoralidad que emplea. Al final, y el final siempre llegará para cada proyecto seudorreal específico, la seudorrealidad colapsará y se culpará al Partido. Así como cuando los experimentos alquímicos fallan, la pureza espiritual del alquimista siempre es puesta en duda (infaliblemente), también se culpará a la corrupción del Partido por "males" paramorales (como tener una mentalidad burguesa). La "real" ideología seudorreal permanecerá "sin ser tratada" (en una forma suficientemente incorrupta), y lo más importante, el empuje general de la paralógica y la paramoralidad sobrevivirá por lo tanto a su propia muerte (de nuevo, no puede ser lógico). Los lectores cristianos reconocerán inmediatamente que se trata de una inversión del cristianismo (la cruz invertida), ya que Dios no pone a nadie más que a sí mismo en la cruz y carga voluntariamente en la inocencia la responsabilidad del pecado por todos los demás, para permitir así la gracia, mientras que este enfoque evita por completo toda responsabilidad en la culpa para continuar en el mundo sin obstáculos por su propia desviación.

Más tarde, al encontrar los ingredientes alquímicos sociales adecuados para la época, los modos paralógicos y paramorales que sobrevivan generarán una nueva seudorrealidad, generalmente idéntica, que amenaza una vez más a la civilización (liberal). Por eso es que hay que cortar los hilos gemelos de lo paralógico y lo paramoral para derrotar las ideologías seudorrealistas y vacunar de sus abusos a las sociedades por lo demás sanas (especialmente las liberales). Si esto se hace específicamente para una seudorrealidad en particular, entonces esa manifestación se derrumbará, con suerte antes de que pueda hacer mucho daño. Si esto se puede hacer en general aprendiendo a identificar y rechazar las paralógicas y paramoralidades ideológicas como un género de actividad intelectual y ética falsa, eso es mucho mejor. Esto sucede más o menos únicamente a través del reconocimiento: aprendiendo a detectar las seudorrealidades, las paralógicos y las paramoralidades, y reconociendo posteriormente que son el terreno de las psicopatías a las que nunca se debe dar un poder incontrolado sobre las personas normales.

Psicopatía y seudorrealidad

Ahora que hemos establecido que una seudorrealidad ideológica está casi destinada, una vez que comienza a ganar influencia y poder, a dirigirse hacia el capricho, el abuso y el totalitarismo de las formas más perniciosas, peligrosas y malvadas (y a la muerte de las civilizaciones y de un gran número de sus habitantes si no se controla lo suficientemente pronto en su progresión), necesitamos hacer una pausa para entender otro punto delicado que tiene que ver con todo el análisis. Si damos un paso atrás para considerar nuestro culto delirante sobre el que comenzó el análisis entero, podemos deducir otro punto importante sobre la naturaleza de las seudorrealidades ideológicas que se ha insinuado repetidamente hasta ahora. Es éste: es fácil percibir que esta persona hipotética no sólo podría ser, sino que probablemente es psicópata hasta cierto punto si está creando una ideología de culto y la seudorrealidad que la acompaña. La seudorrealidad no es el dominio de los cuerdos, por definición, y el deseo de imponer sus patologías a otros en beneficio propio, especialmente mediante la manipulación de sus vulnerabilidades, es lo más parecido a una definición simple y general de la psicopatía que uno podría esperar leer.

Las ideologías psicopáticas engendrarán una serie de consecuencias predecibles y autoconcentradas. Por un lado, por su naturaleza atraerán y canalizarán la visión de oportunistas psicópatas afines ("estafadores"), que formarán el núcleo del Partido en desarrollo. También degradarán la capacidad psicológica de cualquiera que entre en contacto con la ideología: a favor o en contra de ella. Esto se hace mediante la desmoralización de una variedad de formas, incluyendo la (para)-moralización, el ostracismo, la trampa dialéctica, y la táctica altamente útil de emplear "bloqueos revertidos", que obliteran la capacidad de cualquiera de conocer la verdad sobre la realidad forzando las distorsiones de la seudorrealidad sobre ellos (lo que impide su reversión hacia la cordura y fuera de las garras de la seudorrealidad y su paralógica y paramoralidad). Estas tienden a resultar en que la gente ya no puede discernir lo que es verdad y asumir que la verdad (ya sea material o moral) debe estar en algún lugar entre donde estaban antes y la afirmación seudorreal que se les impone. Uno se dará cuenta inmediatamente de que esto necesariamente aleja al objetivo de la realidad, ya que la nueva posición será una mezcla de la antigua creencia de la persona y una afirmación fuera de la seudorrealidad. Uno también notará que es una manipulación, y cuando se trata de paramoralizar, una coerción (en beneficio de la ideología psicopática).

Lo más preocupante es que las ideologías psicopáticas generan de manera fiable una psicopatía (temporal pero) funcional en personas por lo demás normales que, mediante estas manipulaciones, se convierten en compañeros de viaje suficientemente convencidos y simpatizantes de la ideología. Literalmente, aparte de los efectos directos de la desmoralización y la desestabilización causada por la creciente desviación de sus creencias de la realidad y hacia la irrealidad (seudorrealidad), una ideología psicopática hace que sus simpatizantes crean y actúen de manera psicopática ellos mismos, al menos en un sentido funcional. Estas son las demandas y los costos de mantener lo paralógico (para no ser un "tonto" en la seudorrealidad) y lo paramoral (para no ser el tipo de persona equivocada en la seudorrealidad), y lentamente estas víctimas de la ideología se convierten en los monstruos que eran demasiado débiles para luchar. Como se ha señalado anteriormente, las virtudes como la tolerancia y la empatía se pervierten intencionadamente hasta que comienzan a bifurcarse para que tengan una valencia política (paramoralidad buena, moralidad mala) que favorece cada vez más a la ideología seudorreal y se vuelve legítimamente psicopática a medida que el efecto se fortalece.

Con el tiempo, una persona normal sometida a estas circunstancias deja de ser normal. Esto ocurre cuando "despiertan" a una "conciencia plena" en la seudorrealidad. En ese punto, habrán llegado a un lugar donde, desde su perspectiva, la seudorrealidad es la realidad y la realidad es la seudorrealidad. Es decir, serán ellos mismos psicópatas, esclavos de la paralógica del engaño seudorreal y con una ética y virtudes morales bifurcadas y estrechas bajo su sistema paramoral. Es de suponer que en la mayoría de esas personas, anteriormente normales, este efecto es temporal y depende de la participación en el culto, aunque es probable que algunos de los daños psicológicos pertinentes sean duraderos, si no permanentes. No obstante, a corto plazo, el resultado de esta dinámica es un cuerpo creciente de personas funcional y legítimamente psicópatas que acumulan cada vez más poder para sí mismas, el cual utilizan (de manera psicopática) para imponer su seudorrealidad ideológica a todos, en particular a todos los demás.

Este proceso es bastante exquisito. Las deficiencias de la paralógica, el capricho de la paramoralidad y la disonancia en torno a la seudorrealidad misma tenderán a engendrar en la persona normal susceptible una sensación de angustia sobre el hecho de habitar una realidad similar a la que la seudorrealidad pretende permitir. Obviamente, esto es conveniente para el reclutamiento, el adoctrinamiento y la eventual reprogramación (psicopática) porque la seudorrealidad está construida de tal manera que permite que esas psicopatologías específicas florezcan y eviten la detección y el tratamiento. A este respecto, se podría referir a la difusión de una ideología psicopática y su seudorrealidad con frases ya conocidas como "la locura de las multitudes", que es más apta de lo que se podría pensar a primera vista, e incluso la "zombificación" sociopolítica.

Es importante señalar que esta circunstancia implica que el "compañero de viaje" medio de una ideología de culto no sólo no se da cuenta de que es un cultista que utiliza herramientas y tácticas de manipulación (paralógica y paramoral) en las personas de su vida, tanto normales como ideológicamente "despiertos" compañeros de culto; no puede darse cuenta de esto sin abandonar primero la paralógica y la paramoral que le han capturado y rechazar la seudorrealidad ideológica de manera fundamental. Se encuentran en la posición quebrantada no sólo de ser funcionalmente psicopáticos sino también de estar invertidos en la realidad de tal manera que creen que todas las personas normales que no son (todavía) cultistas/sectarios son los cultistas/sectarios, mientras que ellos mismos no lo son. Esto representa una inversión completa de la cordura, y la conversión de normal a ideológicamente psicópata es, en ese punto, completa. Estas personas, como muchos han aprendido de la manera difícil a lo largo de la historia, son las personas, por lo demás buenas, que son capaces de perpetrar genocidios.

Cortando los hilos

Entonces, ¿cuál podría ser la respuesta a esta peligrosa y perenne maraña? Afortunadamente, el primer paso, al menos, es muy simple. Es la mera conciencia. Es aprender a reconocer la seudorrealidad construida por lo que es -una simulación fabricada de la realidad que no es apta para las sociedades humanas- y comenzar a rechazar sin disculpas cualquier demanda de participar en ella. Esto significa rechazar el análisis de lo paralógico (al ver sus contradicciones) y rendir cuentas por la paramoralidad (al reconocer su capricho, malicia y maldad) que sostiene la mentira. En el instante exacto en que uno se vuelve competente para detectar la mentira (o la red de mentiras) al servicio de una seudorrealidad construida y su aplicación social, uno ya posee la perspectiva necesaria para romper el hechizo de la seudorrealidad en su totalidad. Conociendo el engaño por lo que es, más que cualquier otra cosa, es así como se cortan las cuerdas de la paralógica y la paramoralidad, y con ellas la seudorrealidad cortada se vendrá abajo.

Esto sólo puede hacerse aprendiendo lo suficiente para ver los juegos, diciendo la verdad, y negándose a ser coaccionado o forzado a participar en la seudorrealidad cada vez más hegemónica antes de que reclame el poder totalitario. Hablando en términos prácticos, hay dos maneras directas de hacerlo. Una es refutar la seudorrealidad, y la otra es rechazarla.

Para la mayoría de la gente, el último de estos es más fácil que el primero, y requiere menos de alguien. La fuerza de voluntad y el carácter serán suficientes. El simple hecho de negarse a participar en la seudorrealidad, utilizar su paralógica, o inclinarse ante su paramoralidad -y vivir la vida de uno como si fuera completamente irrelevante esa seudorrealidad- es un poderoso acto de desafío contra una seudorrealidad ideológica. No requiere nada más de una persona que una declaración condenatoria que diga: "Esto no se aplica a mí porque no soy yo" (o, "ni siquiera es real"), una negativa a tomar decisiones basadas en el miedo y la intimidación socialmente construidos, y una voluntad de vivir la vida de uno en los términos más normales posibles. Se trata de un poderoso y pacífico acto de desafío que muchas otras personas normales (las que están fuera de la seudorrealidad) reconocerán como una fortaleza, y aunque puede costarle a corto plazo y en algunos aspectos, cosechará recompensas a largo plazo y en otros, al menos hasta el momento en que la trampa totalitaria paramoral surja plenamente en una sociedad suficientemente rota y desmoralizada. Sólo mantenga la cabeza en alto y rehúse vivir su vida en los términos de alguien más (psicópata), y hará mucho en contra de tales regímenes en ciernes.

Refutar la seudorrealidad es más difícil, ya que requiere un conocimiento mucho más específico junto con la habilidad, la fuerza de carácter y el coraje. También debe hacerse, al menos por alguien que haya enraizado una pseudorrealidad ideológica. Tal seudorrealidad tiene que ser mostrada como una falsa realidad, es decir una ficción perniciosa, a tantas personas como sea posible. Para ello, sus distorsiones de la realidad, las contradicciones de su paralogismo y los males y daños de su paramoralidad deben ser expuestos y explicados como un primer paso. Estos objetivos requieren dedicación, lo que en cierto sentido es perder mucho tiempo y gastar mucho esfuerzo aprendiendo intencionalmente algo que uno sabe que es falso y por lo tanto (si se tiene éxito) inútil. También es desmoralizante aprender, dada la naturaleza psicopática del material. No es para los débiles de corazón, incluso si todo va bien.

Comúnmente, también, este proceso no será cómodo y requiere un tremendo coraje precisamente del tipo que la desmoralización ideológica es muy efectiva para erosionar y contener. La paralógica interpretará la disidencia directa como estúpida o loca, y la paramoralidad la caracterizará como maligna (o motivada por malas intenciones, aunque sean inconscientes y estén fuera de la conciencia del disidente). El valor para soportar estos insultos y calumnias escandalosas, y para soportar sus injustas consecuencias sociales, es por lo tanto una condición previa necesaria para poner fin al totalitarismo. Es comprensible que la mayoría no elija este camino, pero se advierte: cuanto más se espere, peor se pondrá.

Para aquellos que se encargarán de la tarea, el enfoque es una combinación de estar informado, ser valiente, ser franco y ser subversivamente divertido. Estar informado es necesario para identificar, exponer y explicar las distorsiones de la seudorrealidad y yuxtaponerlas a la realidad. También es necesario utilizar la herramienta más decisiva que existe contra las seudorrealidades ideológicas, que es la ley de la no contradicción. Las seudorrealidades y sus estructuras paralógicas siempre contradicen la realidad y a sí mismas, y al exponer estas contradicciones se exponen sus mentiras. Es necesario ser valiente y franco para creer en uno mismo y en los propios valores (reales) y así resistir los ataques paramoralizantes y la presión social que generarán, pero inspiran más de lo mismo y devuelven la autoridad moral a quienes se ven drenados de ella por estas distorsiones. El ser subversivo y divertido socava la psicopatía y la voluntad de poder que caracterizan toda la empresa ideológica seudorrealista.

Resistir eficazmente y con suficiente conocimiento (refutar) es, por supuesto, lo mejor, pero resistir completamente, incluso por el mero hecho de negarse a participar en cualquier mentira evidente (rechazar), también es eficaz. Esto se debe a que revelar la seudorrealidad ideológica por lo que es (falsa e irrelevante para la realidad real) socava la seudorrealidad y anima a más gente a refutarla y rechazarla. Sin embargo, aún más poderoso es revelar la naturaleza subyacente de la seudorrealidad ideológica (es decir, que es psicopática) a las personas normales (incluidas las que están parcialmente atrapadas) pues es una de las maneras de cortar los hilos paralógicos y paramorales. Y, una reacción psicopática es precisamente lo que resultará de resistir efectivamente a una ideología psicopática. La parte desafiante es que usted, que se atreve a resistir sus juegos y que eludes sus trampas, se convierte en el blanco de su ira psicopática, y muchos simpatizantes que normalmente usted contaría como amigos tomarán partido en su contra (no hay neutralidad en la paramoralidad). Cuanto antes se entra en esta lucha, más valor se necesita y aun así es más valioso.

Parte del coraje necesario para resistir se puede encontrar recordando que la seudorrealidad no es real, su paralógica no es lógica, y su paramoralidad no es moral. Es decir, no es usted; son ellos. Se puede sacar a relucir algo más de agallas al darse cuenta de que una vez que la seudorrealidad comienza a desplazar a la real incluso para un pequeño porcentaje de la población, la cuestión ya no es si las cosas irán mal, sino qué tan mal irán antes de que estalle la burbuja. La realidad siempre ganará, y la calamidad viene en proporción al tamaño de la mentira entre nosotros y ella, así que es mejor actuar más pronto que tarde. Aún más ánimo reside en comprender que empeora hasta que una verdadera resistencia se monta, y entonces, después de una transición rocosa, comienza a mejorar. Por lo tanto, el momento de actuar es ahora.

La forma en que la resistencia (simplemente resistencia) funciona es restaurando a la persona normal la autoridad epistémica y moral necesaria para resistir las demandas ilegítimas del ideólogo de participar en un fraude seudorreal. Es decir, devuelve la confianza en la normalidad a la gente normal. Nadie se siente avergonzado de resistir a una estafa, cualquiera que sea la forma que ésta adopte, y éste es el verdadero fenómeno al que nos enfrentamos con cualquier seudorrealidad ideológica creciente y su trabajo paralógico y paramoral que nos drena nuestro sentido de autoridad para saber lo que es y no es verdad y lo que es y no es correcto. Sin embargo, la autoridad de uno sólo no existe bajo los supuestos de los sistemas paralógicos y paramorales, es decir, dentro de la seudorrealidad, pero puede ser reclamada por cualquiera que simplemente se niegue a participar en la mentira. Salga de la seudorrealidad (tome la "píldora roja", como se describe en The Matrix), y verá.
Autor, matemático y comentarista político nacido en Estados Unidos, el Dr. James Lindsay ha escrito seis libros que abarcan una gama de temas que incluyen la religión, la filosofía de la ciencia y la teoría postmoderna. Es el fundador de New Discourses y actualmente promueve su nuevo libro "Cómo tener conversaciones imposibles".