En el rostro de Imán Mahmoud Aboudeh, enmarcado por un largo velo de color rojo y tan adelantado que proyecta una sombra sobre sus párpados, se advierte una depresión establecida, asentada, de largo plazo. Pasó el final de su embarazo en el albergue de la escuela de la ONU en Jabaliya, el mismo que fue atacado por cinco proyectiles de tanque el 30 de julio, matando a 17 personas e hiriendo a otras 105. Sobrevivió gracias a su bebé, que la noche previa se estaba apresurando a nacer y la obligó a salir corriendo hacia el Hospital al Shifa.
© T. GreckoKhadira Samir Magalouf acaba de tener a su tercer bebé.
Para fortuna para muchas mujeres, y aunque no se ha llegado a ningún acuerdo, las negociaciones que llevan a cabo Israel y Hamás en El Cairo han disminuido la intensidad del conflicto y han traído periodos de tregua, como el que dio inicio el 11 de agosto, permitiendo que algunas personas retornen a sus casas. Pero a Imán no le consuela.
"Somos mis niños, mi esposo, yo... no nos queda nada. Bombardearon nuestra casa. Mi casa ya no está, no tenemos dónde vivir, ¿qué vamos a hacer?". Todavía no le ha dado nombre a su recién nacida. "Había preparado muchos nombres para ella pero ahora no hay nada en mi mente. No estoy pensando en ello porque tenemos muchas otras cosas más urgentes". ¿Cuándo podrá ocuparse de ello? "Cuando venga el momento, Dios nos dará el nombre".
En los peores días de la guerra, el número de gazatíes que tuvieron que abandonar sus casas se aproximó a 600.000: la tercera parte de la población. De ellos, algo menos de la mitad buscó refugio en los albergues que la ONU improvisó en sus escuelas, y los demás se amontonaron con parientes o se establecieron en parques y plazas, cerca de edificios en los que, como el Hospital al Shifa, el mayor de la Franja, se considera menos probable que se produzca un ataque israelí. Y aunque es cierto que gran parte de los desplazados está regresando a sus hogares, alrededor de 250 mil personas no tienen a dónde ir. Como Imán.
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