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© José Naranjo15.000 malienses han cruzado la frontera en dirección a Níger.
El norte de Malí está de nuevo en el ojo del huracán. A mediados del pasado mes de enero, el recién creado Movimiento de Liberación Nacional del Azawad (MLNA) lanzó una amplia ofensiva contra varias ciudades del norte de este país africano y se enfrentó en varias escaramuzas al Ejército malí. Al menos medio centenar de personas han perdido la vida desde entonces y decenas de miles han huido de la zona. El MLNA reclama la creación de un estado tuareg, pero por ahora sólo ha logrado generar una crisis humanitaria en una región del Sahel ya castigada por el terrorismo de Al Qaeda y una amenaza de hambruna.

La historia de las rebeliones tuareg en esta zona tiene casi un siglo. Desde que en 1916 estallara una insurrección armada contra el gobierno colonial francés, la llamada rebelión de Kaocen que logró apoderarse de varias ciudades de las montañas del Air (Níger) durante más de tres meses, los tuaregs se han mostrado siempre combativos contra todo poder que venía del exterior. En la década de los sesenta del siglo pasado volvieron a la carga, en esta ocasión contra el poder establecido en Bamako del recién nacido estado de Malí y una ley de reforma de tierras que atentaba contra sus tierras tradicionales. La respuesta del Gobierno maliense fue brutal e incluyó masacres a pueblos enteros. El alto el fuego de 1964 fue muy precario.

Entre 1990 y 1996 se vivió la llamada tercera rebelión tuareg, en la que los miembros de esta etnia reivindicaban la creación de un estado independiente al considerarse excluidos de la toma de decisiones. La rebelión afectó al norte de Malí y Níger y se produjo tras una hambruna y crisis de refugiados. Los enfrentamientos entre los ejércitos de ambos países y los tuaregs volvieron a dejar un reguero de muertos y desplazados. Sin embargo, diez años después volvieron a reproducirse los problemas en la llamada cuarta rebelión tuareg.

El pasado mes de octubre se producía el nacimiento oficial del Movimiento de Liberación Nacional del Azawad (MLNA), un grupo político-militar que reivindica la independencia de esta región que abarca casi todo el norte de Malí, una parte del norte de Níger y el sur de Argelia, donde han vivido tradicionalmente las tribus tuaregs, pero no solo ellas. El MLNA surge de la fusión del Movimiento Nacional del Azawad (MNA) y el Movimiento Tuareg del Norte de Malí (MTNM) y se ha visto reforzado en los últimos meses por la llegada de combatientes tuaregs que participaron en la guerra civil de Libia, la mayoría contratados como mercenarios por el régimen de Gadafi, pero otros bajo la bandera del Consejo Nacional de Transición libio.

Y a mediados de enero, el MLNA ha comenzado su última ofensiva, coincidiendo no solo con la llegada de los combatientes procedentes de Libia sino con la inminencia de las elecciones presidenciales en Malí, previstas para el próximo mes de abril. Los ataques se han producido sobre todo en las ciudades de Menaka, Anderamboukane, N'Tillit, Tessit y Aguelhok. La cifra de muertos varía según las fuentes, se habla de medio centenar, ochenta o incluso de cien, entre los que habría soldados malienses, muchos civiles e incluso algunos ejecutados de manera sumaria, sobre todo en Aguelhok.

Huida de civiles

Los ataques prosiguen con mayor o menor intensidad y están provocando una auténtica huida de civiles del lugar. Se calcula que unos 15.000 malienses han cruzado ya la frontera en dirección a Níger y que al menos otros tantos podrían haberse trasladado a otras ciudades próximas, como Gao o Kidal, donde intentan encontrar refugio de los ataques en casa de sus familiares. En total unas 30.000 personas, de las que, según el Comité Internacional de la Cruz Roja, unos 26.000 proceden de Menaka y otros 4.000 de Aguelhok, donde se han producido los ataques más cruentos.

Los problemas a los que se enfrentan estos desplazados están directamente relacionados con la comida y el agua para abastecerles. De hecho, la Agencia de Naciones Unidas para los Refugiados (Acnur) ya ha iniciado conversaciones con los gobiernos de Níger, Mauritania y Burkina Faso, países todos limítrofes con Malí, para habilitar campos de refugiados donde ordenar un vasto plan de ayuda humanitaria.

La situación es complicada y se viene a sumar a los dos males endémicos que sufre la región del Sahel. Por un lado, el deterioro de las condiciones de vida a consecuencia del brusco parón vivido por una de las industrias más rentables, el turismo, a causa de los secuestros y la actividad terrorista en la zona de Al Qaeda del Magreb Islámico (AQMI) y, por otro, la amenaza de una hambruna que podría tocar a cientos de miles de personas y de la que las agencias humanitarias internacionales ya han advertido de que estamos a las puertas.

Más allá de la consideración de si las reivindicaciones de los tuaregs que luchan con el MLNA son justas o no, una gran parte de la población tuareg y los árabes, songhais, peuls y de otras etnias que conviven en esta parte del mundo están sufriendo las consecuencias de una rebelión que está poniendo en serios aprietos su propia supervivencia y que está condenando a esta región del mundo a una inestabilidad que será difícil superar. Como dice un proverbio africano, cuando los elefantes pelean es la hierba la que sufre. Y en el Azawad, aunque no haya mucha hierba, sí que hay mucha gente sufriendo.